sábado, 13 de abril de 2013

El verbo Escrachar


Nunca es tarde para añadir nuevas palabras, nuevos verbos, etc. a nuestro vocabulario. Esta mañana, leyendo El País, me he encontrado  con una ráfaga de alusiones al verbo "escrachar", el cual parece agradar poco a la derecha española que por cierto está cortada con la misma tijera que la derecha salvadoreña, o lo que es lo  mismo pero no es igual a decir: "es casi tan troglodita como la derecha salvadoreña". Por lo que podemos asumir que este verbo tampoco es, ni será del agrado de sus pares "salvacuacos".


Consultando en el diccionario de la RAE, me encontré con la definición del verbo en discusión:

escrachar.
1. tr. coloq. Arg. y Ur. Romper, destruir, aplastar.
2. tr. coloq. Arg. y Ur. Fotografiar a una persona.




No por coincidencia esta semana han terminado de "escrachar" en EE.UU. al ex-general Vides Casanova una de las figuras prominentes de la llamada Tandona. Ver noticia en el NYT: US Dept. Releases Judge Ruling on Ex-Salvadoran General.

Esta noticia ha sido recibida con optimismo sobretodo por los familiares de las víctimas, entre los que podemos citar como ejemplo a los [parientes cercanos] de las cuatro monjas estadounidenses violadas y asesinadas por miembros de la Guardia Nacional cuando Vides Casanova era director.

Ciertamente que este caso ilustra la aplicación clásica del verbo escrachar tal como lo concibieron sus inventores en el Río de la Plata: "Significa Poner en evidencia a Alguien". Nunca es tarde para llamar al pan, pan, y al vino, vino, y al asesino, asesino.


“Escrachar se usaba siempre en el lunfardo, el lenguaje popular de Buenos Aires”, explica Carlos Pisoni. “Su raíz no está muy clara, pero significa poner en evidencia a alguien. Y al principio fue algo muy espontáneo. Nos enteramos de que Jorge Luis Magnacco, que era un médico que atendía los partos de las mujeres secuestradas en la ESMA, trabajaba como jefe de obstetricia en un hospital de Buenos Aires. Y que vivía muy cerca de ese hospital. En aquella época era imposible aplicar justicia. Estos genocidas vivían con total impunidad, ocupaban puestos de responsabilidad en la sociedad. Así que empezamos arrojando bombitas de pintura roja en sus casas, repartíamos información entre los vecinos y nos íbamos. Temíamos también por nuestra seguridad. A Paula Maroni llegaron a montarla en un coche y darle vueltas por Buenos Aires. Después nos dimos cuenta de que lo importante no era sólo señalarlos, sino que la sociedad los condenara. Que el panadero no le vendiera el pan ni el carnicero la carne”.

“Escrachar se usaba en el lenguaje popular de Buenos Aires. Su raíz no está muy clara, pero significa poner en evidencia a alguien"
“Al cabo de un año el trabajo la actividad se hizo más compleja. Hacíamos un trabajo previo de información en los barrios que podía durar unos tres meses”, continúa Paula Maroni. “Citábamos a las organizaciones sociales del barrio y creábamos una mesa del escrache. Ya no se trataba de una acción en sí. No tenía que ver con el hecho fascista que puede suponer decir yo digo que vos sos culpable de algo, voy, te marco y me marcho. Lo nuestro era una construcción política en el tiempo. Llegamos a disfrazarnos de carteros para comprobar que en tal casa vivía quien nosotros creíamos que vivía. Informábamos paso a paso, semana a semana, al barrio. Y el día del escrache era sólo la culminación de un proceso que había culminado mucho antes”, añade Maroni.

Había unos 200 miembros de Hijos en la capital y 500 en el país. Escracharon a más de 50 personas en Buenos Aires y a una centena en Argentina. ¿Se habría conseguido enjuiciar a muchos militares sin aquellos escraches en los domicilios? “Fuimos un granito de arena muy importante”, explica Carlos Pisoni. “Yo comencé a escrachar cuando me encontré en un bar al que torturó a mi padre. Podía haber optado por partirle una botella en la cabeza, pero pensé que la salida tendría que ser colectiva. Y conseguimos implicar a la sociedad”.
En 2004, tras la llegada de Néstor Kirchner al Gobierno y con la reapertura de los juicios contra los militares entendieron que ya no tenía sentido continuar con los escraches, salvo en casos puntuales. Uno de esos casos concretos fue el del general Jorge Rafael Videla. “Le habíamos hecho un escrache en 1998 y después otra modalidad que le llamamos el escrache móvil. Íbamos en bicicleta, motos y autos, por casas que ya habíamos pasado otras veces”, relata Pisoni. “Pero en 2006 el tenía prisión en su domicilio. Era el símbolo de la dictadura y nos propusimos que fuera a una cárcel común. Logramos que se revocara la prisión domiciliaria”. Ver Artículo completo "Comencé a escrachar cuando me encontré en un bar al que torturó a mi padre", de Francisco Peregil en El País.

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