martes, 21 de abril de 2009

No hay italianos negros

Llegué a Italia a finales de 1989, como refugiado sin status y viví mi soggiorno italiano durante poco más de 3 años. En 1993 decidí que ya era tiempo de regresar, la guerra había terminado, hice maletas (otra vez), y regresé casi con nada, excepto mis discos y mis libros. Creo que todos los que de una manera u otra hemos saboreado el exilio, entendemos muy bien a León Gieco cuando escribe y canta "....desahuciado está el que tiene que marchar a vivir una cultura diferente" y lo hace sentir como una condena terrible. La experiencia de ser diferente en Italia es muy especial. A los extranjeros que no son de la Unión Europea, ni del G8, se nos llama extracomunitarios. Un porcentaje [creciente] de italianos son racistas, pero a pesar de las tentaciones, a principios de los 90 se veían obligados a hacer buena cara a los turistas japoneses, de la misma manera que hoy se ven obligados a hacer cara amable a los nuevos turistas chinos. El racismo en parte es económico. Dice García Marquez que si tienes dinero cuando visitas Europa, todo el mundo te entiende. Si no tienes dinero, eres extracomunitario. A los iberoamericanos se nos tiende a ver como colombianos, con todo lo que el estereotipo conlleva. Después de un viaje de trabajo a París en 1990 me vi obligado a regresar vía Venezia. Mientras hacía la fila para pasar por inmigración (ciudadanos extracomunitarios en fila separada), me percaté que un grupo de policías antidrogas corrían hacia mi posición y tenían problemas para controlar a un perro enorme, que en realidad parecía estar en control de la situación. Me crucé de brazos resignado al ataque de semejante bestia. Hay que entender que para alguien como yo, con fobia a los uniformes militares y policiales, lo menos que podía esperar era un procedimiento del tipo disparemos primero y preguntemos después. Afortunadamente, el olor rancio a cebollas descompuestas y queso gorgonzola que emitía un colega de trabajo italiano que me había acompañado en el viaje a París, prácticamente fulminó al desventurado can. Hay que entender que estos perritos desarrollan una gran sensibilidad olfativa para hacer bien su trabajo. Esto les permite rastrear cantidades mínimas de sustancias prohibidas en el equipaje o en la ropa de los viajeros. El "tufo" de un ciudadano comunitario puede aniquilar el olfato de un can antidroga, y eso fue lo que ocurrió esa noche en el aeropuerto de Venezia. Los miembros del grupo especial se retiraron avergonzados, y creo que el perro pasó a retiro.

Mi recuerdo de esos años en Bologna, es una dualidad amor-odio. Por una parte conocí gente muy generosa en Bologna, en Ferrara, en Padova, etc. Grandes amigos como Mauro Loggini (quien fue mi mentor en Bologna), Macatto (de quien se rumoró que tuvo un affaire con Doña Blanca), Mauro Bregola, Pino Vicentini, Alberto Marani (quién me salvó del perro), Mazzoni, Paltrinelli y otros desconocidos, como el anciano que se me acercó con curiosidad en una estación secundaria de tren y me relató como durante la segunda guerra había entablado amistad con un soldado brasileño, o el oficial de inmigración que me recibió un 24 de diciembre, pasadas las nueve de la noche, y probablemente al ver mi aspecto de perro abandonado, y luego revisar mi pasaporte en la lista de países que tenía a la mano, decidió permitirme ponerme a salvo en Bologna- Good night, welcome- me dijo en un inglés avinagrado, y me indicó con un gesto que podía avanzar, devolviendo mi pasaporte sin sellar. Pero el huevo de la serpiente- como llama el maestro Bergman a la suma de los horrores del nazismo- el huevo de la serpiente ya estaba incubado. Italia y otros países que después de la guerra eran muy pobres, se convirtieron durante mucho tiempo en exportadores de pobres. Especialmente de pobres del sur de Italia, los meridionales, contra quienes todavía se practica un racismo no muy disimulado. La cultura de Italia, en este sentido, era la de un país de inmigrantes con una diáspora muy grande repartida principalmente en EE.UU., Argentina, Brasil y Venezuela. Para lo que Italia nunca estuvo preparada, era para convertirse en destino de inmigrantes, especialmente norafricanos (los vu- compra de finales de los 80), o filipinos, y por esa puerta abierta también comenzamos a llegar los salvadoreños. La puerta estaba abierta porque Italia no nos pedía visa ( ni a los salvadoreños, ni a muchos otros) para entrar al país. Sin embargo a finales de los 80, la situación se volvió problemática, y los italianos descubrieron que con miles de africanos en las calles, no era tan difícil volverse racistas. En mi caso personal, puedo hacer un recuento de dos incidentes de racismo en los que me vi involucrado. En la primera historia, habíamos quedado con Domenico Mirri, un profesor de la Universidad de Bologna, en reunirnos un sábado para tomar un aperitivo en uno de los bares del centro histórico de la ciudad. No recuerdo si antes o después del aperitivo, el profesor Mirri, que en ese tiempo era una especie de Millman italiano, es decir autor de algunos de los textos de electrónica más populares en Italia, me pidió acompañarlos a él y a su esposa a una joyería muy exclusiva. Años después, Mirri me hizo saber por medio de un amigo común, que mis quejas acerca del racismo en Italia estaban fundamentadas. Durante esa visita a la joyería, los dueños del local activaron las alarmas al percatarse de mi presencia. La intervención de Mirri y su esposa, al enterarse de la situación, evitaron que la cosas pasaran a más, pero seguramente que estuve a un paso de ser remitido por esquinero sospechoso, como diría Roque Dalton- es decir por ser salvadoreño. El segundo relato fue más grave. Una noche me encontraba en la estación de Bologna, de regreso de El Salvador, y esperaba a Marani quien se había ofrecido para recogerme en la estación. Por precaución, esperé en la zona más iluminada de la estación, y mientras esperaba, fui rodeado por un grupo de skin-heads, los jóvenes neo-nazis que pululan por la Europa contemporánea. Para mi fortuna, la policía observaba todo en las cámaras de tv del sistema de vigilancia de la estación, y antes de que los skin-heads pudieran actuar, el operativo policial fue ejecutado y la historia terminó con la captura de los neo-nazis gracias a lo cual puedo contar el cuento. El clima general se contaminó aún más durante el primer gobierno de Berlusconi. Durante mi última visita a Italia, vía Milán a finales de 1993, fui retenido por el oficial de inmigración durante casi una hora, a pesar de tener toda mi documentación en regla. Pero eso no fue nada en comparación a las humillaciones a las que sometieron a los viajeros africanos que hacían fila a mi lado, y la tentación obvia del funcionario de inmigración italiano de provocarme para darle una mínima excusa. A partir de esa experiencia, decidí que había que pensarlo muy bien antes volver a visitar Italia, o por lo menos esperar a que Berlusconi y Compañía pierdan el poder.

Con estos antecedentes, soy el menos sorprendido por los incidentes racistas del fin de semana pasado, en los cuales los tifosi de la Juve entonaron cánticos racistas en contra del jugador italiano -negro-  Balotelli del Inter. Junto con algunos amigos vimos el partido en tv en el canal espn, y la narración del mismo estuvo tan descontextualizada, que los comentaristas nunca mencionaron los incidentes. Las justificaciones del arbitro italiano para no suspender el partido, son tan válidas como las del TSE respecto a la campaña presidencial adelantada en El Salvador. En todo caso, la raza italiana, si es que existe, está condenada a desaparecer. Uno de los hechos que más impresiona a los visitantes salvadoreños al llegar a Italia, especialmente a las zonas más opulentas (norte y centro-norte), es la escacez de niños. En una escuela parvularia de Sasso Marconi, una pequeña ciudad en la que yo trabajé en esos años, se contaban menos alumnos que profesores. Es probable que a esta fecha, la escuela ya haya sido clausurada por falta de alumnos. En una o dos generaciones a lo sumo, los nuevos niños italianos tendrán rostros africanos, filipinos o salvadoreños, por decir algo, y esos mismos rostros se podrán ver en el calcio, y en la Nazionale, como ellos llaman a la selección de fútbol. Es tan solo un asunto de tiempo, para que los insultos que dicen que no hay italianos negros pasen a ser uno entre tantos recuerdos que quedan tirados sin pena ni gloria en el basurero de la historia.

4 comentarios:

Carlos G Bayón dijo...

(de tu amigo Carlos G Bayon)Querido Roberto, tampoco hay negros en el salvador, conoci esta historia creo que a traves de vos, asique no te costara reconocer que todos los paises se parecen mas de lo que creemos salvo pequeños matices.
Mirando "long term" en 2050 se espera que la población mundial crezca un 50%, la vieja europa se llenara de "inmigrantes" y con ello desaparecera el concepto de "raza pura" que tanto atormenta a algunos. El mejor ejemplo lo tenemos en USA, costó pero ya hay un presidente negro, mujeres presidentes en varios paises(Argentina, chile,alemania, etc...)
Ultima noticia: Los Iranies agotan los modelos de la nueva tienda de moda de Mango( de momento solo lo usan "indoor")pero con el tiempo convergeremos

J. R. Ramos López dijo...

Totalmente de acuerdo contigo. El racismo salvadoreño es todavía mas condenable, ya que es racismo entre pobres. Tendré que escribir una segunda parte. Gracias.

Maria dijo...

Interesante. Si en El Salvador la gente celebra a los bebes "chelitos", "sarquitos" o morenitos si son "ricos" prueba esto de racismo por raza y por pobreza.

Unknown dijo...

homosexuales, negros, matrimonios interraciales, con razon en el 2020 al mundo se lo esta llevando la mierda.