miércoles, 6 de enero de 2021

El Turno del Escriba



El recuerdo más diáfano de mi padre es verlo caminando en la calle que lleva hasta su casa en San Isidro. En los años sesenta y setenta, él andaba y desandaba este camino varias veces al día para ir y regresar hacia y desde la oficina en la que laboraba como Escriba. A esta hora, estábamos pendientes de la sirena que anunciaba las doce en punto, hora del almuerzo. El universo nos daba una pequeña tregua, mi padre almorzaba y escuchaba las noticias entre las doce y la una, y si había tiempo hojeaba  "El Diario de Hoy", el periódico más anticomunista de El Salvador, el cual él distribuía en San Isidro. La única cosa peor que leer El Diario de Hoy, es no tener nada que leer.    

En aquel tiempo y antes, los Escribas tenían buena letra, pero la buena letra no es nada, si no sirve para escribir verdades verdaderas como decía Víctor Jara, a quién por cierto conocí por medio de sus canciones durante uno de esos mediodías escuchando las noticias en la radio de onda corta. Mi padre de haber tenido oportunidad  habría sido historiador, cronista  o al menos periodista. De vez en cuando enviaba notas a El Diario de Hoy y se las publicaban. En una ocasión cubrió un caso de trampa en una casa de juego en Armenia. La nota apareció con su nombre. En otra ocasión, escribió acerca de un caso que causó conmoción en el San Isidro de la primera mitad de los años sesenta. Un recién nacido apareció abandonado en un tubo, sin vida.   

Miguel Cara de Ángel, el más innombrable de los personajes de San Isidro, se aprovechó de esta vocación de mi padre para enviarlo junto a Chente Chávez a observar la última erupción del volcán de Izalco ocurrida en octubre de 1966: "Ya que usted es periodista, lo voy a enviar al Mirador para reportar la erupción......" - dijo Cara de Ángel con sarcasmo. "El Mirador" era una formación rocosa que marcaba el límite de la lava antigua del volcán con los cultivos de café de altura de "La Garroba", una las fincas que se administraba desde San Isidro.   

En realidad, los propósitos de Cara de Ángel no eran tan loables, ya que sin radio, ni otro medio de comunicación, de nada servía tener observadores. La realidad es que ante los ojos del Innombrable, mi padre era demasiado revoltoso,  así que no quería desaprovechar la oportunidad de que el volcán hiciera el trabajo sucio. Mi padre y su desventurado compañero de aventuras se mantuvieron observando la erupción durante varios días con sus noches hasta que el peligro fue más que inminente y huyeron casi a media noche rumbo a la finca "La Garroba".

Mi padre escribió la crónica de esta aventura y la tituló "Tres días en la Hacienda de los Cucufate" y a falta de otro medio, la publicó en la revista de las fiestas patronales de San Isidro del año siguiente. Además de hacer un resumen histórico del volcán, desde que los terrenos en que apareció se encontraban dentro de una hacienda de la familia Cucufate; pasando por el chasco del gobierno de El Salvador, cuando se construyó el Hotel de Montaña del Cerro Verde y el volcán se apagó justo antes de la inauguración. "El volcán no es payaso" - le comentó uno de los lugareños de la finca La Garroba. 

En el epílogo de aquella crónica, mi padre reconocía que a pesar de las malas intenciones, Miguel Cara de Ángel, sin querer le dio la oportunidad única en la vida de observar en primera fila la belleza incomparable del avance de un imponente río de lava desintegrando árboles y pequeñas colinas en cuestión de segundos y por supuesto la sensación que produce la adrenalina cuando uno huye para salvar su vida. A diferencia de Empédocles, el filósofo griego que murió víctima de su misma curiosidad al acercarse demasiado a la lava de un volcán en Sicilia, mi padre tuvo la dicha incomparable de vivir muchos años para contarlo.

 

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