martes, 3 de enero de 2012

EL ARTE DE IGNORAR A LOS POBRES

Por John Kenneth Galbraith

(Traducción libre del francés por Jorge Humberto Granados Rocha, Economista U-N. , MSc. U. de Ginebra, del artículo aparecido en Le Monde Diplomatique ( octubre 2005 P. 6), basado en un texto publicado por primera vez en noviembre de 1985 en Harper’s Magazine.

Cada catástrofe "natural" revela, es necesario, la extrema fragilidad de las clases populares, para las que la vida , como la supervivencia, se encuentran devaluadas. Peor, la compasión por los pobres, golpe a golpe, mal enmascara el hecho que siempre los pensadores han procurado justificar la miseria - culpabilizando si es preciso a sus víctimas - y a rechazar toda política seria para erradicarla.


Quisiera entregar aquí algunas reflexiones sobre uno de los ejercicios humanos más antiguos: el proceso por el cual, en el curso de los años, y hasta en el curso de los siglos, nos propusimos ahorrarnos toda mala conciencia respecto de los pobres.

Pobres y ricos siempre han vivido codo a codo, siempre incómodamente, a veces de manera peligrosa. Plutarco afirmaba : " el desequilibrio entre los ricos y los pobres es la más antigua y la más fatal de las enfermedades de las repúblicas ". Los problemas que resultan de esta coexistencia, y particularmente la justificación de la buena fortuna de algunos frente a la mala fortuna de otros, son una preocupación intelectual de cada tiempo. Continúan siéndolo hoy .

Hay que comenzar con la solución propuesta por la Biblia: los pobres sufren en este mundo terrenal, pero serán recompensados magníficamente en el otro. Esta solución admirable permite a los ricos gozar de su riqueza envidiando a los pobres por su felicidad en el más allá.

Mucho más tarde, tras los veinte o treinta años que siguieron la publicación, en 1776, de la Investigaciones sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones - a principios de la revolución industrial, en Inglaterra - el problema y su solución comenzaron a tomar su forma moderna. Un cuasi-contemporáneo de Adam Smith, Jeremy Bentham (1748-1832), inventó una fórmula que tuvo una influencia extraordinaria sobre el pensamiento británico y también, en cierta medida, sobre el pensamiento norteamericano durante cincuenta años: el utilitarismo.

" Por principio de utilidad, escribió Bentham en 1789, hay que entender aquel según el cual se aprueba o desaprueba alguna acción con arreglo a su tendencia de aumentar o disminuir la felicidad de la parte cuyo interés está en juego. La virtud, y así debe ser, es autocentrada. El problema social de la coexistencia de un pequeño número de ricos y un gran número de pobres fue reglamentado en tanto se alcanzara " el más grande bien para la mayoría ". La sociedad hacía lo mejor posible para el máximo de personas, y había que aceptar que el resultado fuese desgraciadamente muy enfadoso respecto de aquellos, muy numerosos, para los cuales la felicidad no estaba en su agenda.

En 1830, una nueva fórmula, siempre de actualidad, fue propuesta para evacuar la pobreza de la conciencia pública. Esta formula se asocia a los nombres del financiero David Ricardo (1772-1823) y del pastor anglicano Thomás Robert Malthus (1766-1834): si los pobres son pobres, es por su culpa - esto se explica por su fecundidad excesiva-. Su intemperancia sexual los condujo a proliferar hasta los límites de los recursos disponibles. Para el maltusianismo, la pobreza tiene su causa en la cama, los ricos no son responsables de su creación o de su disminución.

A mediados del siglo XIX, otra forma de negación conoció un gran éxito, particularmente en los Estados Unidos: el " darvinismo social ", asociado al nombre de Herbert Spencer (1820-1903). Para este último, tanto en la vida económica, como en el desarrollo biológico, la regla suprema era la supervivencia de las más aptas, expresión prestada sin razón a Charles Darwin (1809-1882). La eliminación de los pobres es el medio utilizado por la naturaleza para mejorar la raza. La calidad de la familia humana sale reforzada con la desaparición de los débiles y los desheredados.

Uno de los más notables portavoces norteamericanos del darvinismo social fue Juan D. Rockefeller, el primero de la dinastía, que declaró en un discurso célebre: " la variedad de rosa " American Beauty " no puede ser producida, con el esplendor y el perfume que entusiasman al que la contempla, mas que sacrificando los primeros botones que crecen alrededor de ella. Lo mismo ocurre en la vida económica. No es más que la aplicación de una ley de la naturaleza y de una ley de Dios. "

En el curso del siglo XX, el darvinismo social llegó a ser considerado un tanto demasiado cruel: su popularidad decayó y, cuando se hacía referencia a él, generalmente era para condenarlo. Al darvinismo le sucedió una negación más amorfa de la pobreza, asociada con los presidentes Calvin Coolidge (1923-1929) y Herbert Hoover (1929-1933). Para ellos, toda ayuda pública a los pobres suponía un obstáculo al funcionamiento eficaz de la economía. Era hasta incompatible con un proyecto económico que había servido tan bien a la inmensa mayoría de la gente. Esta idea de que es económicamente perjudicial ayudar a los pobres se mantiene. Y, en el curso de estos últimos años, la búsqueda de la mejor manera de evacuar toda mala conciencia respecto a los pobres se hizo una preocupación filosófica, literaria y una retórica de primera línea. Es también una empresa no desprovista de interés económico.

De los cuatro o posiblemente cinco métodos corrientes para guardar buena conciencia en la materia, el primero es el producto de un hecho indiscutible: la inmensa mayoría de las iniciativas para favorecer a los pobres dependen, de una manera o de otra, del Estado.

Entonces hace carrera la idea que el Estado es incompetente por naturaleza, salvo cuando se trata de administrar el Pentágono (o la seguridad democrática. N. del T) y de involucrar los mercados públicos con empresas de armamentos. Dado que es a la vez incompetente e ineficaz, no se sabría como pedirle acudir en socorro a los pobres: Esto no haría más que aumentar el desorden y además agravaría su suerte.

Un mecanismo de negación psicológica

Vivimos una época donde los argumentos acerca de la incompetencia pública son evidentes, condenándose generalmente a los funcionarios, a excepción, y jamás lo diremos suficientemente, de los que trabajan para la Defensa Nacional. La única forma de discriminación siempre autorizada - para ser más preciso, todavía incitada - en los Estados Unidos, es la discriminación con respecto a los empleados del gobierno federal, en particular en las actividades de las que dependen la protección social. Tenemos grandes burocracias en las empresas privadas, rebosando de burócratas empresariales, pero esa es la gente buena. La burocracia pública y los funcionarios son malos.

De hecho, los Estados Unidos disponen de una administración pública de calidad, servida por agentes competentes, devotos y honrados en su casi totalidad, y poco propensos a dejarse sobrefacturar por los proveedores de llaves inglesas, bombillas eléctricas, máquinas de café y asientos de baño. Curiosamente, cuando tales infamias se produjeron, esto fue en el Pentágono...

Casi eliminamos la pobreza entre las personas de edad, democratizamos grandemente el acceso a la salud y a la atención social , garantizado a las minorías el ejercicio de sus derechos civiles, y bastante se ha hecho para garantizar la igualdad de oportunidades en materia de educación. He aquí un balance notable para gente reputada como incompetente e ineficaz. Fuerza es comprobar que la condena actual de toda acción y administración gubernamentales es en realidad uno de los elementos de una intención más vasta: declinar toda responsabilidad con respecto a los pobres.

El segundo método que se inscribe en esta gran tradición secular consiste en explicar que toda forma de ayuda pública a los indigentes sería un muy mal servicio que se les hace. Destruye su espíritu. Los desvía de un empleo bien remunerado. Quebranta las parejas, ya que las esposas, en cuanto se encuentran sin marido pueden solicitar asistencia social para ellas y sus hijos. No existe ninguna prueba que estos daños sean superiores a aquellos a los que arrastraría la supresión de los apoyos públicos. Sin embargo, el argumento según el cual perjudican gravemente a los desheredados es constantemente vuelto a cernirse, y, más grave, es creído. Esta es sin duda la más influyente de nuestras fantasmagorías.

El tercer método, vinculado al precedente, para lavarse las manos de la suerte de los pobres: afirmar que la asistencia pública tiene un efecto negativo sobre la incitación a trabajar. Según esto, se opera una transferencia de las rentas de los activos a los ociosos e inútiles, y, este hecho, desanima los esfuerzos de estos activos y animan la ociosidad de las personas perezosas.

La economía llamada de la oferta, es la manifestación moderna de esta tesis. Sostiene que, en los Estados Unidos, los ricos no trabajan porque los impuestos toman una porción demasiado grande de sus rentas. Así, arrancando el dinero de los pobres y entregándoselo a los ricos, estimulamos su esfuerzo y por lo tanto la economía. ¿ Pero quién puede creer que la gran masa de pobres prefiere el auxilio social a un buen empleo? .

¿ O qué los ejecutivos de las grandes empresas - personajes emblemáticos de nuestra época - pasan su tiempo de brazos cruzados aduciendo el motivo de que no son bastante bien pagados? He aquí una acusación escandalosa contra el ejecutivo empresarial norteamericano, quien es universalmente conocido por trabajar duro.

La cuarta técnica que permite aliviar la conciencia es poner en evidencia los efectos negativos que una confiscación de sus responsabilidades tendría sobre la libertad de los pobres. La libertad, es el derecho de gastar a su antojo , y de ver al Estado recaudar y gastar el mínimo de nuestras rentas. Aquí todavía, el presupuesto de la Defensa Nacional es cosa aparte. Para repetir las declaraciones definitivas del profesor Milton Friedman (1), " la gente debe ser libre de escoger ".

Esta es sin duda la más reveladora de todas las argucias, porque cuando se trata de pobres, no se establece ninguna relación entre sus rentas y su libertad. (El profesor Friedman postula una vez más una excepción adicional, pues, mediante el rodeo del " impuesto negativo ", que recomienda, garantizaría una renta universal mínima.) cada uno convendrá sin embargo que no existen forma de opresión más aguda, ninguna obsesión más continua, que las del individuo que no tiene más de cinco céntimos en el bolsillo.

Se oye mucho hablar de atentados a la libertad de los más afortunados cuando sus rentas son disminuidas por los impuestos, pero jamás se oye hablar del aumento extraordinario de la libertad de los pobres cuando tienen un poco de dinero que gastar. Las limitaciones que impone el sistema de contribuciones a la libertad de los ricos son sin embargo bien poca cosa comparado con el aumento de libertad que se aporta a los pobres cuando se les proporciona una renta.

En fin, cuando todos los raciocinios precedentes no bastan, sobrevive una negación psicológica. Se trata de una tendencia psíquica que, por variadas digresiones , nos conduce por ejemplo a evitar pensar en la muerte.

Hace que mucha gente evite pensar en la carrera armamentista, y con ello en la extinción probable de la humanidad. El mismo mecanismo se pone manos a la obra para ahorrarse pensar en los pobres, estén en Etiopía, al sur de Bronx o en Los Angeles. Concéntrese sobre algo más agradable, nos aconsejan entonces.

Tales son los métodos a los cuales recurrimos para evitar preocuparnos por la suerte de los pobres. Todas ellas, salvo posiblemente la última, testimonian una gran inventiva en la línea de Bentham, Malthus y Spencer.

La compasión, acompañada por un esfuerzo del poder público, es la menos cómoda de las reglas de comportamiento y de acción en nuestra época. Pero resta como la única compatible con una vida verdaderamente civilizada. Es también, en resumidas cuentas, la regla más auténticamente conservadora. No hay ninguna paradoja en esto. El descontento social y las consecuencias que puede conllevar no vendrán de gente satisfecha. En la medida en que podremos tornar la satisfacción tan universal como sea posible, preservaremos y reforzaremos la tranquilidad social y política. ¿ No es esto a lo que los conservadores deberían aspirar ante todo?

John Kenneth Galbraith.


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