Me habéis golpeado, azotando
la cruel mano en el rostro
(desnudo y casto
como una flor donde amanece
la primavera)
Me habéis encarcelado aún más
con vuestros ojos iracundos
muriéndose de frío mi corazón
bajo el torrente del odio
Habéis despreciado mi amor
os reísteis de su pequeño regalo,
ruboroso sin querer entender
los laberintos de mi ternura
Ahora es la hora de mi turno
el turno del ofendido por años silencioso
a pesar de los gritos
Callad
callad
Oíd.
Roque Dalton, 1962.
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