lunes, 26 de octubre de 2015

La Vida ese paréntesis



miércoles, 14 de octubre de 2015

Mañana Nunca se Sabe

Transitamos brevemente durante ese paréntesis que es la vida, que dura menos que una estrella fugaz, y hacemos planes -a veces cargados de optimismo- para un mañana del que no sabemos gran cosa. Y un día de esos llega la muerte y nos arrebata a uno de los nuestros, y como dice Milanés: y no ha pasado nada. En estas circunstancias nos sentimos pequeños, indefensos, impotentes a merced de las fuerzas del destino. Un hermano ha muerto lejos de su tierra original, tan lejos para nosotros como Marte o una estrella lejana.  Pero ahora Rusia es su tierra, allí están los suyos.


Cuando Yuri nació, la antigua Unión Soviética recien había envíado con éxito al primer cosmonauta al espacio. Mamaría, no perdió aquella oportunidad y seguramente usó toda su influencia en la familia para bautizar a su nieto con el nombre del primer hombre en ir al espacio. Nadie habría imaginado entonces que aquel niño -con nombre ruso-  nacido hace  más  de medio siglo viviría sus últimos 20 años en Rusia, y que tendría hijos rusos...


De niño, me acompañaba a veces a San Isidro, y quizás  esas pequeñas cosas -talvez sin importancia en aquel momento- ahora son de alguna manera uno de mis tesoros más preciados. Lo llevaba  a la barranca del tanquito para silbarle a los Talapos. Y de repente se nos hizo realidad aquello de "que mundo tan separado...".  Llegó la guerra, y Yuri tuvo bastante suerte de escapar con vida de nuestro país. Por un pelo, él y Herberth escaparon de un escuadrón de la muerte. Vivieron algunos años en Venezuela con Victor y Mamaría, y luego se movieron a Estados Unidos. El resto es la historia de un hijo afortunado.

Un día de repente, Yuri se convirtió en cocinero, y su vida cambió. Saint James Club se llama o se llamaba el lugar vip en el que trabajaba cuando lo visité en Los Ángeles en el 93. Se trata de  un lugar frecuentado por el jet set. Cuando dejó el Saint James, encontró una oportunidad en Rusia. Creo que desde que nació estaba predestinado para viajar a ese país. Algún día podremos escribir toda la historia. Nos queda su recuerdo, en este caso de una vida envidiable, vivida plenamente. Me queda el recuerdo de pequeñas complicidades, y la inevitabilidad de recordarlo siempre como se recuerda a un niño travieso que un buen día bebió un gran trago de kerosene o lejía y fue a parar al hospital. Un niño bueno y generoso, que para mi es lo que él será siempre...



Artículo de Revista Passport

Reseña de Restaurant "Navarros" en Restoran.ru Moscow

Radio La Voz de Rusia

miércoles, 7 de octubre de 2015

El Kitsch Burocrático

En el fondo de toda fe, religiosa o política, está el primer capítulo del Génesis, del que se desprende que el mundo fue creado correctamente, que el ser es bueno y que, por lo tanto, es correcto multiplicarse. A esta fe la denominamos acuerdo categórico  con el ser.

Si hasta hace poco la palabra mierda se reemplazaba en los libros por puntos suspensivos, no era por motivos morales. ¡No pretenderá usted afirmar que la mierda es inmoral! El desacuerdo con la mierda es metáfisico. El momento de la defecación es una demostración cotidiana de lo inaceptable de la creación. Una de dos: o la mierda es aceptable (¿y entonces no cerremos la puerta del vater!), o hemos sido creados de un modo inaceptable.

De eso se desprende que  el ideal estético del acuerdo categórico con el ser es un mundo en el que la mierda es negada y todos se comportan como si no existiese. Este ideal estético se llama kitsch.

[Kitsch] Es una palabra alemana que nació a mediados del sentimental siglo XIX y se extendió después a todos los idiomas. Pero la frecuencia del uso dejó borroso su original sentido metafísico, es decir: el kitsch es la negación absoluta de la mierda; en sentido literal y figurado: el kitsch elimina de su punto de vista todo lo que en la existencia humana es esencialmente inaceptable
                                                                                                                                    Milan Kundera

Hace más de veinte años, durante mi soggiorno italiano, mis conocidos boloñeses intentaron explicarme el sentido del kitsch, pero lo hicieron de una manera tan políticamente correcta, que su original sentido metafísico quedó  lo suficientemente borroso como para no entender nada. Es la esencia del kitsch: intentar explicar el concepto sin mencionar la palabra más metafísica.


Acerca de la praxis del  kitsch burocrático aquí en el campus, por ejemplo todos sabemos que hay perros en el campus, pero es esencialmente inaceptable hablar del tema. También sabemos que la sustancia del kitsch apesta en el campus, pero con toilets limpias no se ganan muchos votos. Por otra parte, el voto duro no se pierde con toilets asquerosos. De la ubicuidad de la basura mejor no hablar.

Hace algunos años durante una asamblea de docentes de facultad, uno de mis colegas tuvo la no tan políticamente correcta idea de hablar y lamentarse acerca de la limpieza de los toilets. Los rostros de no pocos de los colegas que asistían a la asamblea no podían ser más expresivos: resulta esencialmente inaceptable poner en tela de juicio el ideal estético del acuerdo categórico con el ser.

Finalmente un aporte local a la cultura del kitsch -atribuido merecidamente a otro de mis colegas- se trata en este caso de "la varita del kitsch". En esta fábula varios niños juegan en el cafetal, y uno de ellos -el más listo- porta una varita parecida a la de Harry Potter, pero sin los poderes mágicos. El único   poder en este caso es el del kitsch, ya que el niño ha untado la varita con una poción bacteriológica y juega con los otros niños  el juego "teneme la varita".

La moraleja de la historia es simple: solo el niño poseedor de la varita sabe que ha sido untada, el resto de jugadores compite por untarse. Algo parecido le ocurre a los que asumen un cargo burocrático: el traspaso del poder en algunas instancias se simboliza mediante el traspaso de una varita. ¿Kitsch, o no kitsch? Solo los ilusos apostarían a que pueden "jugar el juego" sin untarse.

La sonrisa de Karenin

En el mismo comienzo del génesis está escrito que Dios creo al hombre para confiarle el dominio de los pájaros, los peces  y los animales. Claro que el génesis fue escrito por un hombre y no por un caballo. No hay seguridad alguna de que Dios haya confiado efectivamente al hombre el dominio de otros seres. Más bien parece que el hombre inventó a Dios para convertir en sagrado el dominio sobre la vaca y el caballo, que había  usurpado. Sí, el derecho a matar un ciervo o una vaca es lo único en lo que humanidad fraternalmente coincide fraternalmente, incluso en medio de las guerras más sangrientas.

Ese derecho nos parece evidente porque somos nosotros los que nos encontramos en la cima de la jerarquía. Pero bastaría con que entrara en juego un tercero, por ejemplo un visitante de otro planeta al que Dios le hubiese dicho: "dominarás a los habitantes de todas las demás  estrellas", y toda la evidencia del génesis se volvería de pronto problemática. Es posible que el hombre uncido a un carro por un marciano, eventualmente asado a la parrilla por un ser de la vía Láctea, recuerde entonces la chuleta de ternera que estaba acostumbrado a trocear en su plato y le pida disculpas (¡tarde!) a la vaca.

Ya en el génesis, Dios confió al hombre el domino sobre los animales, pero esto podemos entenderlo en el sentido de que solo le cedió ese dominio. El hombre no era el propietario, sino un administrador del planeta. Que, algún día, debería rendir cuentas de esa administración. Descartes dio un paso decisivo: hizo del hombre "dueño y señor" de la naturaleza. Pero existe sin duda cierta profunda coincidencia en que haya sido él quien negó definitivamente que los animales tuvieran alma: el hombre es el dueño y señor mientras que el animal, dice Descartes, es solo un autómata, una máquina viviente, machina animata. Si el animal se queja, no se trata de un quejido, es el chirrido de un mecanismo que funciona mal.

La verdadera bondad del hombre solo puede manifestarse con absoluta limpieza y libertad en relación con quién no representa fuerza alguna.  La verdadera prueba de moralidad de la humanidad, la más honda (situada a tal profundidad que escapa a nuestra percepción), radica en su relación con aquéllos que están a su merced: los animales.  Y aquí fue donde se produjo la debacle fundamental del hombre, tan fundamental que de ella se derivan las demás.

Sigo teniendo ante mis ojos a Teresa, sentada acariciando la cabeza de Karenin y pensando en la debacle de la humanidad. En ese momento recuerdo otra imagen: Nietzche sale de un hotel en Turín. Ve frente a él un caballo y al cochero que lo castiga con el látigo. Nietzche va hacia el caballo y, ante los ojos del cochero, se abraza a su cuello y llora.

Esto sucedió en 1889, cuando Nietzche se había alejado de la gente. Dicho de otro modo: fue precisamente entonces cuando apareció su enfermedad mental. Pero precisamente por eso me parece que su gesto tiene un sentido más amplio. Nietzche fue a pedirle disculpas al caballo por Descartes. Su locura (es decir su ruptura con la humanidad) empieza en el momento en el que llora por el caballo.

Y ése es el Nietzche al que yo quiero, igual que quiero a Teresa, sobre cuyas rodillas descansa la cabeza de un perro mortalmente enfermo. Los veo a los dos juntos: ambos se apartan de la carretera por la que la humanidad "dueña y señora de la naturaleza", marcha hacia delante.


Milan Kundera, "La insoportable levedad del ser".