sábado, 24 de diciembre de 2016

El cuenta historias

Desde que el mundo es mundo, contar historias ha sido una ocupación inevitable. Algo sucede, y luego alguien se le cuenta a los demás, a veces exagerando un poco, y otras editando tanto la historia, que la verdad verdadera se pierde para siempre en la niebla del tiempo. Decía García Márquez que ser escritor es el único oficio en el que a uno le pagan por contar mentiras. Con un poco de suerte, a lo mejor eso es cierto, pero para los cuenta historias de pueblo pequeño, canta otro gallo. Ellos ya saben que para el resto de la pequeña humanidad que los rodea, ellos son simplemente mentirosos. No creo que eso les haya quitado jamás el sueño, les preocupa más que alguno de sus rivales invente la mentira más grande jamás contada.

Hace poco más de dos décadas, durante una visita a casa de mi padre, por azar me crucé con algunos de los cuenta historias de San Isidro, mientras ellos sostenían una pequeña tertulia. Ente ellos se encontraba quien posiblemente haya sido el más ilustre practicante de este arte, me refiero al Señor Ch. Los otros dos eran don Rosendo y don Ángel. Cuando sus colegas ya se habían retirado, don Ángel me comentó con un dejo de frustración -¡Me indignan las mentiras que cuenta ese hombre! - Al inquirir sobre su enojo, me pude enterar que en realidad, el señor Ch.  los había superado a todos con sus ocurrencias, y a veces los perdedores no asumen tan bien la derrota. Aquella tarde, el señor  Ch. sacó un conejo de su sombrero de mago, cuando les contó a sus colegas una de tantas historias que había vivido o talvez se había inventado:

 Durante un viaje de los que se hacían en otros tiempos  para ir a pescar al lago de Coatepeque cuando el tiempo era propicio,  el señor Ch.  llegó muy temprano al desvío de la carretera del  Cerro Verde, un cruce de caminos y veredas conocido como El Pacún, que se encuentra en el borde del cráter del lago de Coatepeque. Justo antes de iniciar el descenso hacia el lago, nuestro personaje logró ver una gran culebra que en ese momento comenzó a cruzar la calle de grava roja que en aquel cruce de caminos comienza el ascenso hasta el Cerro Verde. El señor  Ch. se quedó pensando en aquella visión mientras descendía por las laderas del cráter y también mientras pescaba durante el resto del día, y también mientras escalaba de regreso las laderas empinadas con la ultima luz de la tarde hasta El Pacún, ¿y saben que? La culebra era tan larga, que  cuando el señor  Ch. regresó al cruce de caminos, esta no había terminado de cruzar la calle,  y él  todavía  le logró ver la cola.

La única otra joya que yo recuerdo, es la historia del día cuando el señor Ch.  se encontraba limpiando el patio de su casa, y se dio cuenta que una de las matas de Huerta  necesitaba ser removida, nada extraordinario para cualquier otro mortal. El señor Ch. haló la planta con todas sus fuerzas, pero la raíz de la planta era tan grande, que cuando terminó de sacarla de la tierra, se dió cuenta de que se había formado la barranca que rodea San Isidro en forma de U, desde el oriente, pasando por la parte sur de la Hacienda y finalmente llegando  hasta la parte occidental. Bueno, así es cómo surgió esa barranca, que creo que ahora la conocen como la barranca del Pozo. Desafortunadamente, la mayoría de historias creadas por el señor Ch. y por otros tantos cuenta historias de San Isidro yacen perdidas para siempre en el olvido, ya que estos hombres solo practicaban el relato oral, y nadie salvó para la posteridad aquellas historias, cuentos, relatos, en fin todo lo que estos ingeniosos hombres le regalaban a todo aquel que quisiera escucharlos.






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