- Quiero un té - exclamó el hombre
- ¿Te vas a gastar tu primer deseo en un té? -preguntó el genio de la botella
- Nunca en toda mi vida nadie me ha servido un té ¿que tendría de malo que sea mi primer deseo? -
- Bueno, lo voy a pensar -dijo el genio- nadie me había pedido un deseo tan ridículo.
Sucede que el genio de tanto pensar se quedó dormido y cuando vino a despertar habían transcurrido ochocientos años y el hombre del deseo, por supuesto, ya estaba bien muerto. Pero en estas historias de las mil y tantas noches no hay nada imposible para los genios. De manera que el genio buscó, encontró y despertó al hombre, tras lo cual le dijo:
- Su té está servido, señor
- A ver -dijo el hombre- ¿Quién es el que pidió el deseo más tonto?
- Sigue siendo solo un té - reparó el genio-
- Ah dijo el hombre, y traerme de la tumba ¿cuenta como deseo adicional?
El genio se dio cuenta que había sido embaucado. El hombre había obtenido un deseo gratis. Peor aún, en un libro de Salman Rushdie el hombre había leído que las siestas de los genios pueden durar ochocientos o más años. También había leído a Hawking, pero de eso mejor no hablar.
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