miércoles, 22 de enero de 2014

El Otro 22 de Enero

El 22 de enero de 1980, fui testigo y parte de una de las manifestaciones más grandes en la historia de El Salvador. La convocatoria era temprano por la mañana, un punto de encuentro era la entrada de Universidad, el otro en el salvador del mundo, y el tercero  se encontraba al sur del parque Cuscatlan sobre la 25 Avenida. 

Debido al éxito de la convocatoria, se formó un río humano que prácticamente unía los tres puntos de partida con el cruce de la 25 Av. Norte con la Roosevelt y la Calle Dario (la esquina del hospital Rosales con el parque Cuscatlán).  La idea era marchar hasta el cruce desde los tres puntos de encuentro, y luego marchar hasta el centro.

Yo partí desde la Universidad, y por impaciencia me adelanté para ir a curiosear las otras dos columnas. Cuando llegué al parque  Cuscatlán percibí el fuerte olor a veneno que había sido lanzado sobre los manifestantes desde una avioneta fumigadora. 

Algunos días después de la manifestación, el piloto, ya con varios tragos adentro, se jactaría de su acto patriótico en una reunión en la que se encontraba una compañera de estudios de  mi hermana, que en aquel tiempo estudiaba en la UCA. La compañera en cuestión, era gringa o medio gringa, y obviamente frecuentaba las reniones sociales de la San Benito. 

Al escuchar la confesión del piloto, ella se indignó tanto que durante algunos segundos olvidó el lugar del mundo en el que se estaba celebrando aquella reunión y expresó de manera bastante clara lo que pensaba de aquel acto. Por ese y otros incidentes le dieron bola negra en aquel mundo de gente decente al que había pertenecido hasta entonces.

Bueno, siguiendo con mi relato, en algún momento ya caminando  sobre la calle Arce, me encontré con alguien que en la Universidad se hacía llamar Rajo, pero después de haber visto pasar tanto agua bajo el puente, comienzo a sospechar que en realidad no se llamaba así, pero esa es otra historia. 

Intentamos llegar hasta el centro, siguiendo el curso de la marcha, y recuerdo claramente que de hecho llegamos hasta el parque Hula-Hula, a esa altura escuchamos que comenzaron las detonaciones, y a pesar de que Rajo insistía en que quería avanzar para ver de primera mano lo que estaba ocurriendo, yo lo logré convencer de alejarnos a una zona más segura.

Terminamos en un negocio de mayoreo de plátanos en las inmediaciones del mercado central. Sin saber lo que estaba ocurriendo, lo prudente era esperar, y mientras duró la espera, pude practicar el verbo filosofar, tendido sobre una montaña de plátanos verdes mientras el sonido de la guerra iniciaba a pocas cuadras.

Rajo, se aburrió rápidamente de la falta de acción, y como era lógico, se dirigió de regreso al centro para estar al tanto de los hechos. Yo seguí mi instinto de supervivencia, caminé hasta la terminal de occidente, tomé un bus que me permitiera salir de la ciudad, y llegué hasta Merliot. El resto ha sido vivir para contarlo.



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