miércoles, 7 de octubre de 2015

El Kitsch Burocrático

En el fondo de toda fe, religiosa o política, está el primer capítulo del Génesis, del que se desprende que el mundo fue creado correctamente, que el ser es bueno y que, por lo tanto, es correcto multiplicarse. A esta fe la denominamos acuerdo categórico  con el ser.

Si hasta hace poco la palabra mierda se reemplazaba en los libros por puntos suspensivos, no era por motivos morales. ¡No pretenderá usted afirmar que la mierda es inmoral! El desacuerdo con la mierda es metáfisico. El momento de la defecación es una demostración cotidiana de lo inaceptable de la creación. Una de dos: o la mierda es aceptable (¿y entonces no cerremos la puerta del vater!), o hemos sido creados de un modo inaceptable.

De eso se desprende que  el ideal estético del acuerdo categórico con el ser es un mundo en el que la mierda es negada y todos se comportan como si no existiese. Este ideal estético se llama kitsch.

[Kitsch] Es una palabra alemana que nació a mediados del sentimental siglo XIX y se extendió después a todos los idiomas. Pero la frecuencia del uso dejó borroso su original sentido metafísico, es decir: el kitsch es la negación absoluta de la mierda; en sentido literal y figurado: el kitsch elimina de su punto de vista todo lo que en la existencia humana es esencialmente inaceptable
                                                                                                                                    Milan Kundera

Hace más de veinte años, durante mi soggiorno italiano, mis conocidos boloñeses intentaron explicarme el sentido del kitsch, pero lo hicieron de una manera tan políticamente correcta, que su original sentido metafísico quedó  lo suficientemente borroso como para no entender nada. Es la esencia del kitsch: intentar explicar el concepto sin mencionar la palabra más metafísica.


Acerca de la praxis del  kitsch burocrático aquí en el campus, por ejemplo todos sabemos que hay perros en el campus, pero es esencialmente inaceptable hablar del tema. También sabemos que la sustancia del kitsch apesta en el campus, pero con toilets limpias no se ganan muchos votos. Por otra parte, el voto duro no se pierde con toilets asquerosos. De la ubicuidad de la basura mejor no hablar.

Hace algunos años durante una asamblea de docentes de facultad, uno de mis colegas tuvo la no tan políticamente correcta idea de hablar y lamentarse acerca de la limpieza de los toilets. Los rostros de no pocos de los colegas que asistían a la asamblea no podían ser más expresivos: resulta esencialmente inaceptable poner en tela de juicio el ideal estético del acuerdo categórico con el ser.

Finalmente un aporte local a la cultura del kitsch -atribuido merecidamente a otro de mis colegas- se trata en este caso de "la varita del kitsch". En esta fábula varios niños juegan en el cafetal, y uno de ellos -el más listo- porta una varita parecida a la de Harry Potter, pero sin los poderes mágicos. El único   poder en este caso es el del kitsch, ya que el niño ha untado la varita con una poción bacteriológica y juega con los otros niños  el juego "teneme la varita".

La moraleja de la historia es simple: solo el niño poseedor de la varita sabe que ha sido untada, el resto de jugadores compite por untarse. Algo parecido le ocurre a los que asumen un cargo burocrático: el traspaso del poder en algunas instancias se simboliza mediante el traspaso de una varita. ¿Kitsch, o no kitsch? Solo los ilusos apostarían a que pueden "jugar el juego" sin untarse.

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