Dicen los
filósofos que uno de los problemas más grandes de la búsqueda de la verdad, es
la eventualidad de encontrarla: hay verdades que preferíamos no conocer. A
veces hay familias, instituciones, incluso reinos de este y del otro mundo, que
dependen de que se mantenga la imagen idealizada del fundador. Con el tiempo,
las verdades oficiales, se vuelven verdades “verdaderas”; y por ejemplo, en las
historias familiares, en paralelo con cada verdad oficial, convive la verdad “verdadera”
en forma de tabú. En algún punto de este intento, uno se ve forzado a admitir: “y
ya no me acuerdo”. Casi sesenta años después de que mi hermana y yo fuimos separados
de mi madre, el olvido ha borrado casi todas las imágenes de aquella
separación. Solo sé que mientras el autobús que nos llevaría a Sonsonate,
recorría a baja velocidad los metros iniciales desde la terminal de buses de
Santa Ana, mi hermana y yo cantábamos el himno nacional, y en la distancia se
alejaba para siempre la imagen de nuestra madre. Y ya no me acuerdo.
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