lunes, 14 de agosto de 2017

Sagan acerca de Einstein


SAGAN ACERCA DE EINSTEIN

Para castigarme por mi desprecio a la Autoridad, el destino me convierte en tal.
EINSTEIN

Por Carl Sagan, 1979. 
Albert Einstein nació en Ulm, Alemania, en 1879, hace ahora justamente un siglo. Pertenece al pequeño grupo de individuos de todas las épocas que remodelan el mundo gracias a un don muy especial, el talento preciso para contemplar viejos hechos según nuevos enfoques, para plantear profundos desafíos a la sabiduría convencional. Durante décadas y décadas ha sido una figura honrada y mitificada, el único científico cuyo nombre se le ocurría de inmediato al ciudadano medio. Einstein fue un hombre admirado y reverenciado a lo largo y ancho del mundo, en parte por sus contribuciones científicas, vagamente comprendidas por los profanos en la materia, en parte a causa de sus valientes tomas de postura en cuestiones sociales, y en parte a causa de su afable personalidad. Para los hijos de inmigrantes con inclinaciones científicas, o para quienes, como en mi caso, vivieron su infancia en los años de la Depresión, el respeto otorgado a Einstein les hizo ver que existían personas como los científicos, que una carrera científica no era un sueño totalmente inalcanzable. Una de sus principales aportaciones, aunque involuntaria, fue la de constituirse como paradigma del científico. Sin Einstein, muchos de los jóvenes que se convirtieron en científicos en los años subsiguientes a la década de los 20´s jamás hubieran oído hablar de la existencia de la empresa científica. El substrato lógico de la teoría especial de la relatividad de Einstein, pudo haberse desarrollado un siglo antes, pero, aunque otros avanzaran una serie de intuiciones premonitorias, la relatividad debía esperar a Einstein para madurar definitivamente. Los fundamentos físicos de la teoría especial de la relatividad son muy simples, y muchos de sus resultados esenciales pueden ser derivados del álgebra secundaria y de la reflexión sobre el movimiento de un bote que remonte una corriente fluvial o avance a su favor. La vida de Einstein fue rica en genialidad e ironía. Sintió gran pasión por todos los problemas cruciales de su tiempo, efectuó interesantes incursiones en los ámbitos de la educación y de las relaciones entre ciencia y política, y fue un vivo ejemplo de que, después de todo, el trabajo de ciertos individuos puede llegar a cambiar el mundo.

Siendo niño ofreció escasísimos indicios de lo que llegaría a ser mas tarde. El mismo recordaría años después: “mis padres estaban preocupados porque no comencé a hablar hasta una época comparativamente tardía, y llegaron a consultar el problema con un médico... por aquel entonces... seguro que no tenía menos de tres años”. Fue un estudiante mediocre en sus años escolares, y recordaba a sus maestros bajo la figura de sargentos instructores. Durante los años juveniles de Einstein, las pautas de la educación europea eran un altisonante nacionalismo y una marcada rigidez intelectual. El joven Einstein se rebelaba contra los obtusos y mecanizados métodos educativos de la época. “Prefería sobrellevar todo tipo de castigos antes que aprender de memoria cosas que no comprendía.” Einstein detestó toda su vida a los partidarios de una disciplina rígida, tanto en los terrenos de la educación como en los de la ciencia y la política.

A los cinco años se sintió turbado por el misterio de la brújula. Posteriormente escribiría: “A los 12 años experimenté una segunda perplejidad, de naturaleza completamente distinta, al leer un pequeño texto de geometría euclidiana plana... Había allí postulados, como por ejemplo el referente a la intersección en un punto de las tres alturas de un triángulo, que a pesar de no ser ni con mucho evidentes, podían ser probados con tal grado de certidumbre que quedaba fuera de lugar toda duda sobre ellos. Esta lucidez y certidumbre me causaron una impresión indescriptible”. Los programas escolares al uso sólo conseguían provocar tediosas interrupciones a las meditaciones de este tipo. Einstein escribiría las siguientes palabras sobre su autoeducación: “Entre los 12 y 16 años me familiaricé con los rudimentos de la matemática al tiempo que con los principios básicos del cálculo diferencial e integral. Tuve la inmensa fortuna de dar con libros no especialmente notables en cuanto a su rigor lógico, deficiencia que compensaban sobradamente al presentar los aspectos fundamentales del tema clara y sinópticamente... También tuve la suerte de empezar a conocer los resultados y métodos esenciales de las ciencias de la naturaleza en excelentes exposiciones popularizadoras que recogían casi exclusivamente los aspectos cualitativos... un trabajo que leí con atención expectante”. Los modernos divulgadores científicos pueden sentirse reconfortados por estas palabras de Einstein.

Ninguno de sus profesores parece haberse percatado de su talento. En el Gymnasium de Munich, el centro de enseñanza secundaria más destacado de la ciudad, un profesor le dijo en cierta ocasión, “Einstein, usted nunca llegará a ninguna parte”. A los quince años las sugerencias de este tipo se hicieron tan fuertes y directas que decidió abandonar el instituto. Su profesor le indicaba que “tan solo con su presencia dañaba el respeto que toda la clase le debía a su persona”. Aceptó con gusto tales observaciones, abandonó el instituto y durante varios meses viajó sin meta ni fin concreto por el norte de Italia. Toda su vida mostró clara preferencia por los modales y la vestimenta sin ceremonias ni formalidades. De haber transcurrido su adolescencia en la década de los 60 o los 70 de nuestro siglo, en vez de la década de 1890, la gente convencional le habría calificado de hippie casi sin lugar a dudas.

Su curiosidad por la física y su admiración ante el universo le permitieron superar muy pronto su aversión hacia los métodos educativos imperantes, y a no tardar solicitaría su ingreso, sin diploma que certificara sus estudios secundarios, en el Instituto Federal de Tecnología de Zurich. Reprobó el examen de nuevo ingreso, se matriculó en un instituto suizo de enseñanza media por su propia cuenta y riesgo para subsanar sus lagunas, y al año siguiente fue admitido por fin en el Instituto Federal de Tecnología. No obstante, seguía siendo un estudiante mediocre. No le gustaba el currículo imperante, esquivaba la biblioteca del centro e intentaba hasta donde le era posible trabajar sobre sus verdaderos intereses. Más tarde escribiría: “Desde luego, el principal impedimento para seguir en tal línea era que debía atiborrar mi cabeza con todas estas cosas para pasar los exámenes, me gustara o no.

Consiguió su graduación sólo gracias a que su amigo Marcel Grossmann, asistía asiduamente a clase y compartía sus apuntes con Einstein. Con ocasión de la muerte de Grossmann, acaecida muchos años después, Einstein escribiría: “Recuerdo nuestros días de estudiantes. Él era un estudiante irreprochable, yo un desordenado y un soñador. Él, en excelentes relaciones con los  profesores y comprendiéndolo todo; yo, un paria, descontento y escasamente apreciado... Al finalizar nuestros estudios, me vi abandonado de repente por todo el mundo, desconcertado y perplejo ante el umbral de la vida”. La graduación la obtuvo gracias a un esfuerzo final para sumergirse en los apuntes de Grossmann. Pero estudiando en la preparación de los exámenes finales, recordará “que mi ánimo llegó a sentirse bloqueado hasta tal punto... que durante un año entero hallé completamente insipido el análisis y consideración de cualquier problema científico... Es casi milagroso que los métodos modernos de instrucción no hayan conseguido ahogar por completo la santa curiosidad de la investigación, pues la principal necesidad de tan delicada planta, aparte del estímulo inicial, es la libertad. Sin esta, corre seguro peligro de muerte... y creo que incluso puede despojarse de su voracidad a un animal de presa sano si se le obliga a comer a golpes de látigo, con hambre o sin ella...”. Sus observaciones deben templar el espíritu de toda persona involucrada en la educación científica. Me pregunto cuántos Einstein potenciales habrán llegado a sentirse irremediablemente descorazonados a causa de exámenes competitivos y del hastío generado por acumular méritos en su currículum a la fuerza.

Después de haberse ganado el sustento con diversos trabajos ocasionales, Einstein aceptó una oferta para trabajar como inspector de solicitudes en la Oficina Suiza de Patentes sita en Berna, oportunidad que obtuvo gracias a la mediación del padre de Marcel Grossmann. Por estas fechas renunciaría a la nacionalidad alemana para convertirse en ciudadano suizo. Tres años después, en 1903, se casaba con su prometida. No sabemos casi nada acerca de las patentes aprobadas y rechazadas por Einstein, y sería de gran interés determinar si alguna de las que pasaron por sus manos llegó a tener cierta influencia estimulante en sus meditaciones sobre la física.

Banesh Hoffman, uno de sus biógrafos, escribe que en la oficina de patentes Einstein “aprendió pronto a deshacerse de sus tareas con rapidez y eficiencia. Eso le permitiría arrebatar preciosos minutos para sus propios cálculos clandestinos, que escondía con rapidez y sentido de culpabilidad en el interior de su pupitre de trabajo al menor ruido de pasos que se aproximasen”. Tales fueron las circunstancias en que se gestaría el nacimiento de la gran teoría de la relatividad. Posteriormente Einstein recordaría con nostalgia la oficina de patentes, “este claustro secular en el que se incubaron mis más bellas ideas”.

En más de una ocasión Einstein sugeriría a sus colegas que la ocupación como cuidador de un faro sería una de las situaciones más francamente apetecibles para un científico, pues se trataba de un trabajo relativamente sencillo y capaz de proporcionar la tranquilidad y contemplación necesarias a todo espíritu para abordar la investigación científica. Decía su colaborador Leopold Intfield, “para Einstein, la soledad, la vida en un faro, hubiera sido estimulante en grado sumo. Le hubiera liberado de buena parte de las obligaciones que odiaba. De hecho, hubiera sido para él la forma de vida ideal. Pero casi todos los científicos piensan justamente lo contrario. La maldición de mi vida ha sido verme apartado por largo tiempo de toda atmósfera científica, de no tener a nadie con quien hablar de física”.

Einstein también sostenía que era deshonesto ganar dinero enseñando física. Argumentaba que era muchísimo mejor para un físico ganarse el sustento con algún otro trabajo sencillo y honesto, y que la física debía cultivarla en sus ratos libres. Cuando años más tarde Einstein hiciera una observación similar en EE.UU., señaló que le hubiese encantado trabajar de fontanero, lo que le valió una inmediata nominación como miembro honorario del sindicato del ramo.

En 1905 Einstein publicó cuatro papers de investigación, producto de sus ratos libres en la oficina de patentes, en la publicación especializada más prestigiosa de la época, los Annaten der Physik. En el primero de ellos demostraba que la luz tiene al mismo tiempo propiedades corpusculares y propiedades ondulatorias, exponiendo por vez primera el desconcertante efecto fotoeléctrico, de acuerdo con el cual los sólidos estimulados por una radiación lumínica emiten electrones. En el segundo exploraba la naturaleza de las moléculas por medio  del “movimiento Browniano” estadístico  que presentan las pequeñas partículas en suspensión. En los dos restantes introducía la teoría especial de la relatividad, explicitando por primera vez la famosa ecuación, E = mc2, tan ampliamente citada como escasamente comprendida.

La ecuación expresa la convertibilidad de la materia en energía, y viceversa. Amplía la ley de la conservación de la energía a una ley que nos habla de la conservación de la energía y la masa, por la que se afirma que energía y masa no pueden ser creadas ni destruidas, si bien una determinada forma de energía puede convertirse en materia y a la inversa. En circunstancias ideales, la cantidad de energía que puede obtenerse de una masa m es mc2, donde c es la velocidad de la luz (la velocidad de la luz siempre se representa por c minúscula, jamás en mayúscula, y su valor es de 300,000 kilómetros por segundo). Si medimos m en gramos y c en centímetros por segundo, E nos  vendrá dada en una unidad de energía denominada ergio. La total conversión de un gramo de masa en energía produce 1 x (3 x 10 10)2 = 9 x 1020 ergios, cantidad equivalente a la que desprende la explosión súbita de unas mil toneladas de TNT. Por consiguiente, si hallamos la forma de extraerlos, los recursos energéticos que albergan pequeñísimas cantidades de materia son enormes. Las armas nucleares y las centrales nucleares son otros tantos ejemplos de los vacilantes y éticamente ambiguos esfuerzos encaminados a obtener la energía que Einstein nos demostró que está presente en toda materia. Un arma termonuclear, por ejemplo una bomba de  hidrogeno, es un ingenio de poder terrorífico, aunque dada una masa m de hidrogeno tan solo consigue obtener menos del 1% del poder energético mc2 que encierra.

Los cuatro papers de Einstein publicados en 1905 hubieran sido una producción impresionante como fruto de toda una vida dedicada a la investigación para cualquier físico. Si se contemplan como lo que en realidad fueron, el resultado de los ratos libres de un año de trabajo de un empleado de veintiséis años de una oficina de patentes suiza, es algo más que asombroso. Son muchos los historiadores de la ciencia que han calificado 1905 como Annus Mirabilis, el año milagroso. Dentro de la historia de la física, y con inquietantes parecidos, sólo ha existido otro año semejante, 1666, cuando Isaac Newton, con veinticuatro años, aislado en una zona rural a causa de una epidemia de peste bubónica, esbozó una explicación para la naturaleza espectral de la luz del sol, inventó el cálculo diferencial e integral, y postuló la teoría de la gravitaci6n universal. Junto con la teoría general de la relatividad, formulada por vez primera en 1915, los papers de 1905 representan el principal logro de la vida científica de Einstein.

Antes de Einstein los físicos sostenían la generalizada creencia de que existían marcos de referencia privilegiados, cosas tales como un espacio y un tiempo absolutos. El punto de partida de las meditaciones de Einstein fue que desde cualquier marco de referencia -cualquier observador, fuera cual fuese su ubicación, velocidad o aceleración- las leyes fundamentales de la naturaleza debían contemplarse de idéntica manera. Parece ser que su idea sobre los sistemas de referencia en física se vio influenciada por sus actitudes sociales y políticas y por su resistencia ante el estridente patrioterismo que impregnara la Alemania del siglo xix. En este sentido, la idea de la relatividad se ha convertido en un lugar común antropológico, y los científicos sociales han hecho suya la idea de un relativismo cultural. Existen diversos contextos sociales distintos y diferentes interpretaciones del mundo y de los preceptos éticos y religiosos. Por lo demás, las diferentes sociedades humanas son prácticamente comparables en cuanto a su validez.

En un principio no se produjo, ni mucho menos, una aceptación generalizada de la relatividad especial. A modo de nuevo intento de integrarse en la vida académica, Einstein presento su recién publicado paper sobre la relatividad a la Universidad de Berna como ejemplo de su trabajo. Evidentemente, él lo consideraba como un buen trabajo de investigación. Sin embargo, le fue rechazado tildándolo de incomprensible y tuvo que permanecer en la oficina de patentes hasta 1909. A pesar de todo, la publicación del trabajo no pasó desapercibida para todo el mundo y poco a poco algunas de las figuras prominentes de la física europea de la época empezaron a sospechar que Einstein podía muy bien ser uno de los más grandes científicos de todas las épocas. Pero, pese a todo, su trabajo sobre la relatividad generó vivas polémicas. En una carta de recomendación para que Einstein fuera  contratado en la Universidad de Berlín, un eminente científico alemán sugería que la relatividad era un excurso hipotético, una aberración momentánea, y que a pesar de todo, Einstein era realmente un pensador de primer orden. (El premio Nobel, de cuya concesión tuvo noticia durante una visita a Oriente en 1921, se le otorgaba por su trabajo sobre el efecto fotoeléctrico y “otras contribuciones” a la física teórica. La relatividad seguía siendo considerada un tema demasiado polémico como para mencionarlo explícitamente.)

Las opiniones políticas y religiosas de Einstein estaban explícitamente relacionadas con su trabajo científico. Sus padres eran de origen judío, aunque no practicantes del ritual religioso. No obstante, Einstein se inclinó hacia una religiosidad convencional “por influjo de la maquinaria educativa tradicional, el Estado y la escuela”. Pero a los doce años tal situación cambió bruscamente: “A través de la lectura de libros de divulgación científica llegue pronto a la convicción de que muchas de las historias bíblicas no pueden ser verdaderas. Como consecuencia abracé con todas mis fuerzas la libertad de pensamiento y empecé a considerar que a la juventud la estaba estafando intencionadamente el Estado mediante la propagación de mentiras; fue una impresión abrumadora. De esta experiencia nació una firme sospecha ante todo tipo de autoridad, una actitud escéptica ante las convicciones vigentes en todo contexto social específico -actitud que nunca abandone, aun cuando con el paso del tiempo, una vez fui comprendiendo más a fondo las conexiones causales, perdió parte de su virulencia inicial”

Poco antes de estallar la Primera Guerra Mundial, Einstein aceptó una plaza de profesor en el reputado Institute Kaiser Wilhelm de Berlín. Su deseo de trabajar en el centro de física teórica de más prestigio en su época fue momentáneamente más fuerte que su antipatía hacia el militarismo alemán. El estallido de la conflagración mundial ocurrió mientras la esposa y los dos hijos de Einstein se encontraban en Suiza, impidiéndoles regresar a Alemania. Pocos años después esta separación forzosa desembocaría en divorcio, aunque cuando Einstein recibió el premio Nobel en 1921, a pesar de haberse casado ya otra vez, entregó la suma total del mismo, $30,000 dólares, a su primera esposa y sus hijos. Con el tiempo su hijo mayor se convertiría en una prominente figura de la ingeniería civil, ocupando una cátedra en la Universidad de California, pero el segundo, que idolatraba a su padre, le acusaría años después, para angustia dc Einstein, de haberle ignorado durante su juventud.

Einstein, que se declaraba socialista, acabó convenciéndose de que la Primera Guerra Mundial estalló fundamentalmente a causa de las intrigas e incompetencia de “las clases dirigentes” del momento, conclusión que por otro lado sustentan buena parte de los historiadores contemporáneos. Einstein se tornó pacifista. Mientras otros científicos alemanes apoyaron con entusiasmo las empresas militares de su país, Einstein condenaba abierta y públicamente la guerra como “delirio epidémico”. Sólo le salvó del encarcelamiento su ciudadanía suiza, suerte que no pudo compartir su amigo el filósofo ingles Bertrand Russell, condenado a prisión en estos mismos años por defender también una postura pacifista. Los puntos de vista de Einstein sobre la guerra no contribuyeron precisamente a aumentar su popularidad en Alemania.

No obstante, y de forma indirecta, la guerra contribuyó a popularizar entre el gran público el nombre de Einstein. En su teoría general de la relatividad, Einstein avanzaba una idea aun asombrosa por su simplicidad, belleza y fuerza, a saber, que la atracción gravitacional entre dos masas genera la distorsión o curvatura del espacio euclidiano inmediatamente circundante. La teoría cuantitativa nos confirma, con el grado de precisión que cabe esperar de los experimentos, la ley de Newton sobre la gravitación universal. Pero al fijarnos en la próxima cifra decimal, por decirlo así, la teoría general de la relatividad predice la existencia de diferencias significativas con respecto al esquema postulado por Newton. Se trata de una situación clásica dentro de la historia de la ciencia, de acuerdo con la cual aparecen nuevas teorías que confirman la validez de los resultados derivados de sus antecesores pero avanzan una serie de nuevas predicciones que permiten establecer distinciones determinantes entre ambas perspectivas.

Las tres piedras de toque propuestas por Einstein para verificar la validez de la relatividad general fueron las anomalías detectadas en el movimiento orbital de Mercurio, el corrimiento hacia el rojo de la representación espectral de la luz emitida por una estrella de gran masa y la deflección o curvamiento de la luz estelar al alcanzar sus rayos las proximidades del Sol. En 1919, antes de que fuera firmado el armisticio, se organizaron expediciones científicas británicas a Brasil y a la isla del Príncipe, frente a las costas de África occidental, para observar si durante un eclipse de sol las radiaciones lumínicas estelares se curvaban de acuerdo con las predicciones de la relatividad general. Y así era. Quedaban con ello reivindicadas las tesis de Einstein por vía experimental. El simbolismo de una expedición británica intentando verificar las hipótesis de un científico alemán, mientras ambos países estaban aun técnicamente en guerra, apelaba a los más loables sentimientos del género humano.

Sin embargo, al terminar la guerra comienza a desencadenarse en Alemania una activa campaña pública contra Einstein, financiada por intereses muy concretos. Tanto en Berlín como en otras ciudades se organizan grandes mítines con un claro trasfondo antisemítico para denunciar la teoría de la relatividad. La sorpresa se apoderó de los colegas de Einstein, pero la mayor parte de ellos, excesivamente medrosos para intervenir en política, nada hicieron para contrarrestar el ataque. Cuando el nazismo inicia su irresistible ascensión en la década de los 20 y comienzos de los 30, Einstein, contra su inclinación natural a una vida de tranquila contemplación, se encuentra a menudo arengando con valentía contra los peligros inminentes derivados de la situación. Testifica ante tribunales alemanes en favor de académicos juzgados por sus opiniones políticas contrarias al nazismo. Hace un llamamiento en favor de la amnistía para los presos políticos alemanes y de otras partes del globo (incluidos Sacco y Vanzetti y los llamados “muchachos de Scottsboro” en Estados Unidos). Cuando Hitler alcanza la cancillería en 1933. Einstein y su segunda esposa abandonan Alemania.

Los nazis queman en hogueras públicas los trabajos científicos de Einstein junto con otros libros escritos por autores antifascistas. La talla científica de Einstein es atacada por todo lo alto en su país de origen. El líder de la campaña difamatoria es el físico Philipp Lenard, galardonado asimismo con el premio Nobel, quien denuncia lo que el llamara “chapuceras teorías matemáticas de Einstein” y el “espíritu asiático en la ciencia”. Lenard declaraba: “Nuestro Führer ha eliminado este mismo espíritu de la política y la economía nacionales, en las que es conocido como marxismo. No obstante, en el terreno de las ciencias naturales, sigue mostrándose influyente a través de un indebido reconocimiento de la obra de Einstein. Debe dejarse bien sentado que para todo intelectual alemán es indecoroso seguir las ideas de un judío. La ciencia natural propiamente dicha es de exclusive origen ario... Heil Hitler!

Fueron muchos los profesores y académicos nazis que sumaron su voz a las admoniciones contra la física “Judía”  y “Bolchevique” de Einstein. Ironías del destino, en este mismo momento histórico prominentes intelectuales estalinistas denunciaban en la Unión Soviética la relatividad como “física burguesa”. Por descontado, en tales deliberaciones jamás se tomó en consideración hasta qué punto la substancia de la teoría atacada era o no correcta.

La identificación de si mismo de Einstein como judío, a pesar de su profundo distanciamiento de las religiones tradicionales, fue completamente generada por el intenso antisemitismo que se vivía en la Alemania de la década de 1920. He aquí la razón de que se convirtiera en Sionista. Pero si hemos de hacer caso a uno de sus biógrafos, Philipp Frank, no todos los grupos Sionistas le abrieron los brazos por considerar intolerables sus demandas de entendimiento con los árabes y el esfuerzo necesario para comprender sus formas de vida y pensamiento. Su adhesión a un claro relativismo cultural resulta mucho más impresionante si se tienen en cuenta las dificultades emocionales involucradas en este caso. A pesar de todo, siguió prestando su apoyo al sionismo, particularmente cuando se hizo pública la desesperada situación en que vivían los judíos europeos a finales de la década de los 30. (En 1948 se le ofreció a Einstein la presidencia de Israel, que declinaría cortésmente. Resulta interesante especular acerca de las hipotéticas diferencias que hubieran podido producirse en la política del Próximo Oriente de aceptar Albert Einstein la presidencia del estado de Israel.)

Tras abandonar Alemania, Einstein tuvo noticia de que los nazis habían puesto un precio de 20.000 marcos a su cabeza. (“Ignoro si era un precio demasiado alto”.) Aceptó una oferta para incorporarse al recién fundado Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, Nueva Jersey, y allí residiría el resto de sus días. Cuando se le preguntó qué salario deseaba percibir, sugirió 3.000 dólares. Ante la cara de perplejidad del representante del Instituto, dedujo que se había excedido y rebajó su demanda. El salario que se le asignó fue de 16.000 dólares, una suma realmente respetable en los años 30. Tan grande era el prestigio de Einstein que fue completamente natural que otros físicos europeos emigrados a Estados Unidos le pidieran en 1939 que escribiera una carta al presidente Franklin D. Roosevelt en la que se propusiera la construcción de una bomba atómica para contrarrestar el esfuerzo alemán para hacerse con armas nucleares. Aunque Einstein no había trabajado en física nuclear y posteriormente no desempeñaría el menor papel en el Proyecto Manhattan, escribió la carta inicial que llevaría a la aprobación del mismo. No obstante, parece más que probable que los Estados Unidos se hubiesen decidido a la construcción de la bomba atómica con o sin el apremio epistolar de Einstein. Por lo demás, el  descubrimiento de la radiactividad por Antoine Becquerel y la investigación del núcleo atómico por parte de Ernest Rutherford -una y otro llevados a cabo con absoluta independencia respecto a los trabajos de Einstein- hubieran desembocado con toda probabilidad en el desarrollo y fabricación de armas nucleares. El temor de Einstein ante la Alemania nazi había contribuido en gran medida a modificar, aunque no sin pesar, sus puntos de vista pacifistas. Pero cuando comenzó a traslucirse que los nazis no habían conseguido desarrollar la tecnología de las armas nucleares, Einstein se sintió embargado por los remordimientos: “Ahora que sé que los alemanes no están en condiciones de construir una bomba atómica, quisiera no haber tenido nada que ver con ella”.

En 1945 Einstein instó a los Estados Unidos a que rompiera sus relaciones con la España de Franco, quien durante la Segunda Guerra Mundial había dado soporte a las fuerzas nazis. John Rankin, congresista conservador por Mississippi, atacó a Einstein en un discurso pronunciado ante la Cámara de Representantes, señalando que “este agitador nacido allende nuestras fronteras quisiera sumergirnos en otra guerra para facilitar la expansión del comunismo a través del mundo... Ya es hora de que el pueblo americano empiece a darse cuenta de quién es el tal Einstein”.

Einstein fue un acérrimo defensor de las libertades civiles en los Estados Unidos durante las épocas más sombrías del Macarthismo, a finales de los 40 y principios de los 50. Mientras observaba la subida de la marea de la histeria, empezó a albergar el poco tranquilizador sentimiento de que ya había vivido algo similar en su Alemania natal durante la década de los 30. Solicitó a los acusados que se negaran a testificar ante el Comité de Actividades Antinorteamericanas, señalando que todo individuo debía estar “dispuesto a asumir su ruina económica o penas de cárcel... a sacrificar su bienestar personal en beneficio de... su país”. Sostuvo que existía “la obligación de negarse a cooperar en toda acción que violase los derechos constitucionales del individuo. Y ello vale de forma muy especial para todo interrogatorio relacionado con la vida privada y las filiaciones políticas de cualquier ciudadano...”. Einstein fue amplia y duramente atacado por la prensa estadounidense a causa de su postura. El propio senador Joseph McCarthy señalaba en 1953 que alguien que hacía tales advertencias era “un indudable enemigo de América”. En los últimos años de la vida de Einstein, era postura usual en determinados círculos reconocer su genio científico al tiempo que se mostraba un abierto disgusto por sus opiniones políticas, tildadas frecuentemente de “ingenuas”. Pero los tiempos han cambiado, y creo que es mucho más razonable argumentar desde una perspectiva completamente diferente sobre este punto. En el campo de la física, donde las ideas pueden medirse cuantitativamente y verificarse con enorme precisión, las intuiciones einstenianas se han mostrado irrefutables. Por lo demás, resulta asombroso que tuviera tal claridad de visión en el mar de confusiones donde otros habían naufragado. Así pues, ¿no será mucho más razonable considerar que en el mucho más sombrío terreno de la política sus opiniones gozan de una validez fundamental?

Durante los años pasados en Princeton, lo mismo que a lo largo de toda su vida, la pasión motriz de Einstein fue la vida intelectual. Trabajó amplia y profundamente en la elaboración de una teoría del Campo Unificado susceptible de abrazar en un marco común las fuerzas gravitatorias, eléctricas y magnéticas, aunque es opinión generalizada que sus esfuerzos no se vieron coronados por el éxito. Su vida se prolongó lo suficiente como para ver su Teoría General de la Relatividad convertida en herramienta fundamental para la interpretación de la macroestructura y evolución del universo, y le hubiese embargado el gozo contemplar personalmente la fructífera aplicación de la relatividad general a la astrofísica de nuestros días. Jamás llegó a comprender el trato reverencial que se le dispensaba, llegando incluso a lamentar que sus colegas y graduados de Princeton no le abordaran inopinadamente por miedo a molestarle.

En contrapartida, escribiría: “Mi apasionado interés por la justicia social  y la responsabilidad social ha estado siempre en curioso contraste con un escaso deseo  de asociarme de forma directa con otros hombres y mujeres. Soy un caballo para el arnés individual, no sirvo para el trabajo a dos o en equipo. Jamás he llegado a integrarme plenamente y con todas sus consecuencias en ningún país o estado, en mi círculo de amistades o incluso en el seno de mi propia  familia. Los vínculos han venido siempre de un vago retraimiento, y con los años va creciendo este permanente deseo de encerrarme en mi mismo. A veces este aislamiento resulta amargo, pero no lamento verme privado de la comprensión y la simpatía de otros hombres. Algo pierdo con ello, que duda cabe, pero me siento compensado por haberme visto libre de costumbres, opiniones y prejuicios de otros y no haber buscado la paz de mi espíritu en tan mudables fundamentos”.

Durante toda su vida tuvo como principales distracciones la navegación y tocar el violín. En ciertos aspectos, Einstein puede considerarse dentro de su época como una especie de hippie. La longitud de su melena de pelo blanco era notable, y prefería ir con sweaters y chaquetas informales antes que vestir traje y corbata, incluso en ocasiones de compromiso. Hombre sencillo, sin la menor pretensión ni afectación, señalaba que “a todos les hablo igual, ya sea el hombre que recolecta la  basura o el Presidente de la Universidad”. Era persona asequible, y en no pocas ocasiones se prestó gustosamente a ayudar a estudiantes secundarios en la resolución de problemas geométricos -por cierto, no siempre con éxito. Dentro de la mejor tradición científica, se mostró receptivo frente a las ideas innovadoras, aunque siempre les exigiera una rigurosa verificación. Tampoco rechazó de plano, a pesar de haberse mostrado escéptico, las tesis del catastrofismo planetario en la historia reciente de nuestro planeta y los experimentos encaminados a sostener la existencia de la percepción extrasensorial; en este último caso, sus reservas arrancaban del supuesto que sostiene que las habilidades telepáticas no se ven disminuidas al aumentar la distancia entre emisor y receptor.

En materia de religión, el pensamiento de Einstein era bastante más elaborado que lo usual y de ahí que fuera interpretado erróneamente en multitud de ocasiones. Con ocasión de la primera visita de Einstein a los Estados Unidos, el cardenal de Boston por aquel entonces, O'Connell, proclamaba que la teoría de la relatividad “encubría la espectral aparición del ateísmo”. Tales declaraciones alarmaron a un rabino de Nueva York, quien mandó de inmediato a Einstein un telegrama con el siguiente texto: “¿Cree usted en Dios?”. La respuesta de Einstein, inmediata y por idéntica vía, fue la siguiente: “Creo en el Dios de Spinoza, que se nos revela en la armonía que rige a todos los seres del mundo, no en el Dios que se implica en los destinos y acciones de los hombres”, planteamiento de la cuestión religiosa bastante sutil y que en la actualidad comparte un buen número de teólogos. Durante las décadas de los 20 y los 30 manifestó serias dudas acerca de uno de los postulados básicos de la mecánica cuántica, el que sostiene que a los niveles más fundamentales de la materia, las partículas tienen un comportamiento impredecible, formulación conocida como principio de incertidumbre de Heisenberg. Para Einstein, “Dios no juega a los dados con el cosmos”. Asimismo, en otra ocasión afirmaba, “Dios es sutil, pero no malicioso”. De hecho, era tal la afición de Einstein a este tipo de aforismos, que en cierta ocasión el físico danés Niels Bohr le respondió algo exasperado, “basta de decir que hace y que no hace Dios”. No obstante, no son pocos los físicos que creen que si alguien ha llegado a penetrar las intenciones de Dios, este ha sido Einstein.

Uno de los fundamentos de la teoría de la relatividad especial es la imposibilidad de que ningún objeto material pueda llegar a trasladarse a la velocidad de la luz. Tal barrera lumínica ha incomodado seriamente a quienes no admiten límite alguno para las posibilidades de acción de la especie humana. No obstante, el límite de la velocidad de la luz, nos permite comprender de un modo simple y elegante un buen número de cosas de nuestro universo que antes de su aparición eran misterios. Allí donde arrancó, Einstein también sembró. Varias de las consecuencias de la relatividad especial parecen enfrentarse de plano con nuestra intuición, se muestran incompatibles con nuestra experiencia cotidiana, y a pesar de ello aparecen de forma detectable cuando viajamos a una velocidad muy próxima a la de la luz -por lo demás, velocidad a la que poca es la experiencia que puede aportar el sentido común. Una de tales consecuencias es qué si viajamos a una velocidad suficientemente próxima a la de la luz, el tiempo transcurre cada vez más lentamente, y esta contracción temporal la registran tanto los relojes de pulsera y atómicos, tanto como nuestros propios relojes biológicos. En consecuencia, un vehículo espacial que viajase a una velocidad muy próxima a la de la luz cubriría la distancia entre dos puntos cualesquiera, fuera esta la que fuese, en un periodo de tiempo muy breve si lo medimos a bordo de la nave, pero que no sería tal de medirlo sobre los puntos de partida y destino. Algún día podremos viajar hasta el centro de la Vía Láctea y volver en unas pocas décadas según los relojes de a bordo, pero mientras, en la Tierra, los años transcurridos serán alrededor de 6.000. Pocos serán los amigos que contemplaron nuestra partida que pudieran celebrar nuestro retorno. Un vago reconocimiento de este fenómeno de dilatación temporal queda recogido en la película “Encuentros Cercanos del Tercer Tipo”, aunque también se incorpore en ella la gratuita opinión de que Einstein quizá fuese un extraterrestre. Qué duda cabe, sus percepciones fueron auténticamente asombrosas, pero fue un individuo muy humano, y su vida se alza como ejemplo de hasta donde pueden llegar los seres humanos que gocen de suficiente talento y coraje para abordar una empresa.

La última actuación pública de Einstein fue unirse a Bertrand Russell y a otros muchos científicos y pensadores en un fallido intento de proclamar un manifiesto en favor de la abolición de las armas nucleares. Einstein argumentaba que el armamento nuclear lo había cambiado todo excepto nuestra forma de pensar. En un mundo parcelado en estados hostiles, Einstein consideraba la energía nuclear como la mayor amenaza para la supervivencia de la raza humana. Decía al respecto, “debemos elegir entre la prohibición total de las armas nucleares o una aniquilación general... El nacionalismo es una enfermedad infantil, el sarampión de la humanidad... Nuestros libros de texto glorifican la guerra y encubren sus horrores. Inoculan el odio en las venas de nuestros muchachos. Yo quiero enseñar la paz, no la guerra. Quiero inculcar amor, no odio”.

Cuando contaba sesenta y siete años, nueve antes de su muerte en 1955,  Einstein resumía así una vida de investigación: “Mas allá está un mundo inmenso, que existe al margen de nosotros, los seres humanos, y que se nos muestra como un grandioso y eterno enigma, aunque parcialmente accesible a nuestro análisis y especulación. La contemplación de este mundo nos llama como una liberación... El camino hasta este paraíso no es tan confortable ni tentador como el que conduce al edén religioso, aunque se nos ha mostrado seguro y digno de confianza. Por mi parte, no lamento en absoluto haberlo escogido”.

REFERENCIA

Sagan, C., 1979. Science Fiction—A Personal View. Broca’s brain: Reflections on the romance of science.

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