sábado, 31 de diciembre de 2011

La Noche de San Silvestre

Era la última noche del año, y Silvestre se encontraba atrasado en su contrato. A las doce vencía el plazo, y ya se sabía desde tiempos inmemoriales, que el problema de andar haciendo pactos con el Innombrable, es que tarde o temprano hay que afrontar la rendición de cuentas.

Silvestre no había perdido para nada sus habilidades, pero este año había estado distraido por un par de problemas que le revoloteaban en la cabeza. Para empezar, Cara de Ángel le había pedido a una de sus hijas para que sirviera como Doncella en su casa.

- Doncella, tu abuela- le espetó Silvestre en su cara, a sabiendas de que Cara de Ángel había usado esa artimaña, desde que fue nombrado Mandamás, para desflorar a todas las aún doncellas de la Hacienda.

Cara de Ángel -que desde siempre había sido muy rencoroso- personalmente elaboró una proclama descalificando para siempre a Silvestre para trabajar en la Hacienda.

Silvestre sabía que no debía darse color en el pueblo con sus habilidades, pero la necesidad lo obligó a convertir hojas en billetes de a uno, cinco y diez colones, para que sus hijas compraran en las tiendas. Al principio, la cosa funcionó, pero los billetes apenas duraban unos pocos minutos y muy pronto recuperaban su forma verdadera. Las tenderas, que al principio quedaron perplejas al encontrar hojas verdes en medio del dinero, muy pronto se rehusaron a aceptar dinero de las hijas de Silvestre. Tampoco contribuyó, que las propias hijas se jactaran de las proezas del papá brujo.

De todas maneras Silvestre ya sabía que Cara de Ángel era el representante del Verdadero Mal, el cual a menudo se hace pasar por el Verdadero Bien. Cara de Ángel era entre otras cosas presidente de la Hermandad del Santo Entierro, del Comité de Festejos, del Equipo de Futbol de la Hacienda, del Patronato de la Escuela, etc. Sin embargo, fue lo suficientemente listo como para designar a Toño Cadejo como encargado del PCN. Ellos -los brujos- en cambio eran simplemente practicantes del arte de decirle a los crédulos justamente las cosas que estos quieren escuchar.

La tarea de poner un sapo -o algo por estilo- en el estomago de Cara de Ángel resultaba casi una misión imposible, ya que este -para establecer la contra- había rodeado toda su casa con un muro, y entre el muro y las paredes de la casa instaló un verdadero zoológico con aves exóticas, serpientes, tigrillos, etc. El empeño de Cara de Ángel quedó más que demostrado cuando nomás conocerse por la radio la noticia de que habían capturado vivo a un lagarto en el río Paz, organizó una expedición para añadir el reptil a la colección de su zoológico personal. Los circos pobres que al principio conseguían apenas unos pocos Colones durante sus presentaciones en La Hacienda, muy pronto descubrieron que el verdadero negocio estaba en venderle a Cara de Ángel los animales medio muertos de hambre que exhibían enjaulados. Así fue creciendo el catálogo del zoológico privado con todas las especies habituales de los circos pobres. Algunos dicen que Cara de Ángel siempre soñó con comprarse un elefante, pero que se tuvo que quedar con las ganas.

El asunto Cara de Ángel lo atormentaba, ya que era un adversario formidable, y Silvestre sabía que la única posibilidad de causarle daño era a muy largo plazo, y para lograrlo tenía que hipotecarse aún más con el Innombrable, ya que con sus poderes actuales se quedaba bastante corto, para empezar necesitaba actualizar su bibliografía, ya que los pocos ejemplares de ocultismo barato de su estítica biblioteca apenas si servían para engatusar crédulos. Al final no sabemos a qué precio lo logró, pero el hecho es que Cara de Ángel terminó sus días en el Azkaban salvadoreño.

El otro problema -y este le preocupaba más- era que sabía que los días de los brujos estaban contados. Desde que se supo la noticia de la cosa esa que llamaban Sputnik, y que se comentó incluso en las tertulias diarias de la Ceiba, Silvestre supo que aquello no era otra cosa que el principio del fin para ellos, los brujos.

- Un día todas estas cosas a las que le llaman brujería van a tener una explicación racional -explicó a mi padre durante una de sus tantas conversaciones.

Decirlo era una cosa, practicarlo otra. Una de las impresiones más fuertes que tuvo en la vida, fue escuchar por primera vez la radio. Para atestiguar semejante prodigio, se tuvo que acercar, o mejor dicho arrastrar al mismo nivel que los demás mortales, a la casa de El Electricista, único hombre de La Hacienda al que Silvestre reconocía más poder y sabiduría que a todos los demás colonos juntos. El Electricista era -además- el encargado de operar El Aparato con el que se proyectaban películas de cine los sábados por la noche en una de las paredes del Ingenio Azucarero.

-Ya pasó el Electricista -se corría la voz por toda la población en el equivalente a primera llamada

- Ya sacaron El Aparato - se corría de nuevo la vox populi en segunda llamada

La magia que manejaba aquel hombre era diferente, usaba electricidad y unos carretes de películas aparentemente inertes, que al juntarlos, y a la orden del Electricista, cobraban vida en forma de imágenes y sonidos que venían desde quien sabe donde. Era una especie de lámpara mágica más allá del entendimiento de Silvestre. Para colmo, aquellas habilidades parecían ser hereditarias, ya que el hijo del Electricista también era Electricista.

- No faltaba más -pensó Silvestre- El Padre primero introdujo las bombillas eléctricas y de paso acabó con las tinieblas tan imprescindibles para la práctica de la brujería, después la radio, luego el cine, el primer televisor, y para colmo el Hijo ha heredado todos sus poderes.

Al principio Silvestre no sabía si aquel hombre representaba también al verdadero Mal. Pero las cosas se le aclararon cuando en las elecciones de 1967, El Electricista declaró públicamente -para conmoción de todo mundo- que él había votado por el candidato presidencial opositor, al cual Cara de Ángel había expulsado a punta de pistola de la Hacienda, durante la campaña electoral.

-Bueno, una cosa queda clara -pensó- no son peones del mismo amo.

Por otra parte, la llegada del primer receptor de televisión a la Hacienda dejó bastante claro que el poder -si acaso había existido alguna vez- del Electricista también estaba llegando a su fin. Aunque también con esta nueva forma de magia, El Electricista fue el primero en comprar un receptor de televisión. Ni lento ni perezoso, Silvestre sacó fuerzas de flaqueza y aceptó pagar -de mala gana- para ver televisión en casa ajena. Después de ver -por primera vez- la transmisión de lucha libre del sábado, Silvestre no tuvo paz hasta que el sábado siguiente fue a la Arena Metropolitana y pudo comprobar que la magia de aquel ingenio de la ciencia permitía ver y escuchar a otras personas a distancia.

- Contra estos no vamos a poder -sentenció Silvestre- nosotros los engatusamos uno por uno, y estos aparatos los engatusan al por mayor.

Esas fueron más o menos las explicaciones que Silvestre rindió al Innombrable, justo después de que sonó la última campanada de media noche sentenciando la llegada del nuevo año, sentados bajo la Ceiba de La Hacienda.



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