lunes, 1 de febrero de 2021

Pentimento

 Los primeros jóvenes  de San Isidro que yo recuerdo que intentaron hacer el viaje hacia el norte, lo hicieron a mitad de los años setenta. Entre ellos estaba Bill. Como muchos otros, no lo logró al primer intento, pero comparativamente lo logró rápidamente, ya que pasó en el segundo viaje. Otros viajeros de la misma época, lo intentaron tantas veces, que cada vez que retornaban mitad tristes, mitad alegres; la gente se refería a ellos como "los turistas". En el caso de Bill, no faltó quien celebrara su partida con alivio, exclamando -es muy puto.

La incertidumbre de aquella apuesta era tan alta, que bastaba un indicio, una corazonada para desistir. Ese fue el caso de Víctor, quien un sábado de 1977 o 1978, se encontraba en la parada de buses de San Isidro, cuando Quiñonez y Yo aparecimos, y le contamos que  íbamos camino al volcán de Santa Ana, Víctor se nos  unió en aquella expedición, y tras varias horas nos comentó que cuando lo encontramos, estaba a punto de iniciar aquella aventura. Nadie sabe a ciencia cierta, la cadena de eventos que ya no tuvieron lugar en ambas historias, tras fracasar o posponer el primer intento, especialmente en el caso de Víctor. 

En medio de las dos historias le tocó el turno a Paco. La expulsión masiva de jóvenes era irreversible, ya que la búsqueda de oportunidades era inútil y la guerra civil estaba a las puertas. En su último fin de año en San Isidro, lo encontramos a la hora de los abrazos. Por alguna razón, Saúl llevaba consigo una guitarra, y en medio de la euforia de año nuevo, Paco rompió la guitarra. Casi 20 años más tarde, durante una de sus regresos a San Isidro, Paco le llevó una guitarra nueva a Saúl. La guitarra había sido adquirida en su ciudad adoptiva, Los Ángeles.  En 1993, nos encontramos durante una visita que hice a esa ciudad, y tuvo la generosidad de mostrarme Los Ángeles lo mejor que pudo, y pude encontrar a otros de mi generación que se habían establecido allí.   

En los años ochenta y noventa, el viaje se hizo cada vez más difícil, y aparecieron nuevos peligros. Además de tener que evadir a las autoridades en el lado estadounidense de esta historia, la diferencia entre los coyotes y las redes criminales que operaban en la ruta se hizo cada vez más difusa. En esas condiciones le tocó hacer aquel recorrido a Óscar. En algún momento de la década de los noventa, él me relató los interrogatorios   a los que fue sometido cuando lo agarraron al intentar cruzar la frontera, o cuando ya había cruzado. Día tras día, diferentes interrogadores le hacían las mismas preguntas probando la consistencia de su historia. Entre varios policías buenos, y varios no tan buenos, apareció uno que le dijo -Tú no eres salvadoreño.

La realidad es que Óscar, igual que muchos de los Cerna de San Isidro, no tenía mucho en común con el estereotipo de salvadoreño, pues sus ojos eran de un color bastante singular entre gris y verde, con un tono dominante que cambiaba durante el día.  Cuando era más joven, aquella había sido una de sus cartas más valiosas a la hora de conocer chicas, pero en  aquellas circunstancias sus rasgos físicos lo volvían sospechoso a los ojos de sus interrogadores no solo acerca de su verdadero origen,  sino que  sobre todo de que su propósito era muy distinto al de un simple migrante. Hay que recordar que la guerra de las drogas ya se encontraba en pleno auge en la zona fronteriza entre México y su vecino del norte. 

Al transcurrir los días, Óscar se comenzó a preocupar, ya que al resto de los que habían caído en la misma redada, ya los habían deportado, o los habían enviado a otro lugar si tenían cuentas pendientes. Así las cosas, un día lo llevaron a una sala en la cual habían colocado un mapa muy detallado de El Salvador, y comenzaron a cuestionarlo con preguntas acerca de la geografía de nuestro país, que para cualquier  salvadoreño con educación básica resultaban más que triviales. No recuerdo exactamente [basado en su relato], si el interrogador le pidió señalar San Isidro, lo que si recuerdo es que le preguntaron cuál era la cabecera del departamento de Chalatenango. Óscar respondió -Chalatenango- por supuesto y señaló correctamente su posición en el mapa.  

Aquel relato surgió en la que debe haber sido una de nuestras últimas conversaciones. En noviembre de 1996, tras regresar de un viaje en el que visité Denver, me enteré  durante una visita a San Isidro que Óscar se nos había adelantado. Unas pocas semanas antes de morir, él visitó la casa de mi padre en San Isidro y  pidió que me entregaran un árbol de limón que deseaba regalarme. Una de las amarguras más amargas es no poder despedir a nuestros cómplices  o camaradas de aquel tiempo irrepetible que es la adolescencia como es debido. Los años no han hecho más que confirmar que la gracia que la mayoría de mortales experimentamos apenas como pinceladas efímeras, para otros en cambio es un pentimento inacabable, capa tras capa siempre con gracia.  Así recuerdo a Óscar.



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Pentimento: esta palabra no aparece en el diccionario de la Real Academia, pero en el mundo de la pintura significa una pintura oculta debajo de otra pintura. La palabra original viene del italiano y significa arrepentimiento. En inglés el Cambridge Dictionary define pentimento como "una marca dejada por una pintura anterior que muestra en donde un artista ha realzado cambios" .


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