jueves, 3 de septiembre de 2009

Jugando con Fuego

Desde los tiempos de John Reed, el trabajo de los corresponsales de guerra ha tenido como constante, además de la cotidianidad del peligro, el esfuerzo por no involucrarse con la realidad que están cubriendo. John Reed mismo, no pudo mantener esa distancia, se involucró, y finalmente, como todos sabemos, murió en la Unión Soviética, y durante mucho tiempo sus restos reposaron al lado de los de Lenin. La primera vez que escuché esta historia, pensé que se trataba de propaganda del film "Reds", basado en la vida de Reed.

Durante la guerra civil, llegó a mis manos el libro biográfico, "John Reed, un revolucionario romántico", no casualmente, leí el libro durante mis visitas al apartamento de Luis Albarrán, y a juzgar por todas las manos por las que pasó dicho ejemplar, bien podría decirse que no pocos de los corresponsales de guerra [y sus aprendices salvadoreños] que cubrían la guerra en El Salvador, tenían a Reed como prototipo del corresponsal de guerra. Varios miembros de esta comunidad, se habían establecido en unos apartamentos ubicados en la colonia Roma, cerca del edificio del canal 2. Entre ellos recuerdo los nombres de Epigmenio Ibarra, Eriko Saz, John Hoagland, Cristian Poveda, y por supuesto Luis "Tocayo" Albarrán, y Luis Díaz que llegaba de visita.

Un par de cosas se aprenden viendo de cerca a algunos corresponsales de guerra en aquella época. Por haber sido testigos de primera línea de los horrores de la guerra, la sensibilidad de algunos los empujó a variadas adicciones para soportar la realidad. A la larga, algunos no lo lograron, como fue el caso de Albarrán, quien según algunos, ya venía tocado mortalmente por los horrores vistos y vividos en el cono sur, durante el período de las dictaduras militares. También existieron los cínicos, los que se preocupaban cuando no ocurría "nada". Es lógico, si te pagan por nota, o por imagen, o por video, un día sin combates, o sin violencia, era indudablemente un día malo. Para la mayoría de salvadoreños, un día malo para los cínicos, era un día más llevadero. Albarrán no era de esa línea. Cuando la agencia para la cual informaba, le sugirió tratar amigablemente al gobierno de Duarte, Albarrán se rehusó, y a la larga esto le costó el puesto, y pasó de una situación relativamente cómoda a una situación casi de miseria, similar a la del personaje encarnado por Richard Gere en el film de ficción "La búsqueda".

Albarrán se había involucrado. Se casó con una salvadoreña, y tuvieron una hija. Había cruzado la línea. Eso no es muy profesional según algunos, pero John Reed también lo hizo: se involucró. Durante la primera guerra mundial se encontraba cubriendo el frente alemán, y disparó hacia el lado norteamericano. Llegó a Rusia para cubrir la revolución, y terminó siendo parte de la historia de la Unión Soviética. Viajó a México para cubrir la revolución, y terminó cabalgando (y probablemente también disparando) al lado de Villa, y entre otras anecdotas, podemos mencionar que fue padrino de bautizo del hijo de uno de los lugartenientes de Villa. También hizo campaña en los medios estadounidenses de la época, en contra de los planes de intervención de EE.UU. en México, y de hecho su cobertura de la revolución servía a ese propósito.

Poveda también se involucró con nosotros, con este país. En sus propias palabras, amaba este país, su mujer era salvadoreña. En los últimos años fue pieza vital de muchas actividades de promoción de la fotografía en El Salvador. Y sus planes aparentemente iban para largo. Sobrevivió la guerra civil de los años 80, y otros conflictos armados alrededor del mundo, y a pesar de todo decidió regresar a El Salvador. Otros sobrevivientes de esa generación, cuando regresan lo hacen transitoriamente, solo para dar una conferencia, o impartir un taller. Pero las complejidades de la violencia social salvadoreña que él registró magistralmente en su film documental "La Vida Loca", a la postre terminaron reclamándolo también como una víctima más de esa dualidad víctima-victimario descrita en el film. Durante los años de la guerra escuché en voz de mi amigo Luis Díaz, una historia describiendo la reacción de Cristian Poveda tras escuchar la canción "Testamento" de Silvio Rodríguez: "Esa canción es un monumento"- exclamó Poveda. No encontrando otra forma de cerrar este texto, he aquí un fragmento de la letra de dicha canción:

Le debo una canción a una bala,
a un proyectil que debió esperarme en una selva:
le debo una canción desesperada,
desesperada por no poder llegar a verla.

Le debo una canción, una, a la muerte,
una a la muerte voraz que se comerá tanto:
le debo una canción en que hunda el diente
y luego esparza con la explosión fuegos del canto.

Silvio Rodríguez


1 comentario:

Wilber dijo...

La mayoría somos fieles a nuestros sueños, pero los corresponsales de guerra se encuentran en otro nivel muy superior ya que son fieles a sus sueños aunque tenga que beber café con la muerte tres veces al día.

Atentamente,