Una de las consecuencias no tan cool de la investigación histórica es que algunas veces la verdad que encontramos, no es exactamente igual a lo que ya sabíamos antes de comenzar a hurgar. A veces se trata tan solo de detalles, y para muestra aquí está un ejemplo familiar. Se trata de la fecha de nacimiento de mi padre, la cual desde que tengo memoria hemos celebrado el 6 de febrero. Sin embargo, en el acta de nacimiento se puede leer que él nació a primera hora del 7 de febrero de 1914.
Mi padre vivió casi hasta los noventa y cuatro años, sin embargo hay que decir que al menos en el universo rural de San Isidro en donde él vivió sus últimos cuarenta y cinco años [aproximadamente], la celebración del cumpleaños no era moneda de uso corriente hasta poco tiempo atrás. Yo me atrevería a afirmar que de esos cuarenta y cinco años, al menos en unas veinte y tantas ocasiones, la fecha pasó sin pena ni gloria.
En algunas novelas como el Péndulo de Foucault, los planes de los designados para ejecutar alguna teoría de conspiración fallaron estrepitosamente debido a que no todos los involucrados interpretaron correctamente la fecha. En la novela de Eco, algunos se basaron en el calendario juliano, mientras que otros se basaron en el calendario gregoriano. En nuestro ejemplo, aunque aparentemente la cosa no llega a tanto, en el fondo es la duda casi metafísica acerca de qué fecha es a las doce de la noche. Por las dudas, propongo celebrar los dos días, con aplicación inmediata.
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