martes, 14 de julio de 2015

Doña Paca




A mediados de 1964, mi hermana y yo llegamos a San Isidro, debido a la enfermedad de nuestra Tía-Madre. Yo me quedaría en San Isidro a terminar la primaria, y mi hermana, durante ese paréntesis  entabló una de las relaciones más entrañables de toda su vida con Doña Paca, niña Paca, como nosotros la conocíamos cariñosamente.

Nunca pude tener la cercanía que mi hermana llegó a tener con ella, debido quizás en parte a que Ena y Clari-hija de Doña Paca- son prácticamente de la misma edad, y mi hermana, sintiéndose no amada por Emma, la mujer de mi Papá, buscaba y encontraba refugio en el mundo de los García, un mundo que giraba y que hasta el día de hoy ha continuado girando alrededor de Doña Paca.

De aquel tiempo tengo las primeras imágenes de lo que debería ser la Navidad, viendo como la celebraban los García, con árbol de Navidad, juguetes, cohetes y todo el ritual de las fiestas navideñas. Todo Esto no existía en casa de mi padre. Para esa circunstancia, la vida nos había llevado a vivir frente a la casa de los García. Vivíamos en un desierto, pero justo frente a nuestras narices había un oasis.

Mi hermana y Clari jugaban todos los juegos que pueden jugar las niñas pobres. Cocinaban plátanos para venderlos, imitaban a la señora que compraba las pachas, jugaban al circo, juego en el que Cristela hacía de bailarina.  También en la misma calle estaban las hijas de Cándido Pérez, que le decían madrina a Doña Paca. Mientras tanto, entre juego y juego, nos llegó la adolescencia, y en ese despertar que no siempre es fácil, mi hermana encontraría la mano protectora de Doña Paca.

Mas tarde, casi todos nos tuvimos que marchar de San Isidro, por estudio, por trabajo, por lo que fuera, y a partir de los setenta tan solo volvíamos esporádicamente. Con la guerra, algunos terminamos en una especie de exilio involuntario, y también es cierto que San Isidro ya no volvería a ser lo que fue. Pero allí estaba ella, reinando en esa casa sobre la cual parecía que no pasaba el tiempo.

Después de todos estos años, cada vez que regresaba a San Isidro, comprobaba que cada vez me conocían menos personas y viceversa, pero siempre tenía el consuelo de cruzar la calle entre la casa de mi padre y la casa de los García, y saludar a Doña Paca. Ella me saludaba como siempre lo había hecho a lo largo de cincuenta años, pronunciando mi nombre. No era necesario decir más.

Cuando llegan estos momentos, sucede que nos damos cuenta de que en realidad no sabemos mucho de las personas a las que queremos, y esta realidad nos fuerza las más de las veces a atesorar los contados recuerdos que el olvido Todavía no nos ha arrebatado. El libro del olvido no perdona nada..

Hace unos cincuenta años, en las pocas memorias que conservo de mis conversaciones con ella, me contó la leyenda de como se originó el Lago de Coatepeque. -Dios, llegó a ese pueblo, y pidió agua en todas las casas, y nadie le quizo dar, el agua fue un castigo -me dijo. En otra ocasión me contó que cuando el cantante Julio Jaramillo visitó El Salvador, se casó con una mujer salvadoreña, y terminó preso porque apareció la propia esposa y lo denunció.

Con su partida se cierra un ciclo en la historia de San Isidro. Ella era una de las últimas sobrevivientes de ese San Isidro en el que ocurrieron algunas de las atrocidades del levantamiento de 1932. Aquella generación transmitió el miedo de lo que habían vivido a sus descendientes, y solo se referían a aquello como "el comunismo". Era un recuerdo vago para nosotros, pero ellos recordaban todos los nombres.

No hay comentarios: