jueves, 9 de mayo de 2013

Daniel Pennac dixit

Dijo entonces un Maestro: Háblanos del enseñar.Y él respondió:Nadie puede enseñarnos más de lo que reposa ya dormido a medias en el alba de nuestro conocimiento.
Gibran Khalil Gibran, EL PROFETA



Mientras vivía en Italia, cayó en mis manos la versión italiana del libro "Comme un Roman" (se podría traducir "Como una Novela") escrito por Daniel Pennac. El libro es un ensayo que explora el problema de los jóvenes con la lectura, y por tanto, con los libros. El desarrollo de las ideas de Pennac, me hizo recordar a mi profesor de literatura en el bachillerato. Mis compañeros y yo, esperábamos sus clases con una expectación inusual para jóvenes estudiantes de bachillerato industrial.

El verbo leer no admite el imperativo, nos explica Pennac (tampoco el verbo amar). Mi profesor de bachillerato, Ladislao Pérez Mejía, lo sabía, y lo aplicaba en el día a día. De alguna manera, le debo mi dosis de amor por la literatura. ¡Qué pedagogos éramos cuando no nos preocupábamos de la pedagogía! celebra Pennac.

Los Derechos imprescindibles del lector según Pennac
1. El derecho a no leer.
2. El derecho a saltarnos las páginas.
3. El derecho a no terminar un libro.
4. El derecho a releer.
5. El derecho a leer cualquier cosa.
6. El derecho al bovarismo (enfermedad de transmisión textual).
7. El derecho a leer en cualquier sitio.
8. El derecho a hojear.
9. El derecho a leer en voz alta.
10. El derecho a callarnos.


Antes de conocer a Pérez Mejía, mi encuentro más memorable con la buena práctica pedagógica había sido gracias a mi profesor de primer grado, a quién recuerdo especialmente porque dedicaba la última hora de clase de los viernes por la tarde a contarnos un cuento. Lamentablemente solo tengo memoria de que lo llamábamos Don Chepito, y que estaba a punto de jubilarse cuando yo lo conocí en 1962 en la escuela Fray Patricio Ruiz de Sonsonate.

En mi etapa como estudiante universitario, desafortunadamente no creo poder citar a un maestro o profesor de la UES que haya sido una influencia definitiva sobre el curso de mi vida. Por alguna razón, la enseñanza de la Ingeniería ya presentaba estas taras en los años 70 y 80, y estas deficiencias solo se han agravado con los años. El intento, de establecer mentores o tutores, realizado por la Dra. María Isabel Rodríguez, fracasó porque no podía ser de otra manera en una universidad que funciona por inercia. Paradójicamente la influencia definitiva de parte de un profesor universitario, vino del exterior. En mi caso se trata de Mauro Loggini, un profesor de la Universidad de Bologna, a quien conocí a finales de los años ochenta. De Loggini recibí en teoría y práctica, pero más práctica que teoría, la praxis del compromiso con los buenos estudiantes. Esa deuda de vida he tratado de saldarla en mi etapa como educador posterior a mi soggiorno italiano.

En los aspectos más elaborados de la influencia que ejercen los grandes maestros sobre la vida de quienes los estudian, o los leen, debo confesar que a los grandes maestros solo los he conocido por sus obras. A pesar de todo, aún sin conocerlos personalmente, estos maestros han marcado una diferencia sobre mi vida. Se trata de esos casos en que uno no tiene más remedio que reconocer: cuando crezca quiero ser como él (o ella según el caso). En primera línea se encuentra sin duda Carl Sagan. Reconozco en su obra, pero sobre todo en su vida, el compromiso del ciudadano (en este caso el científico) con la sociedad. No creo ser capaz de describir el impacto que me causaron las imágenes de TV, del día en que Sagan fue arrestado en la entrada de un sitio de pruebas nucleares subterráneas por encadenarse para protestar por algo que él consideraba perverso. Estos actos demostraban su coherencia con sus escritos, especialmente con las ideas desarrolladas en el capítulo "¿Quién Habla en Nombre de la Tierra?" de Cosmos, su obra cumbre.  Esa es la señal que uno espera de sus maestros....


En las postrimerías de su vida, sugirió a la NASA que antes de dar por finalizado el programa de la sonda Voyager 2, se transmitieran instrucciones a la nave para obtener una imagen de la tierra desde más allá de la órbita de Neptuno. Una imagen dice más que mil palabras reza un proverbio chino, en este caso la imagen conocida ahora como "Un punto azul pálido", dice más que miles de millones de palabras. Pocos documentos humanos han sido capaces de lograr evidenciar de manera más elocuente nuestra fragilidad, es decir la fragilidad de nuestra casa, La Tierra.

En la misma categoría, pero con una perspectiva diferente se encuentra Mario Benedetti. Quizás mi admiración, y en consecuencia, la influencia que alguien como Benedetti ejerció sobre muchos de mi generación tiene que ver con la historia reciente de América Latina, con sus esperanzas (sus revoluciones), sus frustraciones, exilios, desexilios, y las complejidades del amor. Negar la importancia de Benedetti en la cultura no solo latinoamericana, sino que en general en la de lengua española, equivale a negar el impacto de Dylan y Lennon en el mundo anglosajón. Pero más allá de las valoraciones culturales, que al fin y al cabo tienen aspectos subjetivos, lo importante en este caso es el compromiso y la influencia del escritor con la sociedad. En este lado de la vida, Benedetti ostenta una coherencia que inclusive algunos rivales dignos reconocen, y que en no pocas ocasiones nos hacen cuestionarnos acerca de nuestros propios actos. En esa dirección, los verdaderos maestros son espejos fieles en los cuales deberíamos vernos. No quisiera cerrar con Benedetti sin recordar la anécdota de la cafetera italiana. En una de las tantas ocasiones en que fue expulsado de algún país (creo que en este caso fue Perú) a consecuencia de sus ideas políticas, la única posesión valiosa que Benedetti pudo llevar consigo fue su vieja, pero fiel cafetera italiana. Posiblemente esta historia no le dice mucho a los que no saben de exilios (y que probablemente tampoco aman las cafeteras italianas).

Por último, pero no lo menos importante, al igual que Saramago, quién reconocía como su mejor maestro al abuelo, quién a pesar de no saber leer, ni escribir, le transmitió las lecciones de vida más importantes, en mi caso ese papel lo tuvo mi padre, quien no terminó el primer grado debido a la visión del mundo que tenía mi abuelo. Debo confesar que este es el tipo de herencia más pesada, es decir unos zapatos demasiado grandes. Dice García Marquez, que uno llega a viejo (y probablemente también a sabio) el día en que descubre frente al espejo la imagen de su padre. Mi espejo ya me anunció que llegué a viejo, pero sigue sin darme la otra noticia....

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