sábado, 31 de diciembre de 2011

La Noche de San Silvestre

Era la última noche del año, y Silvestre se encontraba atrasado en su contrato. A las doce vencía el plazo, y ya se sabía desde tiempos inmemoriales, que el problema de andar haciendo pactos con el Innombrable, es que tarde o temprano hay que afrontar la rendición de cuentas.

Silvestre no había perdido para nada sus habilidades, pero este año había estado distraido por un par de problemas que le revoloteaban en la cabeza. Para empezar, Cara de Ángel le había pedido a una de sus hijas para que sirviera como Doncella en su casa.

- Doncella, tu abuela- le espetó Silvestre en su cara, a sabiendas de que Cara de Ángel había usado esa artimaña, desde que fue nombrado Mandamás, para desflorar a todas las aún doncellas de la Hacienda.

Cara de Ángel -que desde siempre había sido muy rencoroso- personalmente elaboró una proclama descalificando para siempre a Silvestre para trabajar en la Hacienda.

Silvestre sabía que no debía darse color en el pueblo con sus habilidades, pero la necesidad lo obligó a convertir hojas en billetes de a uno, cinco y diez colones, para que sus hijas compraran en las tiendas. Al principio, la cosa funcionó, pero los billetes apenas duraban unos pocos minutos y muy pronto recuperaban su forma verdadera. Las tenderas, que al principio quedaron perplejas al encontrar hojas verdes en medio del dinero, muy pronto se rehusaron a aceptar dinero de las hijas de Silvestre. Tampoco contribuyó, que las propias hijas se jactaran de las proezas del papá brujo.

De todas maneras Silvestre ya sabía que Cara de Ángel era el representante del Verdadero Mal, el cual a menudo se hace pasar por el Verdadero Bien. Cara de Ángel era entre otras cosas presidente de la Hermandad del Santo Entierro, del Comité de Festejos, del Equipo de Futbol de la Hacienda, del Patronato de la Escuela, etc. Sin embargo, fue lo suficientemente listo como para designar a Toño Cadejo como encargado del PCN. Ellos -los brujos- en cambio eran simplemente practicantes del arte de decirle a los crédulos justamente las cosas que estos quieren escuchar.

La tarea de poner un sapo -o algo por estilo- en el estomago de Cara de Ángel resultaba casi una misión imposible, ya que este -para establecer la contra- había rodeado toda su casa con un muro, y entre el muro y las paredes de la casa instaló un verdadero zoológico con aves exóticas, serpientes, tigrillos, etc. El empeño de Cara de Ángel quedó más que demostrado cuando nomás conocerse por la radio la noticia de que habían capturado vivo a un lagarto en el río Paz, organizó una expedición para añadir el reptil a la colección de su zoológico personal. Los circos pobres que al principio conseguían apenas unos pocos Colones durante sus presentaciones en La Hacienda, muy pronto descubrieron que el verdadero negocio estaba en venderle a Cara de Ángel los animales medio muertos de hambre que exhibían enjaulados. Así fue creciendo el catálogo del zoológico privado con todas las especies habituales de los circos pobres. Algunos dicen que Cara de Ángel siempre soñó con comprarse un elefante, pero que se tuvo que quedar con las ganas.

El asunto Cara de Ángel lo atormentaba, ya que era un adversario formidable, y Silvestre sabía que la única posibilidad de causarle daño era a muy largo plazo, y para lograrlo tenía que hipotecarse aún más con el Innombrable, ya que con sus poderes actuales se quedaba bastante corto, para empezar necesitaba actualizar su bibliografía, ya que los pocos ejemplares de ocultismo barato de su estítica biblioteca apenas si servían para engatusar crédulos. Al final no sabemos a qué precio lo logró, pero el hecho es que Cara de Ángel terminó sus días en el Azkaban salvadoreño.

El otro problema -y este le preocupaba más- era que sabía que los días de los brujos estaban contados. Desde que se supo la noticia de la cosa esa que llamaban Sputnik, y que se comentó incluso en las tertulias diarias de la Ceiba, Silvestre supo que aquello no era otra cosa que el principio del fin para ellos, los brujos.

- Un día todas estas cosas a las que le llaman brujería van a tener una explicación racional -explicó a mi padre durante una de sus tantas conversaciones.

Decirlo era una cosa, practicarlo otra. Una de las impresiones más fuertes que tuvo en la vida, fue escuchar por primera vez la radio. Para atestiguar semejante prodigio, se tuvo que acercar, o mejor dicho arrastrar al mismo nivel que los demás mortales, a la casa de El Electricista, único hombre de La Hacienda al que Silvestre reconocía más poder y sabiduría que a todos los demás colonos juntos. El Electricista era -además- el encargado de operar El Aparato con el que se proyectaban películas de cine los sábados por la noche en una de las paredes del Ingenio Azucarero.

-Ya pasó el Electricista -se corría la voz por toda la población en el equivalente a primera llamada

- Ya sacaron El Aparato - se corría de nuevo la vox populi en segunda llamada

La magia que manejaba aquel hombre era diferente, usaba electricidad y unos carretes de películas aparentemente inertes, que al juntarlos, y a la orden del Electricista, cobraban vida en forma de imágenes y sonidos que venían desde quien sabe donde. Era una especie de lámpara mágica más allá del entendimiento de Silvestre. Para colmo, aquellas habilidades parecían ser hereditarias, ya que el hijo del Electricista también era Electricista.

- No faltaba más -pensó Silvestre- El Padre primero introdujo las bombillas eléctricas y de paso acabó con las tinieblas tan imprescindibles para la práctica de la brujería, después la radio, luego el cine, el primer televisor, y para colmo el Hijo ha heredado todos sus poderes.

Al principio Silvestre no sabía si aquel hombre representaba también al verdadero Mal. Pero las cosas se le aclararon cuando en las elecciones de 1967, El Electricista declaró públicamente -para conmoción de todo mundo- que él había votado por el candidato presidencial opositor, al cual Cara de Ángel había expulsado a punta de pistola de la Hacienda, durante la campaña electoral.

-Bueno, una cosa queda clara -pensó- no son peones del mismo amo.

Por otra parte, la llegada del primer receptor de televisión a la Hacienda dejó bastante claro que el poder -si acaso había existido alguna vez- del Electricista también estaba llegando a su fin. Aunque también con esta nueva forma de magia, El Electricista fue el primero en comprar un receptor de televisión. Ni lento ni perezoso, Silvestre sacó fuerzas de flaqueza y aceptó pagar -de mala gana- para ver televisión en casa ajena. Después de ver -por primera vez- la transmisión de lucha libre del sábado, Silvestre no tuvo paz hasta que el sábado siguiente fue a la Arena Metropolitana y pudo comprobar que la magia de aquel ingenio de la ciencia permitía ver y escuchar a otras personas a distancia.

- Contra estos no vamos a poder -sentenció Silvestre- nosotros los engatusamos uno por uno, y estos aparatos los engatusan al por mayor.

Esas fueron más o menos las explicaciones que Silvestre rindió al Innombrable, justo después de que sonó la última campanada de media noche sentenciando la llegada del nuevo año, sentados bajo la Ceiba de La Hacienda.



La Isla del Día de Antes

UMBERTO ECO, La Isla del Día de Antes

Detengámonos entonces en este cuarto día, decía el padre Caspar. Dios crea el sol, y cuando el sol está creado, y no antes, es natural, empieza a moverse. Pues bien, en el
momento en el que el sol inicia su curso para no detenerse ya más, en ese Blitz, en ese raudo destello antes de que mueva el primer paso, está abrazado a una línea precisa que divide verticalmente la tierra en dos.

—¡Y el Primer Meridiano es donde de repente es medio día! —comentaba Roberto, que creía haber entendido todo.

—¡Nein! —reprimíalo su maestro—. ¿Tú crees que Dios es tan estúpido como tú? ¡¿Cómo puede el primer día de la Creatione a medio día empezar?! ¿Acaso empiezas tú, en principio desz Heyls, la Creatione con un mal conseguido día, un Leibesfrucht, un foetus de día de solas doce horas? No, sin duda. En el Primer Meridiano la carrera del sol habría debido empezar a la luz de las estrellas, cuando era media noche más una pizca, y antes era el No—Tiempo. En ese meridiano había tenido principio, de noche, el primer día de la Creación.

Roberto había objetado que, si en aquel meridiano era de noche, un día abortado lo habría habido por la otra parte, allá donde de repente habría aparecido el sol, sin que antes no fuera ni noche ni nada, sino sólo caos tenebroso y sin tiempo. Y el padre Caspar había dicho que el Libro Sagrado no dice que el sol haya aparecido como por encanto, y que no le disgustaba pensar (como toda lógica natural y divina imponía) que Dios había creado el sol haciéndole proceder en el cielo, durante las primeras horas, como una estrella apagada, que habríase encendido paso a paso, en el transcurrir del primer meridiano a sus antípodas. Quizá el sol habíase inflamado poco a poco, como madera joven tocada por la primera chispa de un eslabón, que al principio apenas echa humo y luego, con el soplo que la instiga, empieza a chisporrotear, para someterse, al fin, a un fuego alto y vivaz. ¿No era bello quizá imaginar al Padre del Universo soplando sobre aquella pelota aún verde, para llevarla a celebrar su victoria, doce horas después del nacimiento del Tiempo, y precisamente en el Meridiano Antípoda en el que ellos se hallaban en aquel momento?

Quedaba por definir cuál era el Primer Meridiano. Y el padre Caspar reconocía que el de la Isla del Hierro era aún el mejor candidato, visto que, Roberto lo había sabido ya por el doctor Byrd, allá la aguja de marear no hace desviaciones, y esa línea pasa por ese punto cercanísimo al Polo donde más altas son las montañas de hierro. Lo que es, sin duda, signo de estabilidad.

Entonces, para resumir, si aceptáramos que desde aquel meridiano había partido el padre Caspar, y que había encontrado la justa longitud, bastaría admitir que, trazando bien el rumbo como navegante, había naufragado como geógrafo: el Daphne no estaba en nuestras Islas Salomón sino en alguna parte al oeste de las Hébridas, y amén. Pero siento contar una historia que, como veremos, debe desarrollarse en el meridiano ciento ochenta (si no, pierde todo su sabor) y aceptar, en cambio, que se desarrolle quién sabe cuántos grados más allá o más acá.

Ensayo entonces una hipótesis y desafío a todos los lectores a que la desafíen. El padre Caspar se había equivocado a tal punto que se encontraba sin saberlo en nuestro meridiano ciento ochenta, digo en el que calculamos desde Greenwich; el último punto de salida para el mundo en que él habría podido pensar, porque era tierra de cismáticos antipapistas.

En ese caso, el Daphne hallaríase en las Fiji (donde los indígenas son precisamente muy oscuros de piel), justo en el punto donde pasa hoy nuestro meridiano ciento ochenta, y es decir, en la isla de Taveuni.

Las cuentas en parte saldrían. El perfil de Taveuni muestra una cadena volcánica como la isla grande que Roberto veía hacia el oeste. Si no fuera que el padre Caspar habíale dicho a Roberto que el meridiano fatídico pasaba justo delante de la bahía de la Isla. Ahora bien, si nos encontramos con el meridiano al leste, vemos a Taveuni a oriente, no a occidente; y si se ve al oeste una isla que parece corresponder a las descripciones de Roberto, entonces tenemos al este seguramente islas más pequeñas (yo elegiría Qamea), pero entonces el meridiano pasaría a espaldas del que mira la Isla de nuestra historia.

La verdad es que con los datos que nos comunica Roberto, no es posible apurar dónde había ido a parar el Daphne. Y luego, todas esas islitas son como los japoneses para los europeos y viceversa: se parecen todas. Sólo he querido probar. Un día me gustaría volver a hacer el viaje de Roberto, en busca de sus huellas. Pero una cosa es mi geografía, y otra cosa es su historia.

Nuestro único consuelo es que todos estos cavilos son absolutamente insignificantes desde el punto de vista de nuestra incierta novela. Lo que el padre Wanderdrossel le dice a Roberto es que ellos están en el meridiano ciento y ochenta que es la antípoda de las antípodas, y allí en el meridiano ciento y ochenta están no nuestras Islas Salomón, sino su Isla de Salomón. ¿Qué importa, además, que esté o que no esté? Ésta será, si acaso, la historia de dos personas que creen estar, no de dos personas que están, y cuando se escuchan historias, y es dogma entre los más liberales, se ha de suspender la incredulidad.

Por tanto: el Daphne encontrábase ante el meridiano ciento y ochenta, precisamente en las Islas de Salomón, y la Isla nuestra era, entre las Islas de Salomón, la más salomónica, como salomónica es mi sentencia, para cortar de una vez por todas.

—¿Y entonces? —había preguntado Roberto al final de la explicación—. ¿De verdad piensa Vuestra Merced encontrar en esa Isla todas las riquezas de las que hablaba ese Mendaña?

—¡Mas éstas son Lügen der spanischen Monarchy! ¡Nosotros estamos ante el mayor prodigio de toda humana et sacra historia, que tú no aún entender puedes! En París mirabas las damas y seguías la ratio studiorum de los epicúreos, en vez de reflexionar sobre los grandes milagros de este nuestro Universum, ¡que el Sandísimo Nombre de su Creador fíat semper laudado!

Así pues, las razones por las que el padre Caspar había partido poco tenían que ver con los propósitos de rapiña de los diferentes navegantes de otros países. Todo nacía del hecho de que el padre Caspar estaba escribiendo una obra monumental, y destinada a permanecer más perenne que el bronce, sobre el Diluvio Universal. Como hombre de Iglesia, pretendía demostrar que la Biblia no había mentido, mas como hombre de ciencia quería poner de acuerdo el dictamen sagrado con el resultado de las investigaciones de su tiempo. Y por ello había recogido fósiles, explorado los territorios de oriente para encontrar algo en la cima del monte Ararat, y hecho cálculos precisísimos sobre las que podían ser las dimensiones del Arca, tales que le permitieran contener todos esos animales (y nótese, siete parejas por cada uno), y al mismo tiempo tener la justa proporción entre la parte que emerge y la parte inmersa, para no irse a pique con todo ese peso o zozobrar por los embates del mar, que durante el Diluvio no debían de ser azotes de poca entidad.

Había hecho un bosquejo para enseñarle a Roberto el dibujo en sección del Arca, como un enorme edificio cuadrado, de seis pisos, los volátiles arriba para que recibieran la luz del sol, los mamíferos en cercados que pudieran brindar hospitalidad no solamente a gatitos sino también a elefantes, y los reptiles en una especie de sentina, donde entre el agua pudieran encontrar alojamiento también los anfibios. Ningún espacio para los gigantes, y por ello la especie habíase extinguido. Noé, últimamente, no había tenido el problema de los peces, los únicos que del Diluvio no tenían qué temer.

Sin embargo, estudiando el Diluvio, el padre Caspar había dado en enfrentarse con un problema physicus—hydrodynamicus aparentemente insoluble. Dios, lo dice la Biblia, hace llover sobre la tierra durante cuarenta días y cuarenta noches, y las aguas se levantaron sobre la tierra hasta cubrir incluso los montes más altos, se detuvieron a quince codos sobre los altísimos entre los montes, y las aguas cubrieron así la tierra durante ciento y cincuenta días.

Perfectamente.

—¿Pero has tú la lluvia intentado a recoger? ¡Llueve todo un día, y tú has recogido un pequeño fondo de tonel! ¡Y si llovería por una semana, a duras penas tú llenas el tonel! Y imagina también una ungeheuere lluvia, que precisamente no puedes ni siquiera resistir bajo ella, que todo el cielo se vuelca sobre tu pobre cabeza, una lluvia peor que el huracán en que has naufragado... ¡En cuarenta días ist das unmóglich, no posible que tú llenas toda la tierra hasta los montes más altos!

—¿Quiere decir que la Biblia ha mentido?

—¡Nein! ¡Desde luego que no! ¡Pero yo tengo que demostrar dónde Dios ha toda esa agua cogido, que no es posible que la ha hecho caer del cielo! ¡Esto no basta!

—¿Y entonces?

—Et entonces dumm bin ist nicht1, ¡estúpido soy yo no! El padre Caspar ha una cosa pensado que de ningún ser humano antes que hoy jamás pensada era. In primis, ha leído bien la Biblia que dice que Dios ha, sí, abierto todas las ventanas de los cielos pero ha también hecho romper todas las Quellen, las Fontes Abyssy Magnae, todas las fuentes del Abysso grande, Génesis siete once. Después de que el Diluvio acabado estaba, ha fuentes del abysso cerrado, ¡Génesis ocho dos! ¿Quál cosa son estas fuentes del abysso?

—¿Quál cosa son?

—¡Son las aquas que en lo más profundo del mar encuéntranse! ¡Dios no ha sólo la lluvia tomado sino también las aquas de lo más profundo del mar y halas volcado sobre la tierra! Y halas aquí tomado porque, si los montes más altos de la tierra están alrededor del Primer Meridiano, entre Jerusalem y la Isla del Hierro, sin duda deben los abyssos marinos más profundos estar aquí, en el antimeridiano, por razones de symmetria.

—Sí, mas las aguas de todos los mares del globo no bastan para recubrir los montes, si no, lo harían siempre. Y si Dios derramaba las aguas del mar sobre la tierra, cubría la tierra pero vaciaba el mar, y el mar mudábase en un gran agujero vacío, y Noé caía dentro con toda el Arca...

—Tú dices una justísima cosa. No sólo: si Dios cogía toda el aqua de la Tierra Incógnita y esa derramaba sobre la Tierra Cógnita, sin esta aqua en este hemisferio, cambiaba la tierra todo su Zentrum Cravitatis y volcábase toda, y quizá saltaba en el cielo como una pelota a la que tú das una patada.

—¿Y entonces?

—Y entonces prueba tú pensar qué tú harías si tú eras Dios.

Roberto embargado por el juego:

—Si yo era Dios —dijo, dado que considero que ya no conseguía conjugar los verbos como el Dios del buen idioma manda—, yo creaba nueva aqua.

—Tú, pero Dios no. Dios puede aqua ex nichilo2 creare, ¿pero dónde pone ella después del Diluvio?

—Entonces Dios había puesto desde el principio de los tiempos una gran reserva de agua debajo del abismo, escondida en el centro de la tierra, y la hizo salir en aquella ocasión, sólo durante cuarenta días, como si brotara de los volcanes. Sin duda, la Biblia quiere decir esto cuando leemos que Él hizo reventar los manantiales del abismo.

—¿Tú crees? Pero de los volcanes sale el fuego. ¡Todo el Zentrum de la tierra, el corazón del Mundus Subterraneus, es una gran masa de fuego! ¡Si en el zentrum el fuego está, no puede el agua en ello estar! Si el agua estaría, fueran los volcanes fuentes —concluía.

Roberto no cejaba:

—Entonces, si yo era Dios, yo cogía el agua de otro mundo, visto que son infinitos, y la derramaba sobre la tierra.

—Tú has en París oído esos ateos que de los mundos infinitos hablan. Pero Dios ha uno solo de mundo hecho, y eso basta a su gloria. No, tú piensa mejor, y si tú no infinitos mundos tienes, y no tienes tiempo de hacerlos precisamente para el Diluvio y luego los tiras de nuevo a la Nada, ¿qué cosa haces tú?

—Entonces precisamente no sé.

—Porque tú un pequeño pensamiento tienes.

—Tendré un pequeño pensamiento.

—Sí, muy pequeño. Agora tú piensa. Si Dios el aqua tomar podría que fue ayer en toda la tierra y ponerla hoy; y mañana toda el aqua tomar que fue hoy, et es ya el doble, y ponerla pasado mañana, y así ad infinitum, ¿quizá viene el día que Él toda esta nuestra esfera llenar consigue, hasta cubrir todas las montañas?

—No se me dan bien los cálculos pero diría que a un cierto punto sí.

—¡Ja! En cuarenta días llena Él la tierra con cuarenta veces el agua que se encuentra en los mares, y si tú haces cuarenta veces la profundidad de los mares, tú cubres ciertamente las montañas: los abismos son mucho más profundos, o tanto profundos que las montañas altas son.

—¿Pero dónde cogía Dios el agua de ayer, si ayer ya había pasado?

—¡Pues aquí! Agora escuchas. Piensa que tú serías en el Primer Meridiano. ¿Puedes?

—Yo sí.

—Agora piensas que allá medio día es y digamos medio día de jueves santo. ¿Qué hora es en Jerusalem?

—Después de todo lo que he aprendido sobre el curso del sol y los meridianos, en Jerusalén el sol habrá pasado desde hace tiempo sobre el meridiano, y será media tarde entrada. Entiendo dónde quiere llevarme. Está bien: en el Primer Meridiano es medio día y en el Meridiano Ciento y Ochenta es media noche, puesto que el sol ya pasó hace doce horas.

—Gut. Por tanto aquí es media noche, por tanto la fin de jueves santo. ¿Qué acontece aquí inmediatamente después?

—Que empezarán las primeras horas del viernes santo.

—¿Y no en el Primer Meridiano?

—No, allá abajo será todavía la tarde de ese jueves.

—Wunderbar. Ergo aquí ya es viernes, et allá es aún jueves, ¿no? Y cuando allá viernes se vuelve, aquí es ya sábado. Así el Señor resucita aquí cuando allá todavía no es muerto, ¿no?

—Sí, está bien, pero no entiendo...

—Agora tú entiendes. Cuando aquí es la media noche et un minuto, una minuscularia parte de minuto, ¿tú dices que aquí es ya viernes?

—Desde luego que sí.

—Pues piensa que en ese mismo momento tú no estarías aquí en el navío sino en aquella isla que ves, a oriente de la línea del meridiano. ¿Acaso tú dices que allí ya viernes es?

—No, allí es aún jueves. Es media noche menos un minuto, menos un instante, pero del jueves.

—¡Gut! ¡En el mismo momento aquí es viernes et allá jueves!

—Claro, y... —Roberto habíase detenido sorprendido por un pensamiento—. ¡Y no sólo! Vuestra Merced me hace comprender que si en ese mismo instante yo estuviera en la línea del meridiano sería media noche en punto, mas si mirara hacia occidente vería la media noche del viernes y si mirara hacia oriente vería la media noche del jueves. ¡Vive Dios!

—Tú no dices Vivediós, bitte.

—¡Perdóneme, reverendo padre, es que es algo milagroso!

—¡Et por tanto ante un miráculo tú no usas el nombre de Dios en vano! Dices Sacro Bosco, más bien. ¡Pero el grande miráculo es que no hay miráculo! ¡Todo estaba previsto ab initio! Si el sol veinte y cuatro horas emplea en dar la vuelta de la tierra, empieza en occidente del meridiano ciento et ochenta un nuevo día, et a oriente tenemos aún el día de antes. Media noche de viernes aquí en el navío es media noche de jueves en la Isla. ¿Tú no sabes que cosa a los marineros de Magallanes ha sucedido cuando acabaron en su vuelta del mundo, como cuenta Pedro Mártir? Que son vueltos et pensaban que fuera un día antes et era en cambio un día después, y ellos creían que Dios había castigado ellos robándoles un día, porque no habían el ayuno del viernes santo observado. En cambio, era muy natural: habían hacia poniente viajado. Si desde la Amérika hacia la Asia viajas, pierdes un día, si en el sentido contrario viajas, ganas un día: he aquí el motivo que el Daphne ha facto la vía de la Asia, y vosotros estúpidos la vía de la Amérika. ¡Tú eres agora un día más viejo que yo! ¿No te hace reír?

—¡Mas si volviera a la Isla sería un día más joven! —dijo Roberto.

—Esto era mío pequeño jocus. Pero a mí no importa si tú eres más joven o más viejo. A mí importa que en este punto de la tierra una línea hay que de esta parte el día de después es, y de aquella parte el día de antes. Y no sólo a media noche, sino también a las siete, a las diez, ¡a cada hora! Dios por tanto cogía de este abysso el aqua de ayer (que tú ves allá) y la volcaba sobre el mundo de hoy, y el día después aún ¡y así en adelante! ¡Sine miraculo, naturaliter! ¡Dios había la Naturaleza predispuesto como un grande Horologium! Es como si yo habría un horologium que marca no las doce pero las veinte y cuatro horas. En este horologium muévese la lanza o saeta hacia las veinte y cuatro, et a la derecha de las veinte y cuatro era ayer et a la izquierda hoy.

—¿Pero cómo hacía la tierra de ayer para quedarse parada en el cielo, si ya no había agua en ese hemisferio? ¿No perdía su Centrum Gravitatis?

—Tú piensas con la humana conceptione del tiempo. Para nosotros los hombres existe el ayer ya no, y el mañana aún no. Tempus Dei, quod dicitur Aevum, muy diferente.

Roberto razonaba que si Dios quitaba el agua de ayer y la ponía hoy, quizá la tierra de ayer tenía una sacudida por vía de aquel maldito centro de gravedad, aunque a los hombres esto no les debía importar: en su ayer la sacudida no había tenido lugar, y tenía lugar, en cambio, en un ayer de Dios, que evidentemente sabía manejar diversos tiempos y diversas historias, como un Narrador que escriba diversas novelas, todas con los mismos personajes, haciéndoles acaecer casos diferentes de historia a historia. Como si hubiera habido un Cantar de Roldan en el que Roldan moría bajo un pino, y otro en el que se convertía en rey de Francia a la muerte de Carlos, usando la piel de Ganelón como alfombra. Pensamiento que, como se dirá, habríale acompañado más tarde durante mucho tiempo, convenciéndole de que no solamente los mundos pueden ser infinitos en el espacio, sino también paralelos en el tiempo. Pero de esto no quería hablarle al padre Caspar, que consideraba ya hereticísima la idea de los muchos mundos todos presentes en el mismo espacio y quién sabe qué habría dicho de aquella glosa suya. Se limitó, pues, a preguntar cómo había hecho Dios para mover toda aquella agua de ayer a hoy.

—¡Con la eruptione de los volcanes submarinos, natürlich! ¿Piensas? Ellos soplan abrasadores vientos, ¿y qué sucede cuando una olla de leche caliéntase? La leche hínchase, sube hacia arriba, sale de la olla, espárcese por los fogones. ¡Pero en aquel tiempo era no leche, sed aqua hirviente! ¡Grosse catastróphe!

—¿Y cómo quitó Dios toda aquella agua después de los cuarenta días?

—Si no llovía más, estaba el sol, et por tanto evaporaba el agua poco a poco. La Biblia dice que ciento y cincuenta días necesarios fueron. Si tú la veste en un día lavas et secas, secas la tierra en ciento y cincuenta. Y además mucha aqua ha en enormes lagos subterráneos refluido, que agora aún entre la superficie y el fuego zentral están.

—Casi me ha convencido —dijo Roberto, a quien no le importaba tanto cómo habíase movido aquella agua, como el hecho de que él se encontraba a dos pasos de ayer—. Mas llegando aquí, ¿qué ha demostrado Vuestra Merced que no había podido demostrar antes con la luz de la razón?

—La luz de la razón la dejas a la vieja theologia. Hoy quiere la ciencia la prueba de la experientia. Et la prueba de la experientia es que yo aquí estoy. Además antes que yo llegaba aquí he hecho muchos sondeos, et sé cuánto profundo el mar allá abajo es.

El padre Caspar había abandonado su explicación geoastronómica y habíase explayado en la descripción del diluvio. Hablaba ahora su latín erudito, moviendo los brazos para evocar los diferentes fenómenos celestes e inferiores, a grandes pasos sobre el combés. Lo había hecho precisamente mientras el cielo sobre la bahía estaba nublándose y anunciábase un temporal como los que llegaban sólo, de repente, en el mar del Trópico. Ahora bien, habiéndose roto todas las fuentes del abismo y las ventanas de los cielos, ¡qué horrendum et formidandum spectaculum habíase ofrecido a Noé y a su familia!.....


viernes, 30 de diciembre de 2011

Keynes was Right

By Paul Krugman

“The boom, not the slump, is the right time for austerity at the Treasury.” So declared John Maynard Keynes in 1937, even as F.D.R. was about to prove him right by trying to balance the budget too soon, sending the United States economy — which had been steadily recovering up to that point — into a severe recession. Slashing government spending in a depressed economy depresses the economy further; austerity should wait until a strong recovery is well under way.

This wasn’t supposed to happen, according to the ideology that dominates much of our political discourse. In March 2011, the Republican staff of Congress’s Joint Economic Committee released a report titled “Spend Less, Owe Less, Grow the Economy.” It ridiculed concerns that cutting spending in a slump would worsen that slump, arguing that spending cuts would improve consumer and business confidence, and that this might well lead to faster, not slower, growth.

They should have known better even at the time: the alleged historical examples of “expansionary austerity” they used to make their case had already been thoroughly debunked. And there was also the embarrassing fact that many on the rightEnlace had prematurely declared Ireland a success story, demonstrating the virtues of spending cuts, in mid-2010, only to see the Irish slump deepen and whatever confidence investors might have felt evaporate.

Amazingly, by the way, it happened all over again this year. There were widespread proclamations that Ireland had turned the corner, proving that austerity works — and then the numbers came in, and they were as dismal as before

(ver artículo completo en el New York Times)

(ver versión en español en El País)

jueves, 29 de diciembre de 2011

Samoa se salta el Viernes

Para cuando toda esta historia sea cosa pasada, la línea internacional del tiempo, que ciertamente es un tratado político, se habrá modificado de manera que Samoa -que hasta hoy tenía la misma hora que Tonga, pero con un día de atraso- quedará al otro lado del calendario. Los escritores de ciencia ficción algo tienen que decir acerca de las paradojas inevitables en estas situaciones. Lo que los líderes samoanos hacen para mejorar sus condiciones de negocios con China, Yo lo quisiera hacer para evitarme el ritual inútil del día sábado 31 de diciembre. De buena gana me gustaría acostarme mañana viernes 30, y despertar directo sin escalas en el 2012.