martes, 3 de enero de 2012

Formar profesionales es fácil, lo difícil es formar ciudadanos

Fernando Savater **

No quisiera contribuir a que aumentase en frondosidad el bosque de siglas en el que transcurre nuestra vida —parece que de forma ya irrevocable— desde hace décadas, pero como todo se contagia (menos la hermosura, señala la sabiduría popular) el otro día me encontré dando vueltas a una nueva trinidad de iniciales: I.S.P. Venía yo de discutir con un amigo sobre los alarmantes resultados de una encuesta internacional sobre los conocimientos de estudiantes de muchos países, entre los cuales quedaban en posición especialmente poco lucida los alumnos españoles. Mi interlocutor se escandalizaba de que nuestra juventud estuviese cada vez "peor preparada". Su inquietud se refería a la falta de conocimientos en materias como ciencias, historia, geografía o literatura. ¿Qué profesionales podemos esperar si las nuevas generaciones padecen tales deficiencias en su formación? Y yo, compartiendo su preocupación también, le repuse que no era ese falta de preparación académica, con todo, lo que más me preocupaba de los jóvenes actuales, fuesen españoles o de cualquier otro lugar. Por el contrario, a mí lo que me asusta es que haya cada vez más gente con suficiente competencia profesional y con perfecta incompetencia social. Lo que podríamos llamar "Idiotas Suficientemente preparados". O para abreviar, también de modo un poco idiota: I.S.P.

Tomo el término "idiota" en la acepción más próxima a su etimología griega: persona carente de interés cívico y de capacidad para desarrollar las atribuciones que corresponden a un ciudadano. En uno de sus últimos libros, el venerable John Kenneth Galbraith asegura con conocimiento de causa que "todas las democracias actuales viven bajo el temor permanente a la influencia de los ignorantes". Estoy convencido de que por "ignorantes" no entiende aquellas personas que desconocen la ubicación geográfica de Tegucigalpa o quien fue el abuelo paterno de Chindasvinto, porque en este sentido casi todos somos bastante ignorantes (siempre nos faltan informaciones precisas sobre muchos aspectos concretos de la realidad, pero para eso están las enciclopedias informatizadas y los bancos de datos). Los ignorantes de Galbraith, aquellos a los que yo llamo "idiotas", no están sólo mal informados académicamente sino sobre todo mal formados cívicamente: no saben expresar argumentadamente sus demandas sociales, no comprenden las demandas inteligiblemente razonadas de los demás, no son capaces de discernir en un texto sencillo o en un discurso político lo que hay sustancia cerebral y lo que es mera hojarasca demagógica, desconocen minuciosamente los valores que deben ser compartidos y aquellos contra los que es lícito —incluso urgente— rebelarse. Viven entre los demás, se benefician de estructuras democráticas, medran gracias a la capacidad social de producir bienes y servicios... pero se mantienen intelectualmente como parásitos o, aún peor, como depredadores.

Me impresionó un panel publicitario que vi en Brasil, cuya fotografía reprodujo luego algún periódico español. Era el reclamo de una escuela y mostraba una gran foto de Bin Laden, con la leyenda: "Osama Bin Laden, ingeniero". Abajo decía: "Formar profesionales es fácil, lo difícil es formar ciudadanos". En efecto, probablemente la preparación técnica en nuestros días no es peor, todo lo contrario, que en el pasado: lo realmente malo es que la educación no va más allá, que no consigue acuñar miembros responsables y tolerantes, por críticos que sean, para vivir en sociedades pluralistas.

Patentamos insolidarios que sólo se preocupan de sus derechos sociales pero nunca de sus deberes o fanáticos tenebrosos, carne de intransigencia y demagogia. Falta la preparación de ciudadanos. Esos hackers jovencitos, dedicados a la divertida ocupación de producir virus que destrozarán el trabajo de personas desconocidas, no carecen de preparación técnica: al contrario, la tienen en demasía. Pero son social y moralmente idiotas, ignorantes de lo que significa convivir en una comunidad cada vez más amplia de libertades y garantías. Las personas que hoy, en Estados Unidos o donde sea, aplauden la demolición de dichas libertades y garantías en nombre de una discutible seguridad pertenecen también a esa ralea de ignorantes a los que se refería Galbraith. No menos que los que corean consignas antiyanquis que no expresan justificadas críticas políticas sino el inconfesable agrado resentido por los crímenes que se cometieron en Nueva York o Washington. El problema no es lo que no saben hacer sino lo que no saben ser: humanos entre los humanos, libres pero responsables, críticos pero no obsesos ni caprichosos seguidores de los archimandritas de la superstición apocalíptica. Son, ay, idiotas, aunque eso sí, suficientemente preparados.

Eduquemos mejor...o empecemos a temblar.

** El autor ha escrito Ética para Amador, entre otros libros.

Diario El Universal (México).
Lunes 14 de enero del 2002
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