miércoles, 7 de octubre de 2015

La sonrisa de Karenin

En el mismo comienzo del génesis está escrito que Dios creo al hombre para confiarle el dominio de los pájaros, los peces  y los animales. Claro que el génesis fue escrito por un hombre y no por un caballo. No hay seguridad alguna de que Dios haya confiado efectivamente al hombre el dominio de otros seres. Más bien parece que el hombre inventó a Dios para convertir en sagrado el dominio sobre la vaca y el caballo, que había  usurpado. Sí, el derecho a matar un ciervo o una vaca es lo único en lo que humanidad fraternalmente coincide fraternalmente, incluso en medio de las guerras más sangrientas.

Ese derecho nos parece evidente porque somos nosotros los que nos encontramos en la cima de la jerarquía. Pero bastaría con que entrara en juego un tercero, por ejemplo un visitante de otro planeta al que Dios le hubiese dicho: "dominarás a los habitantes de todas las demás  estrellas", y toda la evidencia del génesis se volvería de pronto problemática. Es posible que el hombre uncido a un carro por un marciano, eventualmente asado a la parrilla por un ser de la vía Láctea, recuerde entonces la chuleta de ternera que estaba acostumbrado a trocear en su plato y le pida disculpas (¡tarde!) a la vaca.

Ya en el génesis, Dios confió al hombre el domino sobre los animales, pero esto podemos entenderlo en el sentido de que solo le cedió ese dominio. El hombre no era el propietario, sino un administrador del planeta. Que, algún día, debería rendir cuentas de esa administración. Descartes dio un paso decisivo: hizo del hombre "dueño y señor" de la naturaleza. Pero existe sin duda cierta profunda coincidencia en que haya sido él quien negó definitivamente que los animales tuvieran alma: el hombre es el dueño y señor mientras que el animal, dice Descartes, es solo un autómata, una máquina viviente, machina animata. Si el animal se queja, no se trata de un quejido, es el chirrido de un mecanismo que funciona mal.

La verdadera bondad del hombre solo puede manifestarse con absoluta limpieza y libertad en relación con quién no representa fuerza alguna.  La verdadera prueba de moralidad de la humanidad, la más honda (situada a tal profundidad que escapa a nuestra percepción), radica en su relación con aquéllos que están a su merced: los animales.  Y aquí fue donde se produjo la debacle fundamental del hombre, tan fundamental que de ella se derivan las demás.

Sigo teniendo ante mis ojos a Teresa, sentada acariciando la cabeza de Karenin y pensando en la debacle de la humanidad. En ese momento recuerdo otra imagen: Nietzche sale de un hotel en Turín. Ve frente a él un caballo y al cochero que lo castiga con el látigo. Nietzche va hacia el caballo y, ante los ojos del cochero, se abraza a su cuello y llora.

Esto sucedió en 1889, cuando Nietzche se había alejado de la gente. Dicho de otro modo: fue precisamente entonces cuando apareció su enfermedad mental. Pero precisamente por eso me parece que su gesto tiene un sentido más amplio. Nietzche fue a pedirle disculpas al caballo por Descartes. Su locura (es decir su ruptura con la humanidad) empieza en el momento en el que llora por el caballo.

Y ése es el Nietzche al que yo quiero, igual que quiero a Teresa, sobre cuyas rodillas descansa la cabeza de un perro mortalmente enfermo. Los veo a los dos juntos: ambos se apartan de la carretera por la que la humanidad "dueña y señora de la naturaleza", marcha hacia delante.


Milan Kundera, "La insoportable levedad del ser".


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