viernes, 31 de marzo de 2017

Joseph Haydn (31 Marzo 1732 - 31 Mayo 1809)



Con Joseph Haydn, la tarea de identificarlo con una de sus obras más conocidas no es tan problemática. El allegro del concierto para trompeta es la carta de presentación del compositor. Los virtuosos de la trompeta sin excepción se miden contra esta pieza. Además este allegro debería ser parte del repertorio clásico más esencial de cualquier colección.



En el segundo movimiento de su sinfonía "Sorpresa", el compositor destila todo se sentido del humor, preparando paso a paso las condiciones ideales para casi matar del susto a los que se duermen en los conciertos de las orquestas sinfónicas. Seguramente que a Haydn no le caían muy en gracia los dormilones, ni los que están cabeceando durante los conciertos. Esta es su pequeña vendetta.



Por último, una pieza que conocimos en los ochentas gracias  a la Radio Clásica, que de milagro todavía sobrevive en El Salvador. El primer movimiento del concierto de Lira. Cuando pedí el disco en la sucursal  de Bologna de la famosa tienda Ricordi, el vendedor no lo podía creer. Un extracomunitario que conocía a Haydn. También es parte  de mi C.V.


 

miércoles, 29 de marzo de 2017

Predicadores en el Campus

La ignorancia frecuentemente genera más certidumbre que el conocimiento:
son los que saben poco, y no los que saben mucho,  
quienes afirman contundentemente que este o aquel problema,
nunca serán resueltos por la ciencia
CHARLES DARWIN

Hace cincuenta años, en la mejor época de la reforma universitaria en la UES, eran impensables las boberías que practican no pocos graduados, y  docentes de la institución. Los seguidores de  reconocidas  sectas despliegan  orgullesamente su afiliación, y lo que era impensable en aquel tiempo, ahora es una realidad cotidiana: predicadores evangélicos en el campus [predicando, por supuesto]. En referencia a esta ola, basta recordar los precedentes que hasta ahora han prevalecido en las sociedades en las que se ha establecido la separación entre iglesia y estado. No se deben permitir manifestaciones, ni expresiones con símbolos religiosos en lugares públicos. Basta ver el ejemplo de los Estados Unidos. Pero resulta que ahora todo es absolutamente al revés, a Darwin hay que mencionarlo en voz baja, para que no se ofendan ni los fundamentalistas ni los seguidores de las pseudo-ciencias. Las sectas ultraconservadores se ha dado cuenta que el campus de la UES es un coto de caza abierto. El vacío intelectual provocado por la persecución de los años setenta y ochenta, en el que buena parte de la inteligencia abandonó el claustro, con reemplazos que nunca estuvieron, ni están a la altura intelectual de las circunstancias, le dejó el campo abierto incluso a grupos tan extremistas que  ni en mis peores sueños pude imaginar que hicieran reclutamiento abierto en el campus. Me refiero obviamente a la conocida prelatura vaticana que aparece en las historietas de Dan Brown.

En días recientes, compartí con algunos conocidos, un artículo de El País en el  que se hacía un análisis de los métodos Goebbelianos de la actual administración norteamericana. A juzgar por algunas reacciones, se puede dar fe que algún Innombrable  hizo una muy buena inversión cuando recomendó contrarrestar las consecuencias del Concilio Vaticano II en Latinoamérica: La fe es demasiado importante para dejarla en manos de las religiones. Los nuevos santulones alzan las cejas si les dices que Mr. Nazi es un nazi. Parece que es un mal tema de conversación. Así es el kitsch, todos satisfacemos necesidades fisiológicas varias veces al día, pero el verbo cagar sigue siendo tabú. Alguna vez dije, y todavía sostengo, que la universidad, ya sea esta o cualquier otra, ha fracasado como formadora de buenos ciudadanos, cuando los egresados se van del claustro manteniendo el mismo marco  de referencia que ya tenían antes de ingresar a la Universidad: la filosofía, la ética, etc. les entra por un oído y les sale por el otro. A juzgar por los especímenes con los que uno puede interactuar dentro del campus o por medio de las redes de afinidad profesional, nombres como el de  Charles Darwin, son referencias de mal gusto para esta camada de nuevos santulones. Tal como en la "Historia Interminable" de Michael Ende, cuando la obscuridad, y la nada, invaden el universo, y la metáfora del oscurantismo devora paso a paso todos los reductos de humanismo, lo que queda es una estela de cerebros vacíos.  El oscurantismo y la destrucción, además de metafóricos, en algunos casos son realidades al pie de la letra.










sábado, 25 de marzo de 2017

De Viaje con Kapuscinski: Problem/No Problem


"Historia" de Heródoto era el libro de cabecera de Kapuscinski durante buena parte de su carrera como corresponsal [en no pocas ocasiones -de guerra-] en lugares tan variados como La India, El Congo, México, Honduras [por cierto cubriendo la guerra con El Salvador], China, etc. De alguna manera Kapuscinski se reconoce a si mismo en aquel incansable viajero de hace mas de dos mil quinientos años que se impuso a si mismo la monumental tarea de preservar nada más y nada menos que la memoria de la humanidad. Mientras se encontraba recorriendo Etiopía pasando antes por Uganda, Tanzania y Kenia escribe:

 "el conductor con el que viajé más a menudo se llamaba Negusi....  Negusi era un modelo de pulcritud,  en todas las paradas  se quitaba concienzudamente el polvo del traje con un pequeño cepillo que llevaba consigo.  Su comportamiento estaba de sobra justificado... Mis viajes con Negusi, me reafirmaron una vez más en la convicción de que la figura de otra persona entraña una riqueza  extraordinaria de lenguajes.... Y es que todo habla: la expresión de la cara y de los ojos, la gesticulación de las manos y el movimiento del cuerpo,más ondas que emite este último, la ropa y la manera de llevarla, y decenas de otros transmisores, emisores, amplificadores  y silenciadores que conforman la persona, y su química... El inglés de Negusi se reducía a tan solo dos palabras: problem/no problem... Pero con ellas nos comunicábamos en las peores situaciones. Esas dos palabras, más ese lenguaje extraverbal en que se convierte todo persona cuando la observamos atentamente y nos impregnamos de ella, bastaban para que no nos sintiéramos perdidos ni extraños y pudiésemos viajar juntos."

Me encontraba en este punto de la lectura del libro "Viajes con Heródoto" mientras viajaba en un autobús de la ruta 101D, cuando un joven pasajero de un grupo de tres, se sentó a mi lado, y de golpe comprendí el valor de las dos únicas frases en inglés que utilizaba Negusi, sin dudarlo un segundo pensé -problem- y discretamente dejé de leer mi libro de viajes y lo guardé sigilosamente en mi bolsón. Como un ejemplar típico de este tiempo que me ha tocado, debo reconocer que no puedo pasar por alto la sensación de peligro que se genera en el ambiente de un autobús cuando ingresa un grupo de jóvenes que exhiben determinadas características- problem or no problem, that is the question. En momentos así, todos los discursos de inclusión, integración, etc. pasan a ser letra muerta, lo fundamental es que si tienes los dos dólares que te exigirán, cuando uno de ellos se coloque al frente del autobús y nos explique las reglas del juego, entonces no problem. Si no los  tienes, entonces problem.

martes, 21 de marzo de 2017

J. S. Bach (21 marzo 1685- 28 julio 1750)

Dicen los conocedores que proponer una antología de Bach no es tarea fácil. En la radio clásica de New York ha aparecido este día del cumpleaños del músico, una lista con una sugerencia de 20 grabaciones que serían algo así como el Bach esencial. Nada más alejado de la verdad. Este J. S. Bach esencial, es un super-Bach. Aquí está nada más y nada menos la versión  que se puede  editar  en youtube a partir de esta "sencilla" lista, con la cual los menos conocedores podemos apenas hacernos una leve idea del genio de J.S. Bach. 

  1. Oratorio de Navidad, Tom Koopman y la Orquesta Barroca de Amsterdan
  2. Las Suites Inglesas,  Andras Schiff,
  3. Sinfonías. Academia Bizantina.
  4. Magnificat de la cantata 51.
  5. Arreglos. Angela Hewitt.
  6. Obras para Órgano. Simon Preston.
  7. Sonatas and Partitas for solo violin Arthur Grumiaux
  8. Mi Bach favorito.

  9. Conciertos de Brandenburgo
  10. Well tempered klavier Till Fellner
  11. La pasión según San Mateo
  12. Concierto para dos violines
  13.  'Bach Hits Back, A Cappella Amadeus'
    Swingle Singers

  14. Cello suites. Rostropovich.
  15. Mass en B menor. Bach Collegium Japan.
  16. Keyboard concertos Murray Perahia
  17. Stokowsky transcriptions
  18. Bach Easter oratorio.
  19. Motets
  20. Goldberg variations. Glenn Gould.


jueves, 16 de marzo de 2017

De vez en cuando




lunes, 13 de marzo de 2017

Ryszard Kapuscinski: La Guerra del Fútbol I

¡Oh, Dios!
A pesar de las oraciones con que te rogamos,
siempre perdemos nuestras guerras.
Mañana volveremos a librar una batalla
que será realmente grande.
Necesitamos tu ayuda más que nada en el mundo,
y por eso debo decirte:
la batalla de mañana será dura e implacable.
No habrá en ella lugar para los niños.
Por eso te suplico:
No nos envíes a tu Hijo.
Ven Tú en persona en nuestra ayuda.

(Oración de Koq,
jefe de la tribu de los grikuas,
antes de la batalla contra los afrikaners
en 1876.)


Nota del Blog:
En la edición italiana de "La guerra del fútbol, que tuve la oportunidad de hojear hace casi 25 años durante una visita a la libreria Feltrinelli de Bologna, se incluye un apartado  diferente  de la misma oración en el que básicamente, el jefe africano le pide a Dios que de una vez por todas permita que los débiles le ganen una guerra a los poderosos. El texto  "La guerra del fútbol"  da título al  libro  que Kapuscinski publicó en 1992, y en el cual se incluye una selección de crónicas y reportajes de los años 60 y 70. En mi opinión, Kapuscinski mantuvo la versión original del texto "La guerra del fútbol", por ética profesional, probablemente a sabiendas de que el texto contenía errores, originados en parte por el gusto del autor en intentar  convertir los reportajes en piezas literarias, y en parte por no disponer siempre de los medios para verificar sus fuentes. Algunos de los hechos incluidos por  Kaspucinski -especialmente la historia de Amelia Bolaños- aparentemente solo ocurrieron en la imaginación de Luis Suarez, ya que como confiesa Kapuscinski "yo le creía todo lo que él me decía". Sin embargo,  a parte de la no tan pequeña dosis de realismo mágico, el texto es muy valioso, especialmente para los salvadoreños y su historia. Aquí presentamos una versión editada, la cual  seguramente que no sería del gusto de Kapuscinski, pero desde este lado del mundo, tan solo tratamos de rescatar los hechos detras del texto "La guerra del fútbol", al fin y al cabo, hemos sido nosotros los que hemos tenido que cargar con el estigma acuñado por Kapuscinski.




LA GUERRA DE FÚTBOL

Luis Suarez dijo que habría guerra, y yo siempre creía pies juntillas todo lo que él decía.  Vivíamos juntos en la Ciudad de México, y Luis me daba clases sobre América Latina. me enseñaba lo que es y cómo comprenderla. Tenía un olfato especial para ver venir los acontecimientos. En su tiempo, predijo certeramente la caída de Goulart en Brasil, la de Bosch en la República Dominicana, y la de Jiménez en Venezuela. Mucho antes del regreso de Perón, creía que el viejo caudillo volvería a ser presidente de Argentina, como también vaticinó la muerte inminente del dictador de Haití, Francois Duvalaier, cuando todo el mundo le auguraba  muchos años de vida. Luis sabía moverse por las arenas movedizas de este continente, en las que los aficionados como yo cometíamos error tras error y acabábamos hundiéndonos  sin remisión.

En esta ocasión, Luis expresó su opinión sobre la guerra que se nos avecinaba después de doblar el periódico en el que acababa de leer una crónica deportiva, dedicada al partido de fútbol que habían jugado las selecciones nacionales de Honduras y El Salvador. Los dos equipos luchaban  por clasificarse para el mundial que, según lo anunciado, se celebraría en México en 1970.

El primer partido se jugó el domingo 8 de junio de 1969 en la capital de Honduras, Tegucigalpa.

Nadie en todo el mundo prestó atención a este acontecimiento.

El equipo de El Salvador llegó a Tegucigalpa el sábado, y todos sus miembros pasaron la noche en blanco en el hotel. No pudieron dormir porque fueron víctimas de una guerra psicológica que desencadenaron los hinchas hondureños. El hotel se vió rodeado por un hervidero de gente. la multitud arrojaba piedras contra los cristales y aporreaba laminas de hojalata y bidones vacíos. A cada momento estallaban con estruendo los petardos.  Se disparaban en aullidos espantosos los cláxones de los coches que habían rodeado el hotel. Los hinchas silbaban, chillaban, proferían gritos llenos de hostilidad. El escándalo se prolongó durante toda la noche. Y todo para que los jugadores del equipo contrario, sin haber podido pegar ojo, nerviosos y cansados, perdieran el partido. En Latinoamérica, semejantes prácticas están a la orden del día, así  que no sorprenden a nadie.

Al día siguiente, Honduras venció a El Salvador, muerto de sueño, por 1 a 0.

Una semana después se celebraba en un campo de fútbol de bello nombre, Flor Blanca, de la capital salvadoreña, San Salvador, el partido de vuelta. Esta vez fue el equipo hondureño el que pasó la noche en blanco: una multitud de hinchas encolerizados rompieron todos los cristales de las ventanas del hotel para, a continuación, arrojar al interior de las habitaciones toneladas de huevos podridos, ratas muertas y trapos apestosos.

Las afueras del estadio estaban tomadas por el ejército. Alrededor del campo mismo, cordones de soldados del regimiento de élite de la Guardia Nacional blandían sus metralletas listas para disparar. Cuando sonó el himno nacional de Honduras, el estadio estalló en gritos, silbidos, abucheos e insultos, que no cesaron hasta la última nota. A continuación, en lugar de la bandera nacional de Honduras, que había sido quemada para gran jubilo de los espectadores, locos de alegría, los anfitriones izaron en el asta un harapo sucio y hecho jirones. Resulta evidente que dadas las circunstancias, los jugadores de Tegucigalpa no pudieron pensar en el juego. Solo pensaban en si iban a salir de allí con vida. "Menos mal que hemos perdido este partido", dijo con alivio el entrenador del equipo visitante, Mario Griffin.

El Salvador ganó por 3 a 0.

Directamente desde el campo de fútbol, el equipo de Honduras fue llevado al aeropuerto en los mismos carros blindados que lo habían traído. Peor suerte corrieron sus hinchas, que golpeados y pateados sin piedad, huían  hacia la frontera. Dos personas resultaron muertas. Docenas tuvieron que ser hospitalizadas. Ciento cincuenta coches hondureños fueron incendiados. Pocas horas después la frontera entre ambos países estaba cerrada.

Todo esto lo leyó Luis en el periódico y dijo que habría guerra. En sus tiempos había sido un gran reportero y conocía a la perfección su terreno.
  
En América Latina, decía, la frontera entre el fútbol y la política es tan tenue que resulta casi imperceptible. Es larga la lista de los gobiernos que cayeron o fueron derrocados por los militares sólo porque la selección nacional había perdido un  partido. Los militares llaman traidores a la patria a los jugadores del equipo perdedor. Cuando Brasil ganó en México el campeonato Mundial, un amigo mío, exiliado político brasileño, estaba destrozado: "La derecha militar", dijo, "tiene asegurados por lo menos otros cinco años de gobierno sin que nadie la importune." En su camino hacia el título de campeón, Brasil ganó a Inglaterra. El diario Jornal dos Sportes, que se publica en Río de Janeiro, explica la causa de la victoria en el articulo titulado "Jesús defiende a Brasil" con estas palabras: "Cada vez que el balón se acercaba a nuestra portería y parecía que nada podría salvarnos del gol, Jesús bajaba un pie de entre las nubes y despedía la pelota fuera del campo." El artículo se publicó acompañado de dibujos que ilustraban ese fenómeno sobrenatural.

-¿Crees que merece la pena ir a Honduras? - le pregunté a Luis, que en aquella época era redactor de Siempre, un semanario serio e influyente.

-Creo que sì -me contestó-, seguro que pasará algo.

A la mañana siguiente aterricé en Tegucigalpa.

Al anochecer un avión sobrevoló la ciudad y arrojó una bomba. Todo el mundo oyó el estruendo del estallido. las colinas que rodean la capital multiplicaron la violenta explosión del metal reventado, por lo que más tarde hubo quienes sostuvieron que se trataba de todo un bombardeo. El pánico se apoderó de la ciudad. La gente se refugiaba en los portales, los comerciantes cerraban sus tiendas. Los conductores abandonaban los coches en medio de la calle. Una mujer corría por la acera, gritando: "¡Mi hijo! ¡Mi hijo! De pronto enmudeció, y todo se sumió en el siencio. Un silencio tal que la ciudad parecía muerta. Al cabo de unos instantes se apagó la luz, y toda Tegucigalpa quedó sumida en la oscuridad.

Fuí corriendo al hotel, irrumpi más que entré en mi habitación, coloqué una hoja de papel en la máquina de escribir y me puse a redactar el texto de un telegrama para Varsovia. Tenía mucha prisa, porque sabía que era el único corresponsal extranjero en Tegucigalpa y  que podía ser el primero en transmitir al mundo la noticia del estallido de la guerra en América Central.

La habitación estaba tan oscura que no podía ver nada. Bajé a tientas a la recepción, donde me dejaron una vela. Volví al cuarto, encendí la vela y puse mi transistor. El locutor daba lectura al comunicado del gobierno de Honduras sobre el inicio de la guerra con El Salvador. Después vino la noticia de que el ejército salvadoreño había comenzado los ataques a Honduras a lo largo de toda la línea del frente.

Empecé a escribir:

TEGUCIGALPA (HONDURAS) PAP 14 DE JULIO VIA TROPICAL RADIO RCA HOY A LAS SEIS DE LA TARDE EMPEZÓ LA GUERRA ENTRE EL SALVADOR Y HONDURAS LA AVIACIÓN DE EL SALVADOR BOMBARDEÓ CUATRO CIUDADES HONDUREÑAS STOP AL MISMO TIEMPO LAS TROPAS DE EL SALVADOR VIOLARON LA FRONTERA CON HONDURAS INTENTANDO PENETRAR EN EL INTERIOR DEL PAÍS STOP EN RESPUESTA  AL ATAQUE DEL AGRESOR LA AVIACIÓN DE HONDURAS BOMBARDEÓ LOS MÁS IMPORTANTES CENTROS INDUSTRIALES Y OBJETIVOS ESTRATÉGICOS DE EL SALVADOR Y LAS FUERZAS TERRESTRES EMPRENDIERON ACCIONES DEFENSIVAS.

 En aquel instante oí gritar desde la calle: "¡Apaga la luz!", una, dos más veces, y con una voz cada vez más apremiante y nerviosa, así que me ví obligado a pagar la vela. Seguí escribiendo a tientas, a ciegas; solo de cuando en cuando alumbraba con la llama de una cerilla.

LA RADIO INFORMA QUE SE LIBRAN DUROS COMBATES EN TODO EL FRENTE Y QUE LAS TROPAS DE HONDURAS CAUSAN  GRANDES BAJAS AL EJÉRCITO DE EL SALVADOR STOP EL GOBIERNO EXHORTA A LA NACIÓN A DEFENDER LA PATRIA EN PELIGRO Y APELA A LA ONU PARA QUE CONDENE LA AGRESIÓN.

Bajé al vestibulo con el telegrama, encontré al propietario del hotel, y le rogué que buscasé a alguien que me acompañase a Correos. Como había llegado ese mismo día, desconocía Tegucigalpa por completo. No es que sea una ciudad grande -apenas un cuarto de millón de habitantes-, pero está situada sobre colinas, lo que hace que tenga un entramado de calles complicado. El propietario quería ayudarme, pero no tenía a nadie disponible, y yo tenía prisa. Al final llamó a la policía. Ningún agente tenía tiempo. Así que llamó a los bomberos. Al cabo de un rato, llegaron tres, con sus uniformes de trabajo, cascos y hacha incluidos. Nos saludamos a ciegas, no pude ver sus rostros. Les supliqué que me condujeran a Correos. "Conozco muy bien Honduras", mentí, "y sé que es un país que alberga a la gente más hospitalaria del mundo. estoy seguro que no me negarán el favor. Es muy importante que el mundo sepa la verdad sobre quién empezó la guerra, quién disparó primero, etc., y quiero asegurarles que lo que he escrito es la purísima verdad. Ahora lo primordial es el tiempo; debemos darnos prisa".

Salimos del hotel. A través de la oscura noche solo pude distinguir la línea de la calle. No sé por qué, pero hablábamos en voz muy baja, susurrando. Contaba los pasos en un intento de memorizar el camino. Estaba a punto de llegar a mil, cuando los bomberos se detuvieron, y uno de ellos llamó con los nudillos a una puerta. Desde el interior, una voz nos preguntó con insistencia quiénes éramos. Luego la puerta se abrió fugazmente, tan solo un instante, para que  desde fuera no se viese la luz. Ahora ya estaba dentro. Me dijeron que esperara. En todo Honduras había un solo aparato de telex, que en esos momentos estaba ocupado por el presidente de la república. El presidente mantenía por telex un intercambio de impresiones con la embajada de Honduras en Washington, a la que le ordenaba solicitar ayuda militar al gobierno de Estados Unidos. La consulta se prolongó lo indecible, porque tanto el presidente como el embajador usaban un lenguaje increiblemente salpicado de florituras, amén de que la conexión se cortaba a cada momento.

Hasta medianoche no conseguí comunicarme con Varsovia. La máquina imprimió el número TL 813480 PAP VARSOVIA, Di un salto de alegría. El operador me preguntó

- ¿Varsovia es un país?

- No es un país. Es una ciudad. El país se llama Polonia.

- Polonia, Polonia -repitió en un intento de reconocerlo, pero vi que el nobre no le evocaba nada.

Preguntó a Varsovia

HOW RECEIVED MSG BBI + + = :?

Y Varsovia contestó

RECEIVED OK OK GREE FOR RYSIEK TKS TKS + + + !

Abracé al operador efusivamente, deseándole que saliera de la guerra sano y salvo, y me dispuse a regresar al hotel. Apenas salí a la calle y recorrí una veintena escasa de metros, me di cuenta de que me había perdido. Estaba envuelto en una oscuridad total, densa, espesa e impenetrable, como si una venda negra me cubriera los ojos; pero no podía ver nada en absoluto, ni siquiera mis propios brazos, extendidos hacia adelante. El cielo debía haberse cuberto de nubes, pues habían desaparecido las estrellas, y en ninguna parte se veía luz alguna.

Estaba solo en medio de una ciudad extraña y desconocida, que no podía ver y que parecía haber quedado sepultada bajo tierra. Un silencio cargado de tensión lo envolvía todo; la ciudad había enmudecido como si la hubieran hechizado, ni  una sola voz, ningún sonido llegaba de ninguna parte. Caminaba hacia adelante, palpando como un ciego, las paredes, las cañerías de desague y las rejas de los escaparates. Me percaté de que mis pasos retumbaban sobre la acera, así que empecé a andar de puntillas y con sumo sigilo. De pronto mi mano dio en el vacío: no había más pared; debía haber llegado al final de la manzana. ¿Habría salido a una plaza?   ¿O tal vez se trataba  del final de un terraplén y tenía delante un precipicio? Palpé el suelo con los pies. ¡Asfalto! Estaba en medio de una calzada. Crucé al otro lado y volví a pegarme al muro. Perdido sin saber dónde quedaba Correos ni dónde estaba el hotel, seguí avanzando. De repente oí un estruendo ensordecedor, senti que perdía el equilibrio y me desplomé sobre la acera.

Había volcado un cubo de basura de hojalata.

En aquel tramo, la calle debía de bajar en pendiente, porque el cubo rodó con estrépito durante un  buen rato. En ese momento oí abrirse muchas ventanas, de donde me llegaban unos susurros llenos de terror: "¡Silencio!, ¡Silencio!",  voces ahogadas de una ciudad que quería  que aquella noche el mundo se olvidara de ella, que deseaba sumirse  en la oscuridad y el silencio, que se defendía de ser desemascarada. A medida que se alejaba, vacío, el cubo de basura calle abajo, se abrían más y más ventanas y se repetia los susurros de "¡Silencio!, ¡Silencio!", suplicantes unos, furiosos otros. Pero no había manera de detener el monstruo de hojalata, que rodaba por las desiertas calles como enloquecido, chocando con estrépito contra  los adoquines, las farolas y los bordillos. Aterrorizado y empapado en sudor, me tendí sobre la acera, pegádome a ella como una lapa. Temía que empezasen a dispararme. Había cometido un acto de traición contra la ciudad. El enemigo podía haber oído el ruido del cubo de basura y así localizar la situación de Tegucigalpa, que, en semejante oscuridad y silencio, no había manera de detectar. Pensé que no me quedaba más que una salida: huir, largarme de allí  lo más lejos posible. Me levanté de un salto y eché a correr. Me dolía la cabeza debido al fuerte golpe que me había dado al caer sobre la acera. No obstante, seguí corriendo  como un poseso hasta que tropecé con algo y volví a caer de bruces. Sentí el sabor de la sangre en la boca. Me levanté y me apoyé contra una pared. El cerco de los muros se cerraba sobre mí, un ser indefenso, acorralado por una ciudad que ni siquiera podía ver. Agucé la vista en espera de la luz de las linternas, convencido de que me seguirían para darme caza. Atraparían al intruso que había infringido la última orden dada en esta guerra, orden que prohibía a todo el mundo salir a la calle durante la noche. Pero no ocurrió nada; todo estaba sumido en un silencio sepulcral y la más absoluta oscuridad. Seguí  a tientas  mi incierto camino, con los brazos extendidos, perdido en el laberinto de las calles. mallugado, sangrando y con la camisa hecha jirones. Debía llevar allí siglos enteros, seguramente  había llegado hasta el fin del mundo. De repente cayó  un aguacero, una violenta tormenta tropical. Por un instante un rayo iluminó la ciudad fantasma. Me vi en medio de unas calles que me eran completamente desconocidas, vi unos edificios viejos y míseros, una casa de madera, un farol, el empedrado- Todo desapareció en una fracción de segundo. Solo se oía el ruido de la lluvia y, de cuando en cuando, los bandazos del viento. Temblando de frío y empapado, permanecí inmóvil durante un rato, sacudido por escalofríos. Palpé el muro hasta encontrar la entrada de un portal, donde me refugié del aguacero. Acurrucado entre el muro y el portal, intenté dormir, pero no lo logré.

De madrugada me encontró allí una patrulla del ejército.

-Estúpido insensato -me dijo un sargento con cara de sueño-, ¿dónde te metes en una noche de guerra?

Me contemplaban con miradas llenas de sospecha; querían llevarme a la comandancia de la ciudad. Por suerte llevaba encima mi documentación y pude explicarles lo que había pasado. Me acompañaron al hotel. Durante el camino, el sargento  me dijo que los combates no habían   dejado de librarse toda la noche, pero como el frente estaba lejos, en Tegucigalpa no se podían oir los disparos.

Desde la mañana, la gente cavaba trincheras y levantaba barricadas. La ciudad se preparaba para el sitio. Las mujeres hacían acopio de alimentos y sellaban las ventanas con  tiras de papel adhesivo. La gente corría por las calles sin orden ni concierto en un ambiente de pánico generalizado. Brigadas de estudiantes pintaban lemas con grandes caracteres en las paredes, y en las vallas. Un cargamento de poesía se volcó en Tegucigalpa, y en pocas horas sus muros se cubrieron con miles de inscripciones.

NI LO SUEÑEN CABEZAS DURAS
JAMÁS CONQUISTARÁN NUESTRO HONDURAS

U otras como  éstas:
¡EH PAISANOS SIN TEMOR
A DEGOLLAR AL AGRESOR!

¡VENGAREMOS EL 3 A 0!

¡CUBRA LA INFAMIA A PORFIRIO RAMOS,
QUE SE ACUESTA CON UNA SALVADOREÑA!

QUIEN VEA A RAIMUNDO GRANADOS
AVISE A LA POLICÍA.
¡ES UN ESPÍA DE EL SALVADOR!

Los latinoamericanos, que ya de por sí están obsesionados con  los espías, los servicios secretos, los complots y las conspiraciones, ahora, en circunstancias de guerra, en todo el mundo veian a un confidente de la quinta columna. Mi situación tampoco se presentaba color de rosa. A ambos lados del frente, la propaganda había desatado una campaña salvaje culpando a los comunistas de todas las desgracias, y yo era el único corresponsal en la zona procedente de un país socialista. Quería quedarme allí hasta el final de la guerra, pero sabía que podían expulsarme en cualquier momento.

Fui a correos e invité al operador a una cerveza. El hombre estaba muy asustado, porque, aunque su padre era hondureño de origen, su madre era una ciudadana de El Salvador. Como mestizo, se encontraba entre los sospechosos. No sabía que suerte iba a correr. Desde la mañana, la policía agrupaba a todos los salvadoreños en unos improvisados campos de concentración, estadios las más de las veces. En toda Latinoamerica, los estadios cumplen esta doble función: en tiempos de paz sirven como terreno de juego, y en tiempos de crisis se convierten en campos de concentración.

Se llamaba Jose Málaga. Bebíamos cerveza en un bar próximo a correos. Nos unía la misma situación de inseguridad e incertidumbre, los dos estábamos subidos en el mismo carro. José telefoneaba a cada momento a su madre, que se había encerrado en casa, y le decía: "Mamá, estoy bien, no han venido a buscarme, sigo trabajando."

Al mediodía llegaron cuarenta corresponsales, mis colegas de México. Fueron en avión hasta Guatemala, y allí alquilaron un autobús, pues el aeropuerto de Tegucigalpa permanecía cerrado. Todos querían ir al frente. Para conseguir este objetivo, nos dirigimos al palacio presidencial, un edificio feo, de fachada seudomodernista, y pintado de un azul chillón, situado en pleno centro de la ciudad. Ahora, el palacio aparecía rodeado de ametralladoras, ocultas tras sacos de arena. En la explanada había baterías antiaéreas. Hombres uniformados aparecían por doquier. En el interior del palacio, los soldados dormían por los pasillos entre montones de armas. El desorden generalizado era la nota dominante del lugar.

Todas las guerras provocan un terrible desorden y no hacen sino malgastar vidas y cosas. La humanidad lleva miles de años de guerras y, sin embargo parece que cada vez se empiece desde el principio, como si se tratase de la primera guerra en la historia

Nos recibió un  capitán que se presentó como el portavoz del ejército. Preguntado por la situación, dijo que sus tropas obtenían victoria tras victoria a lo largo de todo el frente y que el enemigo sufría graves pérdidas.

-De acuerdo -convino Green de la AP-. pero nosotros queremos verlo.

En todas partes hacíamos hablar a los norteamericanos, aquello era su zona de influencia y, como les hacían caso, podían conseguir muchas cosas. El capitán anunció que saldríamos hacia el frente   al día siguiente, con la única condición de cumplir el requisito de traer dos fotografías.

Llegamos por carretera a un lugar donde vimos dos cañones de artillería y grandes  cantidades de municiones amontonadas bajo un árbol. Delante teníamos la carretera que conducía a El Salvador. A ambos lados del camino se extendian tierras pantanosas y, tras la franja de las cienagas, la selva, verde y tupida. De la frontera con El Salvador nos separaban ocho kilómetros.

Empapado en sudor y con la barba crecida, el comandante que estaba al frente de la defensa de la carretera nos dijo que no podíamos continuar. Que allí empezaba el territorio de operaciones militares en el que ambos ejércitos libraban  duros combates, luchando de tal manera que resultaba muy difícil determinar dónde actuaba y qué controlaba cada uno de los contendientes. En la espesura de la selva no se veía nada. A menudo,  destacamentos de bandos enemigos, errando perdidos  entre la maleza, se percataban de su mutua presencia, sólo en el momento en que se encontraban cara a cara. Por añadidura, los dos ejércitos usaban el mismo tipo de uniforme, llevaban idénticas armas y hablaban la misma lengua, así que, cuando una patrulla topaba con otra, no podía saber si había dado con los suyos o con el enemigo.

El comandante nos aconsejó que volviésemos a Tegucigalpa. pues en caso de intentar adentrarnos en la selva, nos exponíamos a morir sin saber si tan siquiera a manos de quién (como si eso tuviese alguna importancia, pensé). Pero entonces, los cámaras de televisión insisteron en que tenían que seguir adelante y llegar a la primera línea de fuego para filmar a los soldados en acción, cómo disparaban y cómo morían.  Gregor Straub, de la NBC, dijo que tenía que conseguir el primer plano de un soldado chorreando sudor. Rodolfo Carrillo, de la CBS, pretendía captar la imagen de un oficial moralmente derrotado que, sentado junto a un arbusto, llorara desconsolado porque habían muerto todos los hombres de su destacamento. El cámara francés quería conseguir un plano general en el que se viera el ataque de un batallón hondureño a uno de El salvador, o a la inversa. Alguien más pretendía rodar la secuencia de un soldado cargando  a cuestas el cuerpo de un amigo muerto. Los cámaras fueron secundados por los reporteros de la radio. Enrique Amado de Radio Mundo, quería grabar el gemido de un soldado herido de muerte, suplicando ayuda con un hilo  de voz cada vez más débil, hasta que exhalara  el último suspiro.. Charles Meadwos, de Radio Canadá, deseaba hacerse  con la voz de un soldado maldiciendo la guerra en medio de un tiroteo infernal. Noatake Mochida, de Radio Japan, quería obtener el grito de un oficial que, superponiéndose a la barahúnda de los cañones, hablase con su superior a través de un radioteléfono japonés.

Debido al fuerte estímulo  de la competitividad, que siempre se manifiesta en estos casos, muchos otros correposnales también se mostraron dispuestos a seguir adelante. Si ya se había decidido al televisión norteamericana, ¿cómo habrían podido dejar de hacerlo sus colegas de las agencias de prensa? Ya que iban las agencias norteamericanas, ¿cómo podía faltar la Reuter y la AFP? Puesto que iba el reportero de la NBC, ¿cómo podía quedarse el de la BBC? Llevado por un arrebato de patriotismo, y siendo el único polaco entre aquella gente, decidí unirme al grupo  que había optado por emprender la temeraria marcha.  Se quedaron bajo el árbol aquellos que dijeron estar enfermos del corazón, y los que aducían que los detalles no les interesaban porque se disponían a escribir tan solo comentarios generales.

Finalmente, unos veinte hombres enfilamos el asfalto vacío e  inundado por el sol. El riesgo, o más bien, la locura de aquella marcha consitía en que la carretera pasaba por lo alto de un terraplén, de modo que éramos un blanco perfecto para ambos ejércitos, ocultos en la selva, de la que nos separaban unos cien metros. Bastaba con que nos enviaran una sola ráfaga de ametralaldora.

Al principio todo iba bien. Aunque podiamos oir un intenso tiroteo y las explosiones de los proyectiles de artillería, aquellos sonidos nos llegaban de una distancia bastante lejana todavía, de unos dos kilómetros. Para que no decayeran los ánimos, no dejábamos de hablar, nerviosa y agitadamente (a decir verdad, sin sentido). Hubo quien no paró de contar chistes. Y todo para dar la impresión de normalidad: hete aquí ni más ni menos que un grupo de hombres caminando tan tranquilos por una carretra. No obstante después de recorrer un kilómetro, el miedo  empezó a hacer mella en nosotros. Verdaderamente, resulta muy desagradable la sensación  que experimenta uno cuando camina consciente de que en cualquier momento le pueden meter un balazo. Las piernas se le vuelven  como de plomo y gotas de sudor le empapan la frente. Sin embargo, nadie reconoció abiertamente que tenía miedo. Primero, alguien propuso que nos detuviesemos un rato para descansar. Nos convenía sentarnos unos minutos para tomar aire. Al renaudar la marcha, dos empezaron a quedarse cada vez más rezagados, fingiendo haberse enzarsado en una conversación tan sumamente interesante que no lograban mantener el ritmo de los demás. Después, alguien vió un grupo de árboles de extrardinario interés y quería contemplarlos con más detenimiento. Luego, otros dos declararon que tenían que regresar, porque habían dejado olvidados los filtros de sus cámaras. Volvíamos a descansar en unas pausas cada vez más largas y frecuentes. Al final quedabámos diez.

Mientas tanto, a nuestro alrededor no pasaba nada. caminábamos por una carretera vacía hacia El Salvador, respirando un aire puro, cristalino y maravilloso, y contemplando la puesta de sol. En realidad fue aquel sol el que nos brindó la oportunidad de salir airosos de tan apurada situación, pues de pronto los cámaras de televisión sacaron sus fotómetros y declararon que ya no había luz suficiente para rodar. No había nada que hacer, ni planos generales, ni enfoques de detalles, ni movimiento, ni inmovilidad. Además, la primera línea de fuego, quedaba aún muy lejos. Se haría de noche antes  de que la alcanzásemos. 

Emprendimos el camino de vuelta. Bajo el árbol y junto a los caños de artillería, nos esperaban aquellos que estaban enfermos del corazón, los que querían escribir comentarios generales, y los que habían regresado antes, unos por haberse enzarsado en una conversación de máximo interés y otros por haberse dejado olvidados los filtros.

El comandante, empapado en sudor y con la barba crecida (se llamaba Policarpio Paz), nos proporcionó un camión militar, que nos llevó a Nacaome, en la retaguardia del frente, para que allí pasáramos la noche. Al llegar al pueblo, nos reunimos en una especie de consejo en el curso del cual se tomó la decisión de que los norteamericanos llamarían inmediatamente al presidente, pidiéndole que diera la orden de llevarnos al frente, a la primera línea de fuego, al infierno de la guerra, a la tierra rociada de sangre.


viernes, 10 de marzo de 2017

Los árbitros y Voltaire

El límite del amor a la verdad es el propio pellejo
VOLTAIRE

En un cuento de fútbol escrito por Camilo José Cela, se narra la historia de un árbitro tan rigorista con eso de los penaltis,  que en vida nunca le tembló el pulso para pitar la pena máxima en contra del equipo local a los cinco minutos (o menos) de iniciado el partido. Cela sostiene que de haber leído a Voltaire, el árbitro habría salvado el pellejo, pero no lo hizo y mantuvo con empeño el amor ilimitado a la verdad, que para él consistía nada más y nada menos que pitar penaltis, de preferencia en contra del equipo local. Después que lo colgaron por rigorista en el portón principal de un estadio de ciudad pequeña, se murió con el único sentimiento de que no podría pitar una pena máxima en su propio entierro.

Ahora sabemos muy bien, que el árbitro que pitó los dos penaltis a favor del Barcelona, y se hizo el ciego o el mudo (o las dos cosas) cuando la decisión pudo haber sido a favor del PSG, tuvo la sabiduría de aplicar las enseñanzas que Voltaire escribió para los árbitros, mucho tiempo antes de que se inventara el fútbol, y que Camilo José Cela tuvo la cortesía de descifrar en los "Once cuentos de fútbol". Esta tarde, para no ir más lejos estaba leyendo la noticia de que un sismógrafo muy sensible ubicado a unos pocos cientos de metros del Camp Nou, registró un pequeño sismo, cuando el Barça metió el sexto gol. Bueno, de haber pitado el referee un penalti a favor del PSG, el mentado sismógrafo habría detectado otra cosa.

Otro personaje que aprendió las enseñanzas de Voltaire a las malas, fue el desafortunado árbitro salvadoreño José Roberto Henriquez, designado para pitar el partido Haití contra Trinidad y Tobago durante la hexagonal previa al mundial de 1974 celebrada en Haití.  El resultado oficial de aquel partido fue 2-1 a favor de Haití, producto de los  cuatro goles anulados a los triniteños. De regreso en El Salvador, el árbitró intentó justificar su actuación relatando que antes de y durante el partido, recibió amenazas bastante gráficas de parte de militares haitianos y Tonton Macoutes que se encontraban dentro del estadio y rodeaban el campo; y en cada oportunidad -durante el partido-  le recordaban, mostrando sus fusiles, lo que le ocurriría si Haití no ganaba.  Trinidad y Tobago derrotó (y eliminó) a México 4-0  en aquel torneo, y demostró que los cinco goles hechos a Haití no eran casualidad. Al final Haití clasificó para el mundial de 1974, gracias a Voltaire, y al árbitro salvadoreño..