SAGAN ACERCA DE EINSTEIN
Para castigarme por mi desprecio a la Autoridad,
el destino me convierte en tal.
EINSTEIN
Por Carl Sagan, 1979.
Albert Einstein nació en Ulm,
Alemania, en 1879, hace ahora justamente un siglo. Pertenece al pequeño grupo
de individuos de todas las épocas que remodelan el mundo gracias a un don muy
especial, el talento preciso para contemplar viejos hechos según nuevos
enfoques, para plantear profundos desafíos a la sabiduría convencional. Durante
décadas y décadas ha sido una figura honrada y mitificada, el único científico
cuyo nombre se le ocurría de inmediato al ciudadano medio. Einstein fue un
hombre admirado y reverenciado a lo largo y ancho del mundo, en parte por sus
contribuciones científicas, vagamente comprendidas por los profanos en la
materia, en parte a causa de sus valientes tomas de postura en cuestiones
sociales, y en parte a causa de su afable personalidad. Para los hijos de
inmigrantes con inclinaciones científicas, o para quienes, como en mi caso,
vivieron su infancia en los años de la Depresión, el respeto otorgado a
Einstein les hizo ver que existían personas como los científicos, que una
carrera científica no era un sueño totalmente inalcanzable. Una de sus
principales aportaciones, aunque involuntaria, fue la de constituirse como
paradigma del científico. Sin Einstein, muchos de los jóvenes que se
convirtieron en científicos en los años subsiguientes a la década de los 20´s
jamás hubieran oído hablar de la existencia de la empresa científica. El
substrato lógico de la teoría especial de la relatividad de Einstein, pudo
haberse desarrollado un siglo antes, pero, aunque otros avanzaran una serie de
intuiciones premonitorias, la relatividad debía esperar a Einstein para madurar
definitivamente. Los fundamentos físicos de la teoría especial de la
relatividad son muy simples, y muchos de sus resultados esenciales pueden ser
derivados del álgebra secundaria y de la reflexión sobre el movimiento de un
bote que remonte una corriente fluvial o avance a su favor. La vida de Einstein
fue rica en genialidad e ironía. Sintió gran pasión por todos los problemas
cruciales de su tiempo, efectuó interesantes incursiones en los ámbitos de la
educación y de las relaciones entre ciencia y política, y fue un vivo ejemplo
de que, después de todo, el trabajo de ciertos individuos puede llegar a
cambiar el mundo.
Siendo niño ofreció escasísimos
indicios de lo que llegaría a ser mas tarde. El mismo recordaría años después: “mis padres estaban preocupados porque no
comencé a hablar hasta una época comparativamente tardía, y llegaron a
consultar el problema con un médico... por aquel entonces... seguro que no tenía
menos de tres años”. Fue un estudiante mediocre en sus años escolares, y
recordaba a sus maestros bajo la figura de sargentos instructores. Durante los
años juveniles de Einstein, las pautas de la educación europea eran un
altisonante nacionalismo y una marcada rigidez intelectual. El joven Einstein
se rebelaba contra los obtusos y mecanizados métodos educativos de la época. “Prefería sobrellevar todo tipo de castigos antes
que aprender de memoria cosas que no comprendía.” Einstein detestó toda su
vida a los partidarios de una disciplina rígida, tanto en los terrenos de la
educación como en los de la ciencia y la política.
A los cinco años se sintió turbado
por el misterio de la brújula. Posteriormente escribiría: “A los 12 años experimenté una segunda perplejidad, de naturaleza
completamente distinta, al leer un pequeño texto de geometría euclidiana
plana... Había allí postulados, como por ejemplo el referente a la intersección
en un punto de las tres alturas de un triángulo, que a pesar de no ser ni con
mucho evidentes, podían ser probados con tal grado de certidumbre que quedaba
fuera de lugar toda duda sobre ellos. Esta lucidez y certidumbre me causaron
una impresión indescriptible”. Los programas escolares al uso sólo conseguían
provocar tediosas interrupciones a las meditaciones de este tipo. Einstein
escribiría las siguientes palabras sobre su autoeducación: “Entre los 12 y 16 años me familiaricé con los rudimentos de la matemática
al tiempo que con los principios básicos del cálculo diferencial e integral.
Tuve la inmensa fortuna de dar con libros no especialmente notables en cuanto a
su rigor lógico, deficiencia que compensaban sobradamente al presentar los
aspectos fundamentales del tema clara y sinópticamente... También tuve la
suerte de empezar a conocer los resultados y métodos esenciales de las ciencias
de la naturaleza en excelentes exposiciones popularizadoras que recogían casi
exclusivamente los aspectos cualitativos... un trabajo que leí con atención
expectante”. Los modernos divulgadores científicos pueden sentirse
reconfortados por estas palabras de Einstein.
Ninguno de sus profesores parece
haberse percatado de su talento. En el Gymnasium
de Munich, el centro de enseñanza secundaria más destacado de la ciudad, un
profesor le dijo en cierta ocasión, “Einstein,
usted nunca llegará a ninguna parte”. A los quince años las sugerencias de
este tipo se hicieron tan fuertes y directas que decidió abandonar el
instituto. Su profesor le indicaba que “tan
solo con su presencia dañaba el respeto que toda la clase le debía a su persona”.
Aceptó con gusto tales observaciones, abandonó el instituto y durante varios
meses viajó sin meta ni fin concreto por el norte de Italia. Toda su vida mostró
clara preferencia por los modales y la vestimenta sin ceremonias ni
formalidades. De haber transcurrido su adolescencia en la década de los 60 o
los 70 de nuestro siglo, en vez de la década de 1890, la gente convencional le
habría calificado de hippie casi sin lugar
a dudas.
Su curiosidad por la física y su
admiración ante el universo le permitieron superar muy pronto su aversión hacia
los métodos educativos imperantes, y a no tardar solicitaría su ingreso, sin
diploma que certificara sus estudios secundarios, en el Instituto Federal de
Tecnología de Zurich. Reprobó el examen de nuevo ingreso, se matriculó en un
instituto suizo de enseñanza media por su propia cuenta y riesgo para subsanar
sus lagunas, y al año siguiente fue admitido por fin en el Instituto Federal de
Tecnología. No obstante, seguía siendo un estudiante mediocre. No le gustaba el
currículo imperante, esquivaba la biblioteca del centro e intentaba hasta donde
le era posible trabajar sobre sus verdaderos intereses. Más tarde escribiría: “Desde luego, el principal impedimento para seguir
en tal línea era que debía atiborrar mi cabeza con todas estas cosas para pasar
los exámenes, me gustara o no.”
Consiguió su graduación sólo
gracias a que su amigo Marcel Grossmann, asistía asiduamente a clase y compartía
sus apuntes con Einstein. Con ocasión de la muerte de Grossmann, acaecida muchos
años después, Einstein escribiría: “Recuerdo
nuestros días de estudiantes. Él era un estudiante irreprochable, yo un
desordenado y un soñador. Él, en excelentes relaciones con los profesores y comprendiéndolo todo; yo, un
paria, descontento y escasamente apreciado... Al finalizar nuestros estudios,
me vi abandonado de repente por todo el mundo, desconcertado y perplejo ante el
umbral de la vida”. La graduación la obtuvo gracias a un esfuerzo final
para sumergirse en los apuntes de Grossmann. Pero estudiando en la preparación
de los exámenes finales, recordará “que
mi ánimo llegó a sentirse bloqueado hasta tal punto... que durante un año
entero hallé completamente insipido el análisis y consideración de cualquier
problema científico... Es casi milagroso que los métodos modernos de instrucción
no hayan conseguido ahogar por completo la santa curiosidad de la investigación,
pues la principal necesidad de tan delicada planta, aparte del estímulo
inicial, es la libertad. Sin esta, corre seguro peligro de muerte... y creo que
incluso puede despojarse de su voracidad a un animal de presa sano si se le
obliga a comer a golpes de látigo, con hambre o sin ella...”. Sus
observaciones deben templar el espíritu de toda persona involucrada en la
educación científica. Me pregunto cuántos Einstein potenciales habrán llegado a
sentirse irremediablemente descorazonados a causa de exámenes competitivos y
del hastío generado por acumular méritos en su currículum a la fuerza.
Después de haberse ganado el
sustento con diversos trabajos ocasionales, Einstein aceptó una oferta para
trabajar como inspector de solicitudes en la Oficina Suiza de Patentes sita en
Berna, oportunidad que obtuvo gracias a la mediación del padre de Marcel
Grossmann. Por estas fechas renunciaría a la nacionalidad alemana para
convertirse en ciudadano suizo. Tres años después, en 1903, se casaba con su
prometida. No sabemos casi nada acerca de las patentes aprobadas y rechazadas
por Einstein, y sería de gran interés determinar si alguna de las que pasaron
por sus manos llegó a tener cierta influencia estimulante en sus meditaciones
sobre la física.
Banesh Hoffman, uno de sus biógrafos,
escribe que en la oficina de patentes Einstein “aprendió pronto a deshacerse de sus tareas con rapidez y eficiencia.
Eso le permitiría arrebatar preciosos minutos para sus propios cálculos clandestinos,
que escondía con rapidez y sentido de culpabilidad en el interior de su pupitre
de trabajo al menor ruido de pasos que se aproximasen”. Tales fueron las
circunstancias en que se gestaría el nacimiento de la gran teoría de la
relatividad. Posteriormente Einstein recordaría con nostalgia la oficina de
patentes, “este claustro secular en el
que se incubaron mis más bellas ideas”.
En más de una ocasión Einstein
sugeriría a sus colegas que la ocupación como cuidador de un faro sería una de
las situaciones más francamente apetecibles para un científico, pues se trataba
de un trabajo relativamente sencillo y capaz de proporcionar la tranquilidad y
contemplación necesarias a todo espíritu para abordar la investigación científica.
Decía su colaborador Leopold Intfield, “para
Einstein, la soledad, la vida en un faro, hubiera sido estimulante en grado
sumo. Le hubiera liberado de buena parte de las obligaciones que odiaba. De
hecho, hubiera sido para él la forma de vida ideal. Pero casi todos los científicos
piensan justamente lo contrario. La maldición de mi vida ha sido verme apartado
por largo tiempo de toda atmósfera científica, de no tener a nadie con quien
hablar de física”.
Einstein también sostenía que era
deshonesto ganar dinero enseñando física. Argumentaba que era muchísimo mejor
para un físico ganarse el sustento con algún otro trabajo sencillo y honesto, y
que la física debía cultivarla en sus ratos libres. Cuando años más tarde
Einstein hiciera una observación similar en EE.UU., señaló que le hubiese encantado
trabajar de fontanero, lo que le valió una inmediata nominación como miembro honorario
del sindicato del ramo.
En 1905 Einstein publicó cuatro papers de investigación, producto de sus
ratos libres en la oficina de patentes, en la publicación especializada más prestigiosa
de la época, los Annaten der Physik. En
el primero de ellos demostraba que la luz tiene al mismo tiempo propiedades
corpusculares y propiedades ondulatorias, exponiendo por vez primera el
desconcertante efecto fotoeléctrico, de acuerdo con el cual los sólidos
estimulados por una radiación lumínica emiten electrones. En el segundo
exploraba la naturaleza de las moléculas por medio del “movimiento Browniano” estadístico que presentan las pequeñas partículas en
suspensión. En los dos restantes introducía la teoría especial de la
relatividad, explicitando por primera vez la famosa ecuación, E = mc2, tan ampliamente
citada como escasamente comprendida.
La ecuación expresa la
convertibilidad de la materia en energía, y viceversa. Amplía la ley de la
conservación de la energía a una ley que nos habla de la conservación de la
energía y la masa, por la que se afirma que energía y masa no pueden ser
creadas ni destruidas, si bien una determinada forma de energía puede
convertirse en materia y a la inversa. En circunstancias ideales, la cantidad
de energía que puede obtenerse de una masa m es mc2, donde c es la
velocidad de la luz (la velocidad de la luz siempre se representa por c minúscula,
jamás en mayúscula, y su valor es de 300,000 kilómetros por segundo). Si
medimos m en gramos y c en centímetros por segundo, E nos vendrá dada en una unidad de energía
denominada ergio. La total conversión de un gramo de masa en energía produce 1 x
(3 x 10 10)2 = 9 x 1020 ergios, cantidad
equivalente a la que desprende la explosión súbita de unas mil toneladas de
TNT. Por consiguiente, si hallamos la forma de extraerlos, los recursos energéticos
que albergan pequeñísimas cantidades de materia son enormes. Las armas
nucleares y las centrales nucleares son otros tantos ejemplos de los vacilantes
y éticamente ambiguos esfuerzos encaminados a obtener la energía que Einstein
nos demostró que está presente en toda materia. Un arma termonuclear, por
ejemplo una bomba de hidrogeno, es un
ingenio de poder terrorífico, aunque dada una masa m de hidrogeno tan solo
consigue obtener menos del 1% del poder energético mc2 que encierra.
Los cuatro papers de Einstein publicados en 1905 hubieran sido una producción
impresionante como fruto de toda una vida dedicada a la investigación para cualquier
físico. Si se contemplan como lo que en realidad fueron, el resultado de los
ratos libres de un año de trabajo de un empleado de veintiséis años de una
oficina de patentes suiza, es algo más que asombroso. Son muchos los
historiadores de la ciencia que han calificado 1905 como Annus Mirabilis, el año milagroso. Dentro de la historia de la física,
y con inquietantes parecidos, sólo ha existido otro año semejante, 1666, cuando
Isaac Newton, con veinticuatro años, aislado en una zona rural a causa de una
epidemia de peste bubónica, esbozó una explicación para la naturaleza espectral
de la luz del sol, inventó el cálculo diferencial e integral, y postuló la teoría
de la gravitaci6n universal. Junto con la teoría general de la relatividad, formulada
por vez primera en 1915, los papers de
1905 representan el principal logro de la vida científica de Einstein.
Antes de Einstein los físicos
sostenían la generalizada creencia de que existían marcos de referencia
privilegiados, cosas tales como un espacio y un tiempo absolutos. El punto de
partida de las meditaciones de Einstein fue que desde cualquier marco de
referencia -cualquier observador, fuera cual fuese su ubicación, velocidad o
aceleración- las leyes fundamentales de la naturaleza debían contemplarse de idéntica
manera. Parece ser que su idea sobre los sistemas de referencia en física se
vio influenciada por sus actitudes sociales y políticas y por su resistencia
ante el estridente patrioterismo que impregnara la Alemania del siglo xix. En
este sentido, la idea de la relatividad se ha convertido en un lugar común
antropológico, y los científicos sociales han hecho suya la idea de un
relativismo cultural. Existen diversos contextos sociales distintos y
diferentes interpretaciones del mundo y de los preceptos éticos y religiosos.
Por lo demás, las diferentes sociedades humanas son prácticamente comparables
en cuanto a su validez.
En un principio no se produjo, ni
mucho menos, una aceptación generalizada de la relatividad especial. A modo de
nuevo intento de integrarse en la vida académica, Einstein presento su recién
publicado paper sobre la relatividad a
la Universidad de Berna como ejemplo de su trabajo. Evidentemente, él lo consideraba
como un buen trabajo de investigación. Sin embargo, le fue rechazado tildándolo
de incomprensible y tuvo que permanecer en la oficina de patentes hasta 1909. A
pesar de todo, la publicación del trabajo no pasó desapercibida para todo el
mundo y poco a poco algunas de las figuras prominentes de la física europea de
la época empezaron a sospechar que Einstein podía muy bien ser uno de los más
grandes científicos de todas las épocas. Pero, pese a todo, su trabajo sobre la
relatividad generó vivas polémicas. En una carta de recomendación para que Einstein
fuera contratado en la Universidad de
Berlín, un eminente científico alemán sugería que la relatividad era un excurso
hipotético, una aberración momentánea, y que a pesar de todo, Einstein era
realmente un pensador de primer orden. (El premio Nobel, de cuya concesión tuvo
noticia durante una visita a Oriente en 1921, se le otorgaba por su trabajo
sobre el efecto fotoeléctrico y “otras contribuciones” a la física teórica. La
relatividad seguía siendo considerada un tema demasiado polémico como para
mencionarlo explícitamente.)
Las opiniones políticas y
religiosas de Einstein estaban explícitamente relacionadas con su trabajo científico.
Sus padres eran de origen judío, aunque no practicantes del ritual religioso.
No obstante, Einstein se inclinó hacia una religiosidad convencional “por influjo de la maquinaria educativa tradicional,
el Estado y la escuela”. Pero a los doce años tal situación cambió
bruscamente: “A través de la lectura de
libros de divulgación científica llegue pronto a la convicción de que muchas de
las historias bíblicas no pueden ser verdaderas. Como consecuencia abracé con
todas mis fuerzas la libertad de pensamiento y empecé a considerar que a la
juventud la estaba estafando intencionadamente el Estado mediante la propagación
de mentiras; fue una impresión abrumadora. De esta experiencia nació una firme
sospecha ante todo tipo de autoridad, una actitud escéptica ante las convicciones
vigentes en todo contexto social específico -actitud que nunca abandone, aun
cuando con el paso del tiempo, una vez fui comprendiendo más a fondo las
conexiones causales, perdió parte de su virulencia inicial”
Poco antes de estallar la Primera
Guerra Mundial, Einstein aceptó una plaza de profesor en el reputado Institute Kaiser
Wilhelm de Berlín. Su deseo de trabajar en el centro de física teórica de más
prestigio en su época fue momentáneamente más fuerte que su antipatía hacia el
militarismo alemán. El estallido de la conflagración mundial ocurrió mientras
la esposa y los dos hijos de Einstein se encontraban en Suiza, impidiéndoles
regresar a Alemania. Pocos años después esta separación forzosa desembocaría en
divorcio, aunque cuando Einstein recibió el premio Nobel en 1921, a pesar de
haberse casado ya otra vez, entregó la suma total del mismo, $30,000 dólares, a
su primera esposa y sus hijos. Con el tiempo su hijo mayor se convertiría en
una prominente figura de la ingeniería civil, ocupando una cátedra en la
Universidad de California, pero el segundo, que idolatraba a su padre, le
acusaría años después, para angustia dc Einstein, de haberle ignorado durante
su juventud.
Einstein, que se declaraba
socialista, acabó convenciéndose de que la Primera Guerra Mundial estalló
fundamentalmente a causa de las intrigas e incompetencia de “las clases
dirigentes” del momento, conclusión que por otro lado sustentan buena parte de
los historiadores contemporáneos. Einstein se tornó pacifista. Mientras otros
científicos alemanes apoyaron con entusiasmo las empresas militares de su país,
Einstein condenaba abierta y públicamente la guerra como “delirio epidémico”. Sólo le salvó del encarcelamiento su ciudadanía
suiza, suerte que no pudo compartir su amigo el filósofo ingles Bertrand
Russell, condenado a prisión en estos mismos años por defender también una
postura pacifista. Los puntos de vista de Einstein sobre la guerra no
contribuyeron precisamente a aumentar su popularidad en Alemania.
No obstante, y de forma indirecta,
la guerra contribuyó a popularizar entre el gran público el nombre de Einstein.
En su teoría general de la relatividad, Einstein avanzaba una idea aun
asombrosa por su simplicidad, belleza y fuerza, a saber, que la atracción
gravitacional entre dos masas genera la distorsión o curvatura del espacio euclidiano
inmediatamente circundante. La teoría cuantitativa nos confirma, con el grado
de precisión que cabe esperar de los experimentos, la ley de Newton sobre la
gravitación universal. Pero al fijarnos en la próxima cifra decimal, por
decirlo así, la teoría general de la relatividad predice la existencia de
diferencias significativas con respecto al esquema postulado por Newton. Se
trata de una situación clásica dentro de la historia de la ciencia, de acuerdo
con la cual aparecen nuevas teorías que confirman la validez de los resultados derivados
de sus antecesores pero avanzan una serie de nuevas predicciones que permiten
establecer distinciones determinantes entre ambas perspectivas.
Las tres piedras de toque
propuestas por Einstein para verificar la validez de la relatividad general
fueron las anomalías detectadas en el movimiento orbital de Mercurio, el
corrimiento hacia el rojo de la representación espectral de la luz emitida por
una estrella de gran masa y la deflección o curvamiento de la luz estelar al
alcanzar sus rayos las proximidades del Sol. En 1919, antes de que fuera firmado
el armisticio, se organizaron expediciones científicas británicas a Brasil y a
la isla del Príncipe, frente a las costas de África occidental, para observar
si durante un eclipse de sol las radiaciones lumínicas estelares se curvaban de
acuerdo con las predicciones de la relatividad general. Y así era. Quedaban con
ello reivindicadas las tesis de Einstein por vía experimental. El simbolismo de
una expedición británica intentando verificar las hipótesis de un científico
alemán, mientras ambos países estaban aun técnicamente en guerra, apelaba a los
más loables sentimientos del género humano.
Sin embargo, al terminar la guerra
comienza a desencadenarse en Alemania una activa campaña pública contra
Einstein, financiada por intereses muy concretos. Tanto en Berlín como en otras
ciudades se organizan grandes mítines con un claro trasfondo antisemítico para
denunciar la teoría de la relatividad. La sorpresa se apoderó de los colegas de
Einstein, pero la mayor parte de ellos, excesivamente medrosos para intervenir
en política, nada hicieron para contrarrestar el ataque. Cuando el nazismo
inicia su irresistible ascensión en la década de los 20 y comienzos de los 30,
Einstein, contra su inclinación natural a una vida de tranquila contemplación,
se encuentra a menudo arengando con valentía contra los peligros inminentes
derivados de la situación. Testifica ante tribunales alemanes en favor de académicos
juzgados por sus opiniones políticas contrarias al nazismo. Hace un llamamiento
en favor de la amnistía para los presos políticos alemanes y de otras partes
del globo (incluidos Sacco y Vanzetti y los llamados “muchachos de Scottsboro”
en Estados Unidos). Cuando Hitler alcanza la cancillería en 1933. Einstein y su
segunda esposa abandonan Alemania.
Los nazis queman en hogueras públicas
los trabajos científicos de Einstein junto con otros libros escritos por
autores antifascistas. La talla científica de Einstein es atacada por todo lo
alto en su país de origen. El líder de la campaña difamatoria es el físico
Philipp Lenard, galardonado asimismo con el premio Nobel, quien denuncia lo que
el llamara “chapuceras teorías matemáticas
de Einstein” y el “espíritu asiático en la ciencia”. Lenard declaraba: “Nuestro Führer ha eliminado este mismo espíritu
de la política y la economía nacionales, en las que es conocido como marxismo.
No obstante, en el terreno de las ciencias naturales, sigue mostrándose influyente
a través de un indebido reconocimiento de la obra de Einstein. Debe dejarse
bien sentado que para todo intelectual alemán es indecoroso seguir las ideas de
un judío. La ciencia natural propiamente dicha es de exclusive origen ario...
Heil Hitler!”
Fueron muchos los profesores y académicos
nazis que sumaron su voz a las admoniciones contra la física “Judía” y “Bolchevique” de Einstein. Ironías del
destino, en este mismo momento histórico prominentes intelectuales estalinistas
denunciaban en la Unión Soviética la relatividad como “física burguesa”. Por
descontado, en tales deliberaciones jamás se tomó en consideración hasta qué
punto la substancia de la teoría
atacada era o no correcta.
La identificación de si mismo de
Einstein como judío, a pesar de su profundo distanciamiento de las religiones
tradicionales, fue completamente generada por el intenso antisemitismo que se
vivía en la Alemania de la década de 1920. He aquí la razón de que se
convirtiera en Sionista. Pero si hemos de hacer caso a uno de sus biógrafos,
Philipp Frank, no todos los grupos Sionistas le abrieron los brazos por
considerar intolerables sus demandas de entendimiento con los árabes y el
esfuerzo necesario para comprender sus formas de vida y pensamiento. Su adhesión
a un claro relativismo cultural resulta mucho más impresionante si se tienen en
cuenta las dificultades emocionales involucradas en este caso. A pesar de todo,
siguió prestando su apoyo al sionismo, particularmente cuando se hizo pública
la desesperada situación en que vivían los judíos europeos a finales de la década
de los 30. (En 1948 se le ofreció a Einstein la presidencia de Israel, que
declinaría cortésmente. Resulta interesante especular acerca de las hipotéticas
diferencias que hubieran podido producirse en la política del Próximo Oriente
de aceptar Albert Einstein la presidencia del estado de Israel.)
Tras abandonar Alemania, Einstein
tuvo noticia de que los nazis habían puesto un precio de 20.000 marcos a su
cabeza. (“Ignoro si era un precio demasiado alto”.) Aceptó una oferta para
incorporarse al recién fundado Instituto de Estudios Avanzados de Princeton,
Nueva Jersey, y allí residiría el resto de sus días. Cuando se le preguntó qué
salario deseaba percibir, sugirió 3.000 dólares. Ante la cara de perplejidad
del representante del Instituto, dedujo que se había excedido y rebajó su demanda.
El salario que se le asignó fue de 16.000 dólares, una suma realmente
respetable en los años 30. Tan grande era el prestigio de Einstein que fue
completamente natural que otros físicos europeos emigrados a Estados Unidos le
pidieran en 1939 que escribiera una carta al presidente Franklin D. Roosevelt
en la que se propusiera la construcción de una bomba atómica para contrarrestar
el esfuerzo alemán para hacerse con armas nucleares. Aunque Einstein no había
trabajado en física nuclear y posteriormente no desempeñaría el menor papel en
el Proyecto Manhattan, escribió la carta inicial que llevaría a la aprobación
del mismo. No obstante, parece más que probable que los Estados Unidos se
hubiesen decidido a la construcción de la bomba atómica con o sin el apremio
epistolar de Einstein. Por lo demás, el descubrimiento
de la radiactividad por Antoine Becquerel y la investigación del núcleo atómico
por parte de Ernest Rutherford -una y otro llevados a cabo con absoluta
independencia respecto a los trabajos de Einstein- hubieran desembocado con
toda probabilidad en el desarrollo y fabricación de armas nucleares. El temor
de Einstein ante la Alemania nazi había contribuido en gran medida a modificar,
aunque no sin pesar, sus puntos de vista pacifistas. Pero cuando comenzó a
traslucirse que los nazis no habían conseguido desarrollar la tecnología de las
armas nucleares, Einstein se sintió embargado por los remordimientos: “Ahora que sé que los alemanes no están en
condiciones de construir una bomba atómica, quisiera no haber tenido nada que
ver con ella”.
En 1945 Einstein instó a los
Estados Unidos a que rompiera sus relaciones con la España de Franco, quien
durante la Segunda Guerra Mundial había dado soporte a las fuerzas nazis. John
Rankin, congresista conservador por Mississippi, atacó a Einstein en un
discurso pronunciado ante la Cámara de Representantes, señalando que “este agitador nacido allende nuestras fronteras
quisiera sumergirnos en otra guerra para facilitar la expansión del comunismo a
través del mundo... Ya es hora de que el pueblo americano empiece a darse
cuenta de quién es el tal Einstein”.
Einstein fue un acérrimo defensor
de las libertades civiles en los Estados Unidos durante las épocas más sombrías
del Macarthismo, a finales de los 40 y principios de los 50. Mientras observaba
la subida de la marea de la histeria, empezó a albergar el poco tranquilizador
sentimiento de que ya había vivido algo similar en su Alemania natal durante la
década de los 30. Solicitó a los acusados que se negaran a testificar ante el
Comité de Actividades Antinorteamericanas, señalando que todo individuo debía
estar “dispuesto a asumir su ruina económica o penas de cárcel... a sacrificar
su bienestar personal en beneficio de... su país”. Sostuvo que existía “la obligación de negarse a cooperar en toda
acción que violase los derechos constitucionales del individuo. Y ello vale de
forma muy especial para todo interrogatorio relacionado con la vida privada y
las filiaciones políticas de cualquier ciudadano...”. Einstein fue amplia y
duramente atacado por la prensa estadounidense a causa de su postura. El propio
senador Joseph McCarthy señalaba en 1953 que alguien que hacía tales
advertencias era “un indudable enemigo de
América”. En los últimos años de la vida de Einstein, era postura usual en
determinados círculos reconocer su genio científico al tiempo que se mostraba
un abierto disgusto por sus opiniones políticas, tildadas frecuentemente de “ingenuas”.
Pero los tiempos han cambiado, y creo que es mucho más razonable argumentar
desde una perspectiva completamente diferente sobre este punto. En el campo de
la física, donde las ideas pueden medirse cuantitativamente y verificarse con
enorme precisión, las intuiciones einstenianas se han mostrado irrefutables.
Por lo demás, resulta asombroso que tuviera tal claridad de visión en el mar de
confusiones donde otros habían naufragado. Así pues, ¿no será mucho más
razonable considerar que en el mucho más sombrío terreno de la política sus
opiniones gozan de una validez fundamental?
Durante los años pasados en
Princeton, lo mismo que a lo largo de toda su vida, la pasión motriz de
Einstein fue la vida intelectual. Trabajó amplia y profundamente en la
elaboración de una teoría del Campo Unificado susceptible de abrazar en un
marco común las fuerzas gravitatorias, eléctricas y magnéticas, aunque es opinión
generalizada que sus esfuerzos no se vieron coronados por el éxito. Su vida se
prolongó lo suficiente como para ver su Teoría General de la Relatividad
convertida en herramienta fundamental para la interpretación de la
macroestructura y evolución del universo, y le hubiese embargado el gozo
contemplar personalmente la fructífera aplicación de la relatividad general a
la astrofísica de nuestros días. Jamás llegó a comprender el trato reverencial
que se le dispensaba, llegando incluso a lamentar que sus colegas y graduados
de Princeton no le abordaran inopinadamente por miedo a molestarle.
En contrapartida, escribiría: “Mi apasionado interés por la justicia
social y la responsabilidad social ha
estado siempre en curioso contraste con un escaso deseo de asociarme de forma directa con otros
hombres y mujeres. Soy un caballo para el arnés individual, no sirvo para el
trabajo a dos o en equipo. Jamás he llegado a integrarme plenamente y con todas
sus consecuencias en ningún país o estado, en mi círculo de amistades o incluso
en el seno de mi propia familia. Los vínculos
han venido siempre de un vago retraimiento, y con los años va creciendo este
permanente deseo de encerrarme en mi mismo. A veces este aislamiento resulta
amargo, pero no lamento verme privado de la comprensión y la simpatía de otros
hombres. Algo pierdo con ello, que duda cabe, pero me siento compensado por
haberme visto libre de costumbres, opiniones y prejuicios de otros y no haber
buscado la paz de mi espíritu en tan mudables fundamentos”.
Durante toda su vida tuvo como
principales distracciones la navegación y tocar el violín. En ciertos aspectos,
Einstein puede considerarse dentro de su época como una especie de hippie. La longitud de su melena de pelo
blanco era notable, y prefería ir con sweaters
y chaquetas informales antes que vestir traje y corbata, incluso en ocasiones
de compromiso. Hombre sencillo, sin la menor pretensión ni afectación, señalaba
que “a todos les hablo igual, ya sea el hombre
que recolecta la basura o el Presidente
de la Universidad”. Era persona asequible, y en no pocas ocasiones se prestó
gustosamente a ayudar a estudiantes secundarios en la resolución de problemas
geométricos -por cierto, no siempre con éxito. Dentro de la mejor tradición
científica, se mostró receptivo frente a las ideas innovadoras, aunque siempre
les exigiera una rigurosa verificación. Tampoco rechazó de plano, a pesar de
haberse mostrado escéptico, las tesis del catastrofismo planetario en la
historia reciente de nuestro planeta y los experimentos encaminados a sostener
la existencia de la percepción extrasensorial; en este último caso, sus
reservas arrancaban del supuesto que sostiene que las habilidades telepáticas
no se ven disminuidas al aumentar la distancia entre emisor y receptor.
En materia de religión, el pensamiento
de Einstein era bastante más elaborado que lo usual y de ahí que fuera
interpretado erróneamente en multitud de ocasiones. Con ocasión de la primera
visita de Einstein a los Estados Unidos, el cardenal de Boston por aquel
entonces, O'Connell, proclamaba que la teoría de la relatividad “encubría la espectral aparición del ateísmo”.
Tales declaraciones alarmaron a un rabino de Nueva York, quien mandó de
inmediato a Einstein un telegrama con el siguiente texto: “¿Cree usted en Dios?”. La respuesta de Einstein, inmediata y por
idéntica vía, fue la siguiente: “Creo en
el Dios de Spinoza, que se nos revela en la armonía que rige a todos los seres
del mundo, no en el Dios que se implica en los destinos y acciones de los
hombres”, planteamiento de la cuestión religiosa bastante sutil y que en la
actualidad comparte un buen número de teólogos. Durante las décadas de los 20 y
los 30 manifestó serias dudas acerca de uno de los postulados básicos de la mecánica
cuántica, el que sostiene que a los niveles más fundamentales de la materia,
las partículas tienen un comportamiento impredecible, formulación conocida como
principio de incertidumbre de Heisenberg. Para Einstein, “Dios no juega a los dados con el cosmos”. Asimismo, en otra ocasión
afirmaba, “Dios es sutil, pero no malicioso”.
De hecho, era tal la afición de Einstein a este tipo de aforismos, que en
cierta ocasión el físico danés Niels Bohr le respondió algo exasperado, “basta de decir que hace y que no hace Dios”.
No obstante, no son pocos los físicos que creen que si alguien ha llegado a
penetrar las intenciones de Dios, este ha sido Einstein.
Uno de los fundamentos de la teoría
de la relatividad especial es la imposibilidad de que ningún objeto material
pueda llegar a trasladarse a la velocidad de la luz. Tal barrera lumínica ha
incomodado seriamente a quienes no admiten límite alguno para las posibilidades
de acción de la especie humana. No obstante, el límite de la velocidad de la
luz, nos permite comprender de un modo simple y elegante un buen número de
cosas de nuestro universo que antes de su aparición eran misterios. Allí donde arrancó,
Einstein también sembró. Varias de las consecuencias de la relatividad especial
parecen enfrentarse de plano con nuestra intuición, se muestran incompatibles
con nuestra experiencia cotidiana, y a pesar de ello aparecen de forma
detectable cuando viajamos a una velocidad muy próxima a la de la luz -por lo
demás, velocidad a la que poca es la experiencia que puede aportar el sentido
común. Una de tales consecuencias es qué si viajamos a una velocidad
suficientemente próxima a la de la luz, el tiempo transcurre cada vez más
lentamente, y esta contracción temporal la registran tanto los relojes de
pulsera y atómicos, tanto como nuestros propios relojes biológicos. En
consecuencia, un vehículo espacial que viajase a una velocidad muy próxima a la
de la luz cubriría la distancia entre dos puntos cualesquiera, fuera esta la
que fuese, en un periodo de tiempo muy breve si lo medimos a bordo de la nave,
pero que no sería tal de medirlo sobre los puntos de partida y destino. Algún día
podremos viajar hasta el centro de la Vía Láctea y volver en unas pocas décadas
según los relojes de a bordo, pero mientras, en la Tierra, los años transcurridos
serán alrededor de 6.000. Pocos serán los amigos que contemplaron nuestra
partida que pudieran celebrar nuestro retorno. Un vago reconocimiento de este
fenómeno de dilatación temporal queda recogido en la película “Encuentros Cercanos
del Tercer Tipo”, aunque también se incorpore en ella la gratuita opinión de
que Einstein quizá fuese un extraterrestre. Qué duda cabe, sus percepciones
fueron auténticamente asombrosas, pero fue un individuo muy humano, y su vida
se alza como ejemplo de hasta donde pueden llegar los seres humanos que gocen
de suficiente talento y coraje para abordar una empresa.
La última actuación pública de Einstein fue unirse a Bertrand Russell
y a otros muchos científicos y pensadores en un fallido intento de proclamar un
manifiesto en favor de la abolición de las armas nucleares. Einstein argumentaba
que el armamento nuclear lo había cambiado todo excepto nuestra forma de
pensar. En un mundo parcelado en estados hostiles, Einstein consideraba la
energía nuclear como la mayor amenaza para la supervivencia de la raza humana.
Decía al respecto, “debemos elegir entre la
prohibición total de las armas nucleares o una aniquilación general... El nacionalismo
es una enfermedad infantil, el sarampión de la humanidad... Nuestros libros de
texto glorifican la guerra y encubren sus horrores. Inoculan el odio en las
venas de nuestros muchachos. Yo quiero enseñar la paz, no la guerra. Quiero
inculcar amor, no odio”.
Cuando contaba sesenta y siete años,
nueve antes de su muerte en 1955, Einstein
resumía así una vida de investigación: “Mas
allá está un mundo inmenso, que existe al margen de nosotros, los seres
humanos, y que se nos muestra como un grandioso y eterno enigma, aunque
parcialmente accesible a nuestro análisis y especulación. La contemplación de
este mundo nos llama como una liberación... El camino hasta este paraíso no es
tan confortable ni tentador como el que conduce al edén religioso, aunque se nos
ha mostrado seguro y digno de confianza. Por mi parte, no lamento en absoluto
haberlo escogido”.
REFERENCIA
Sagan,
C., 1979. Science Fiction—A
Personal View. Broca’s brain: Reflections on the romance of science.
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