sábado, 31 de diciembre de 2016

La noche de los deseos

Hace mucho, mucho tiempo, en un mundo que parecía muy lejano de lo que tenemos en día, a esta hora solíamos prepararnos para la noche más esperada del año, una especie de noche de los deseos. Deseábamos tanto que todo fuera diferente ese día, que incluso el cielo parecía de otro color. Ni el polvo, ni las moscas de San Isidro parecían molestarnos. Estábamos tan empeñados en que aquel día, aquella noche fueran diferentes,  que simplemente pasábamos por alto todo lo que no encajaba en aquella idealización. Estamos hablando de hace más de 40 años, y en aquel tiempo todavía había mucho trabajo en San Isidro, especialmente en esta época de temporada de café y zafra de la caña de azúcar. El ingenio de azúcar todavía funcionaba, y los ruidos de las máquinas, el rumor de la gente, las emisiones de humo con ceniza que lanzaban las grandes chimeneas, y el agua con miel que caía en la zona de la ceiba ahora tan solo son añoranzas de un mundo que parece perdido para siempre.

Con los ingresos extra, mucha gente podía "estrenar" una mudada especial para la ocasión de la nochevieja.  Viendo las cosas desde Lejos en el tiempo, en realidad era un tanto simpático aquel afán por "estrenar", ya que al salir a las calles de tierra de San Isidro, las nubes de polvo, la ceniza del ingenio, y con algo de suerte, el agua con miel que caía cerca de la zona de la ceiba, daban al traste con el esfuerzo de lucir bien aquella noche. Para las chicas el problema era más complicado, porque con semanas de anticipación acudían a casa de alguna de las costureras de San Isidro, para que les tomarán medidas para confeccionar el vestido que estrenarían aquella noche. Algunas de nuestras conocidas o hermanas eran delgadas, y no tenían mayor problema, ya que los vestidos siempre les tallaban bien; sin embargo había historias menos felices, y en estos casos, la cosa se convertía en tragedia durante la noche  de los deseos. Había que pedir auxilio: en estos casos aparecía la generosidad de personas como la niña Paca, ajustando vestidos, y corrigiendo pequeños y a veces no tan pequeños detalles para salvar aquella noche.

El ritual era bastante sencillo en aquel tiempo, permanecer con la familia o con amigos cercanos hasta que llegaba la media noche, dar y esperar abrazos cada quien en su casa, y  a eso de las doce y media, salir a repartir abrazos hasta que ya no quedaba  nadie por abrazar; más tarde un poco después de la una, había que ir a buscar uno de los pocos bailes que se organizaban en aquella noche. Me recuerdo que una de las casas en donde se organizaba bailes, era en la casa de don David Consuegra, un amigo de mi padre. También hacían  otro baile en las casa de don Geño Cárcamo. En medio de toda aquella confusión, los abrazos, los bailes, la pastorela, algunas parejas aprovechaban la ocasión para fugarse. Las madres notaban que algo no estaba bien y que las cuentas no cuadraban, ya que faltaba una de las hijas. Mandaban a alguien de la familia a buscarla a todos los bailes, a la pastorela, a las casas de los demás parientes; pero era en vano. La niña ya estaba lejos de casa.Así fue el comienzo de muchas parejas que lograron vivir juntos durante décadas. En otros casos, la relación terminaba antes del alba, a veces por tecnicismos, ya que la tradición entendida de manera ortodoxa exigía llevársela, es decir, irse de San Isidro. Conozco al menos un caso en que a la susodicha la hicieron caminar hasta Armenia por toda la carretera, y luego se regresaron por la calle de Los Mangos, pasando por El Guayabo. Ella exigía irse de San Isidro, y como no se pudo, al clarear el nuevo día, la cosa ya se había desecho. De lo que no estoy tan seguro es si esto ocurrió en Nochevieja o en viernes Santo.

La antesala de aquella noche comenzaba desde que llegábamos de vacaciones a principios de noviembre, desde que sonaba por primera vez en alguna radio emisora, como la seis treinta o la KL,  aquella vieja canción de Tony Camargo, con la cual se desataba automáticamente toda la nostalgia y la añoranza que precedía a la noche de los deseos. También estaban otras canciones para ablandarnos, tales como aquella de "cinco Pa las doce", y la versión del niño del tambor de Ray Coniff, etc.  Otro elemento de la antesala era el ruido de los artefactos pirotécnicos, que comenzaba en algún momento de noviembre, lo que dice mucho de la manía de los salvadoreños por hacerse la guerra por cualquier medio. Entonces éramos jóvenes pero no lo sabíamos, dice  Benedetti, ahora con algo de fortuna, quizás seamos una pizca más sabios, y ya deberíamos  saber que tenemos bastante con haber llegado a la edad que ostentamos. Cada generación tiene sus propios desafíos. Ojalá que se mantuviera todo lo bueno de aquel mundo que ya no es, y por supuesto que desapareciera todo lo que estaba mal entonces y sigue estando mal hoy en día. Pero la vida no es así. ¿Todavía pronuncian mi nombre en mi país? Escribía un poeta. Nosotros, mejor no preguntar, ya sabemos la respuesta.


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