miércoles, 22 de febrero de 2017

sábado, 11 de febrero de 2017

La metáfora de la caja de galletas y otras historias

Nunca es triste la verdad, 
lo que no tiene es remedio
SERRAT 

Después de un breve encuentro cercano con las ideas de Miguel Ángel Santos, es inevitable comenzar a buscar cajas o cajitas de galletas en el campus de la UES. Pienso especialmente en la caja de galletas que trae cada estudiante cuando llega por primera vez al campus. Si me atengo a mi propia experiencia como estudiante de nuevo ingreso hace más de 40 años, puedo afirmar que el contenido sustancial de mi pequeña caja de galletas cuando llegué al campus, es o era, lo que Dickens definiría como Grandes Expectativas. Durante mis primeros tiempos en la UES, debo confesar que de alguna manera pude comprobar que mis expectativas no habían sido del todo realistas, ya que -comparativamente- la exigencia del bachillerato industrial del cual había egresado,  me parecía superior a la de los primeros ciclos de la Universidad. Sin embargo, no todos mis ex-compañeros del bachillerato compartían esta opinión. Algo de este nuevo mundo perturbaba a mis ex-colegas. A diferencia de los tiempos de bachillerato, aquí las reglas ya no resultaban tan claras. Podiamos tener profesores diferentes, horarios diferentes,  materias diferentes, y por lo tanto experiencias diferentes. Las diferencias no hacían más que agrandarse al comparar nuestras trayectorias fuera del campus. Al final, de un grupo de seis que iniciamos en 1974 la carrera de ingeniería procedentes del mismo bachillerato, solamente la mitad completamos el proceso. Del resto, uno  se graduó en idiomas, otro se convirtió en empresario, y el último abandonó la universidad  después de los eventos del 30 de julio.

La caja de galletas de los estudiantes que han continuado ingresando a la Universidad durante los últimos 20 años, es en parte un misterio para los que trabajamos como profesionales de la enseñanza en el  claustro. Por una parte, sería fantástico que al menos algunas de las galletas fueran del tipo "Grandes Expectativas". Sin embargo, aunque esto fuera así, estas [expectativas] comenzarían a estrellarse contra la realidad casi en tiempo real, justo cuando el aspirante de nuevo ingreso da sus primeros pasos dentro del campus, lo que aparece frente a los ojos del aspirante después de atravesar el portón principal, en lugar de ser una caja de galletas, más bien se parece a la versión del genio malvado encerrado en la lámpara mágica que describe Rushdie en su novela "Dos Años, Ocho Meses y Veintiocho Días", y que en lugar de recompensar al desafortunado mortal que lo encuentra y libera, en lugar de premiarlo, lo condena a sufrir la lista de problemas que menciona Santos (Rutina, Burocracia, Rabia, Pesimismo, Individualismo, Malas Condiciones, Pereza, Fagocitosis, etc.), y otros que tienen copyright UES, tales como el Populismo, y la Distorsión Institucional.
 
 Figura 1. ¡Hemos abierto la escuela para todos, que gane el mejor!

El tratamiento que damos como institución  a las evidencias estadísticas nos recuerda la historia  "La Culpa es de la Vaca" que menciona Santos.  En Ingeniería, los niveles de reprobación y repetición de los primeros ciclos han sido significativos desde los años ochenta. Al final del camino, solamente un porcentaje bajo de los estudiantes (10-20%)  logra culminar exitosamente la carrera, en algunos casos diez o más años después de haber ingresado a la Universidad. De nuevo Santos nos advierte lo que puede ocurrir si los propios profesores no realizan investigaciones objetivas acerca de los problemas en sus asignaturas o en sus escuelas. En estos y otros casos, pueden aparecer investigadores externos a las cátedras, y ajustar los resultados de dichas investigaciones por medio de técnicas tales como el mathematical masking, es decir magnificar solo lo que favorece la hipotesis y la agenda del investigador. Dos de las caricaturas usadas por Santos ilustran por una parte el problema de las condiciones desiguales con la que los estudiantes intentan participar en el proceso (Figura 1), y por otra parte, el problema vocacional (un pajarito, un caracol, un pez, un elefante, etc.) compiten por subir a un árbol en el menor tiempo (Figura 2).

 
Figura 2. Evaluación justa.
 
Imaginemos una investigación hipotética auspiciada por el CIC-UES, en la que  se aborda con dedicatoria el problema del fracaso estudiantil en una carrera de ingeniería  en particular. Se analiza de manera aparentemente objetiva el problema de las reprobaciones, porcentajes de egresados y duración real de la carrera. Sin embargo, si las condiciones desiguales de participación y el problema vocacional  no forman parte del contexto de la investigación, el resultado podría ser tramposo. Sin contexto no hay texto [Santos]. En Ingeniería durante casi 20 años, los estudiantes  con las notas de ingreso más altas, con pocas excepciones han optado por la carrera de Sistemas Informáticos. Debido a este factor, otras carreras de la misma facultad  en no pocos casos aceptan estudiantes de nuevo ingreso con notas menores a 5.0 (en el examen de admisión). Aquí está el problema. Si los propios profesores  o la escuela involucrada no realizan  investigaciones objetivas contextualizadas de manera justa, se tendrá la tentación de culpar [sin evidencias] a la vaca. Por otra parte, un investigador externo con agenda política va a actuar de acuerdo con los principios del clientelismo que inventaron los romanos, y un poco de Machiavelli, y les dirá a los estudiantes exactamente lo que estos quieren escuchar. En el mundo real todos los escenarios son posibles. ¿La culpa es de la vaca? Puede que sí, puede que no, o más bien todo lo contrario.

Epílogo: Stand and Deliver

"Stand and Deliver" es el título de un film que nos presenta a un tipo de héroe poco común en las producciones de Hollywood. En general es más fácil encontrar largometrajes, teleseries, o documentales dedicados a personajes como Al Capone, o peores -que sin duda los hay- que una producción similar dedicada a Isaac Newton o a James Maxwell. Sin embargo, las excepciones son las que confirman la regla. La primera vez que tuve oportunidad de ver esta película -al margen de que corresponde al genero de ficción- tuve una sensación de deja-vu. Jaime Escalante, el personaje principal personificado por Edward James Olmos, es un profesor de cálculo en Garfield Highschool, una de las escuelas secundarias de más bajo rendimiento del sur de California. Intentar enseñar cálculo diferencial e integral, en una escuela en la que operan pandillas, es algo así como Misión Imposible I, II, y III juntas. Al menos eso es lo que advierten los colegas a Escalante.

Jaime Escalante, fallecido a finales de marzo de 2010, alcanzó notoriedad y reconocimiento a partir de los años 80, al lograr incrementar el número de estudiantes de Garfield que lograban superar la prueba A.P. de Cálculo, desde cero hasta unos 30 estudiantes en 1982, y más de 70 en 1987. Los resultados de la generación de 1982 -retratada en el film- eran tan inusuales, que las autoridades del departamento de educación decidieron repetir la prueba, sospechando fraude. El reconocimiento a su labor vino incluso de fuentes tan inesperadas como el entonces presidente Reagan, de quien se dice que en algún momento tuvo la idea de suprimir el Departamento [Ministerio] de Educación de EE.UU. Lo que está en el centro del argumento, es la situación que generalmente experimentan los maestros al trabajar con estudiantes problemáticos, dentro de escuelas en las que todo es escaso, incluyendo -por supuesto- los buenos maestros. Un personaje -como Escalante- que hace caso omiso de los pretextos y que decide hacer algo para cambiar la situación, generalmente no es visto con buenos ojos por el resto de maestros, especialmente si tiene éxito, ya que de esta manera deja sin excusas a sus colegas.

- Si quiere mejorar los promedios.... cambie el nivel económico de esta comunidad. Uno no puede enseñar logaritmos a analfabetas -argumenta la jefa del Departamento de matemáticas, en una de la discusiones más agrias que han sido recreadas en el film- Estos chicos llegan aquí con una educación elemental. Cada maestro aquí presente está haciendo lo que puede.
- ¡Yo no! -dice Escalante- ¡yo podría enseñar más!
-¿Qué necesita, Sr. Escalante? -pregunta el director.
- ¡Ganas! -responde Escalante, en español, a una audiencia en la que no todos entienden el significado de la palabra- Lo que necesitamos son ganas.

Esta escena me da vueltas en la cabeza cada vez que se reinicia el ritual de nuevo ingreso en la UES -incluyendo las tomas perpetradas por encapuchados- Es difícil intentar un ejercicio decente de la docencia sin sentirse aludido por ese dialogo demoledor de Jaime Escalante. Sin embargo, sería insensato no reconocer el peso que las limitaciones socio-económicas ejercen tanto en el desempeño, como en las expectativas de los estudiantes. De hecho, el éxito del programa de enseñanza de cálculo de Garfield Highschool declinó debido a la falta de continuidad del apoyo institucional. Al fin y al cabo los estudiantes de Garfield Highschool no provienen de Beverly Hills. En la Facultad de Ingeniería de la UES se sabe desde hace unos 25 años que aproximadamente solo la cuarta parte de los estudiantes de nuevo ingreso aprueban las asignaturas del primer año. Ciertamente que en los cursos de matemáticas y física -que los estudiantes toman durante el primer año- se estudia el cálculo y otros descubrimientos de Newton, de manera que algunos de los obstáculos -o pretextos como preferiría llamarles Escalante- que los enseñantes deben superar son bastante similares a los que encontró Escalante en Garfield: estudiantes en desventaja por su extracción social -incluyendo sus prerrequisitos educativos- y una institución en donde las cosas buenas son preciosas y escasas.