sábado, 31 de diciembre de 2016

La noche de los deseos

Hace mucho, mucho tiempo, en un mundo que parecía muy lejano de lo que tenemos en día, a esta hora solíamos prepararnos para la noche más esperada del año, una especie de noche de los deseos. Deseábamos tanto que todo fuera diferente ese día, que incluso el cielo parecía de otro color. Ni el polvo, ni las moscas de San Isidro parecían molestarnos. Estábamos tan empeñados en que aquel día, aquella noche fueran diferentes,  que simplemente pasábamos por alto todo lo que no encajaba en aquella idealización. Estamos hablando de hace más de 40 años, y en aquel tiempo todavía había mucho trabajo en San Isidro, especialmente en esta época de temporada de café y zafra de la caña de azúcar. El ingenio de azúcar todavía funcionaba, y los ruidos de las máquinas, el rumor de la gente, las emisiones de humo con ceniza que lanzaban las grandes chimeneas, y el agua con miel que caía en la zona de la ceiba ahora tan solo son añoranzas de un mundo que parece perdido para siempre.

Con los ingresos extra, mucha gente podía "estrenar" una mudada especial para la ocasión de la nochevieja.  Viendo las cosas desde Lejos en el tiempo, en realidad era un tanto simpático aquel afán por "estrenar", ya que al salir a las calles de tierra de San Isidro, las nubes de polvo, la ceniza del ingenio, y con algo de suerte, el agua con miel que caía cerca de la zona de la ceiba, daban al traste con el esfuerzo de lucir bien aquella noche. Para las chicas el problema era más complicado, porque con semanas de anticipación acudían a casa de alguna de las costureras de San Isidro, para que les tomarán medidas para confeccionar el vestido que estrenarían aquella noche. Algunas de nuestras conocidas o hermanas eran delgadas, y no tenían mayor problema, ya que los vestidos siempre les tallaban bien; sin embargo había historias menos felices, y en estos casos, la cosa se convertía en tragedia durante la noche  de los deseos. Había que pedir auxilio: en estos casos aparecía la generosidad de personas como la niña Paca, ajustando vestidos, y corrigiendo pequeños y a veces no tan pequeños detalles para salvar aquella noche.

El ritual era bastante sencillo en aquel tiempo, permanecer con la familia o con amigos cercanos hasta que llegaba la media noche, dar y esperar abrazos cada quien en su casa, y  a eso de las doce y media, salir a repartir abrazos hasta que ya no quedaba  nadie por abrazar; más tarde un poco después de la una, había que ir a buscar uno de los pocos bailes que se organizaban en aquella noche. Me recuerdo que una de las casas en donde se organizaba bailes, era en la casa de don David Consuegra, un amigo de mi padre. También hacían  otro baile en las casa de don Geño Cárcamo. En medio de toda aquella confusión, los abrazos, los bailes, la pastorela, algunas parejas aprovechaban la ocasión para fugarse. Las madres notaban que algo no estaba bien y que las cuentas no cuadraban, ya que faltaba una de las hijas. Mandaban a alguien de la familia a buscarla a todos los bailes, a la pastorela, a las casas de los demás parientes; pero era en vano. La niña ya estaba lejos de casa.Así fue el comienzo de muchas parejas que lograron vivir juntos durante décadas. En otros casos, la relación terminaba antes del alba, a veces por tecnicismos, ya que la tradición entendida de manera ortodoxa exigía llevársela, es decir, irse de San Isidro. Conozco al menos un caso en que a la susodicha la hicieron caminar hasta Armenia por toda la carretera, y luego se regresaron por la calle de Los Mangos, pasando por El Guayabo. Ella exigía irse de San Isidro, y como no se pudo, al clarear el nuevo día, la cosa ya se había desecho. De lo que no estoy tan seguro es si esto ocurrió en Nochevieja o en viernes Santo.

La antesala de aquella noche comenzaba desde que llegábamos de vacaciones a principios de noviembre, desde que sonaba por primera vez en alguna radio emisora, como la seis treinta o la KL,  aquella vieja canción de Tony Camargo, con la cual se desataba automáticamente toda la nostalgia y la añoranza que precedía a la noche de los deseos. También estaban otras canciones para ablandarnos, tales como aquella de "cinco Pa las doce", y la versión del niño del tambor de Ray Coniff, etc.  Otro elemento de la antesala era el ruido de los artefactos pirotécnicos, que comenzaba en algún momento de noviembre, lo que dice mucho de la manía de los salvadoreños por hacerse la guerra por cualquier medio. Entonces éramos jóvenes pero no lo sabíamos, dice  Benedetti, ahora con algo de fortuna, quizás seamos una pizca más sabios, y ya deberíamos  saber que tenemos bastante con haber llegado a la edad que ostentamos. Cada generación tiene sus propios desafíos. Ojalá que se mantuviera todo lo bueno de aquel mundo que ya no es, y por supuesto que desapareciera todo lo que estaba mal entonces y sigue estando mal hoy en día. Pero la vida no es así. ¿Todavía pronuncian mi nombre en mi país? Escribía un poeta. Nosotros, mejor no preguntar, ya sabemos la respuesta.


sábado, 24 de diciembre de 2016

El cuenta historias

Desde que el mundo es mundo, contar historias ha sido una ocupación inevitable. Algo sucede, y luego alguien se le cuenta a los demás, a veces exagerando un poco, y otras editando tanto la historia, que la verdad verdadera se pierde para siempre en la niebla del tiempo. Decía García Márquez que ser escritor es el único oficio en el que a uno le pagan por contar mentiras. Con un poco de suerte, a lo mejor eso es cierto, pero para los cuenta historias de pueblo pequeño, canta otro gallo. Ellos ya saben que para el resto de la pequeña humanidad que los rodea, ellos son simplemente mentirosos. No creo que eso les haya quitado jamás el sueño, les preocupa más que alguno de sus rivales invente la mentira más grande jamás contada.

Hace poco más de dos décadas, durante una visita a casa de mi padre, por azar me crucé con algunos de los cuenta historias de San Isidro, mientras ellos sostenían una pequeña tertulia. Ente ellos se encontraba quien posiblemente haya sido el más ilustre practicante de este arte, me refiero al Señor Ch. Los otros dos eran don Rosendo y don Ángel. Cuando sus colegas ya se habían retirado, don Ángel me comentó con un dejo de frustración -¡Me indignan las mentiras que cuenta ese hombre! - Al inquirir sobre su enojo, me pude enterar que en realidad, el señor Ch.  los había superado a todos con sus ocurrencias, y a veces los perdedores no asumen tan bien la derrota. Aquella tarde, el señor  Ch. sacó un conejo de su sombrero de mago, cuando les contó a sus colegas una de tantas historias que había vivido o talvez se había inventado:

 Durante un viaje de los que se hacían en otros tiempos  para ir a pescar al lago de Coatepeque cuando el tiempo era propicio,  el señor Ch.  llegó muy temprano al desvío de la carretera del  Cerro Verde, un cruce de caminos y veredas conocido como El Pacún, que se encuentra en el borde del cráter del lago de Coatepeque. Justo antes de iniciar el descenso hacia el lago, nuestro personaje logró ver una gran culebra que en ese momento comenzó a cruzar la calle de grava roja que en aquel cruce de caminos comienza el ascenso hasta el Cerro Verde. El señor  Ch. se quedó pensando en aquella visión mientras descendía por las laderas del cráter y también mientras pescaba durante el resto del día, y también mientras escalaba de regreso las laderas empinadas con la ultima luz de la tarde hasta El Pacún, ¿y saben que? La culebra era tan larga, que  cuando el señor  Ch. regresó al cruce de caminos, esta no había terminado de cruzar la calle,  y él  todavía  le logró ver la cola.

La única otra joya que yo recuerdo, es la historia del día cuando el señor Ch.  se encontraba limpiando el patio de su casa, y se dio cuenta que una de las matas de Huerta  necesitaba ser removida, nada extraordinario para cualquier otro mortal. El señor Ch. haló la planta con todas sus fuerzas, pero la raíz de la planta era tan grande, que cuando terminó de sacarla de la tierra, se dió cuenta de que se había formado la barranca que rodea San Isidro en forma de U, desde el oriente, pasando por la parte sur de la Hacienda y finalmente llegando  hasta la parte occidental. Bueno, así es cómo surgió esa barranca, que creo que ahora la conocen como la barranca del Pozo. Desafortunadamente, la mayoría de historias creadas por el señor Ch. y por otros tantos cuenta historias de San Isidro yacen perdidas para siempre en el olvido, ya que estos hombres solo practicaban el relato oral, y nadie salvó para la posteridad aquellas historias, cuentos, relatos, en fin todo lo que estos ingeniosos hombres le regalaban a todo aquel que quisiera escucharlos.






martes, 20 de diciembre de 2016

El día del derrumbe

Por JUAN RULFO

Esto pasó en septiembre. No en septiembre de este año sino en el del año pasado. ¿O fue el antepasado, Melitón?
- No, fue el pasado.
-Sí, si yo me acordaba bien. Fue en septiembre del año pasado, por el día veintiuno. Óyeme , Melitón, ¿no fue el veintiuno de septiembre el mero día del temblor?
-Fue un poco antes. Tengo entendido que fue por el dieciocho.
-Tienes razón. Yo por esos días andaba en Tuxcacuexco. Hasta vi  cuando se derrumbaban las casas como si estuvieran hechas de melcocha, nomás se retorcían así, haciendo muecas y se venían las paredes enteras contra el suelo. Y la gente salía de los escombros toda aterrorizada corriendo derecho a la iglesia dando de gritos. Pero espérense: Oye Melitón, se me hace como que en Tuxcacuexco no existe ninguna iglesia. ¿Tú no te acuerdas?
-No la hay. Allí no quedan más que unas cuantas paredes cuarteadas que dicen fue la iglesia hace algo así como doscientos años; pero nadie se acuerda de ella, ni de cómo era; aquello más bien parece un corral  abandonado plagado de higuerillas.
-Dices bien, entonces no fue en Tuxcacuexco donde me agarró el temblor, ha de haber sido en El Pochote. ¿Pero El Pochote es un rancho, no?
-Si, pero tiene una capilla que allí le dicen la iglesia, está un poco más allá  de la Hacienda de Los Alcatraces.
 -Entonces fue allí ni más ni menos  adonde me agarró el temblor ese que les digo y cuando la tierra se pandeaba todita como si por dentro la estuvieran rebullendo.  Bueno, unos pocos días después; porque me acuerdo que todavía estábamos apuntalando paredes, llegó el gobernador, con tal de que la gente lo mire, todo se queda arreglado. La cuestión está en que al menos venga a ver lo que sucede, y no que se esté allá metido en su casa, nomás dando órdenes. En viniendo él, todo se arregla, y la gente, se le haya caído la casa encima, queda muy contenta con haberlo conocido. ¿O no es así, Melitón?
-Eso que ni qué.
Bueno, como les estaba diciendo, en septiembre del año pasado, un poquito después de los temblores  cayó por aquí el gobernador para  ver cómo nos había tratado el terremoto. Traía geólogo y gente conocedora, no crean ustedes que venía solo. Oye, Melitón, ¿Cómo cuánto dinero nos costó darles de comer a los acompañantes del gobernador?
-Algo así como cuatro mil pesos.
Y eso que nomás estuvieron un día y en cuanto se les hizo de noche se fueron, si no, quién sabe hasta qué alturas habríamos salido desfalcados, aunque eso sí,  estuvimos muy contentos: la gente estaba que se le reventaba el pescuezo de tanto estirarlo para poder ver al gobernador y haciendo comentarios de cómo se había comido el guajolote y de que si había chupado los huesos y de cómo era de rápido para levantar una tortilla tras otra rociándolas con salsa de guacamole; en  todo se fijaron. Y él  tan tranquilo, tan serio, limpiándose las manos en los calcetines para no ensuciar la servilleta que solo le sirvió para espolvorearse de vez en vez los bigotes. Y después, cuando el ponche de Granada se les subió a la cabeza, comenzaron a cantar todos en coro. Oye, Melitón, ¿cuál fue la canción que estuvieron repite y repite como disco rayado?
-Fue una que decía: "No sabes del alma las horas de luto"
-Eres bueno para eso de la memoria, Melitón, no cabe duda. Sí, fue ésa. Y el gobernador nomás reía; pidió saber dónde estaba el cuarto de baño. Luego se sentó nuevamente en su lugar, olió los claveles que estaban sobre la mesa. Miraba a los que cantaban y movía la cabeza, llevando el compás, sonriendo. No cabe duda que se sentía feliz, hasta se le podía adivinar el pensamiento. Y a  la hora de los discursos se paró uno de sus acompañantes, que tenía la cara alzada, un poco borneada a la  izquierda. Y habló. Y no cabe duda de que se las traía. Habló de Juárez, pues nunca nadie nos había podido decir quien era el individuo que estaba encaramado en el monumento aquél. Siempre creíamos que podía ser Hidalgo o Morelos o Venustiano Carranza, porque en cada aniversario de cualquiera de ellos, allí les hacíamos su función. Hasta que el catrincito aquel nos vino a decir que se trataba de don Benito Juárez. ¡Y las cosas que dijo! ¿No es verdad Melitón? Tu que tienes tan buena memoria te has de acordar bien de lo que recitó aquel fulano.
-Me acuerdo muy bien; pero ya lo he repetido tantas veces que resulta enfadoso.
-Bueno, no es necesario. Sólo que estos señores se pierden de algo bueno. Ya les diras mejor lo que dijo el gobernador.
"La cosa es que aquello, en lugar de ser una visita a los dolientes y a los que habían perdido sus casas, se convirtió en una borrachera de las buenas. Y ya no se diga cuando entró al pueblo la música de Tepec, que llegó retrasada por eso de que todos los camiones se habían ocupado en el acarreo de la gente del gobernador y los músicos tuvieron que venirse a pie; pero llegaron. Entraron sonándole duro al arpa y a la tambora, haciendo tatachum, chum, chum, con los platillos, arreándole fuerte y con ganas al Zopilote mojado. Aquello estaba de haberse visto, hasta el gobernador se quitó el saco y se desabrochó la corbata, y la cosa siguió de refilón: Trajeron más damajuanas de ponche y se dieron prisa en tatemar más carne de venado, porque aunque ustedes no lo quieran creer y ellos no se dieran cuenta, estaban comiendo carne de venado del que por aquí abunda. Nosotros nos reíamos cuando decían que estaba muy buena la barbacoa, ¿o no, Melitón?, cuando por aquí no sabemos ni lo que es eso de barbacoa: Lo cierto es que apenas les servíamos un plato y ya querían otro y ni modo, allí estábamos para servirlos; porque como dijo Liborio, el administrador del Timbre, que entre paréntesis siempre fue muy agarrado, "no importa que esta recepción nos cueste lo que nos cueste que para algo ha de servir el dinero" y luego tú, Melitón, que por ese tiempo eras presidente municipal, y que hasta te desconocí cuando dijiste: "que se chorrié el ponche, una visita de estas no se desmerece." Y sí, se chorrió el ponche, ésa es la pura verdad; hasta los manteles estaban colorados. Y la gente aquella que parecía no tener llenadero. Solo me fijé que el gobernador no se movía de su sitio; que no estiraba ni la mano, sino que solo se comía o bebía lo que le arrimaban; pero la bola de lambiscones se desvivía por tenerle la mesa tan llena que hasta ya no cabía ni el salero que él tenía en la mano y que cuando lo desocupaba se lo metía en la bolsa de la camisa. Hasta yo fui a decirle: "¿no  gusta sal , mi general?", y él  me enseñó riendo el salero que tenía en la bolsa de la camisa, por eso me di cuenta.
"Lo grande estuvo cuando él comenzó a hablar. Se nos enchinó el pellejo a todos de la pura emoción. Se fue enderezando, despacio, muy despacio, hasta que lo vimos echar la silla hacia atrás con el pie; poner sus manos en la mesa; agachar la cabeza  como si fuera a agarrar vuelo y luego su tos, que nos puso a todos en silencio. ¿Qué fue lo que dijo, Melitón?
-"Conciudadanos -dijo-. Rememorando mi trayectoria, vivificando el único proceder de mis promesas. Ante esta tierra que visité como anónimo compañero de un candidato a la Presidencia, cooperador omnímodo de un hombre representativo, cuya honradez no ha estado nunca desligada del contexto de sus manifestaciones políticas y que sí, en cambio, es firme glosa de principios democráticos en el supremo vínculo de unión con el pueblo, aunado a la austeridad de que ha dado muestras la síntesis evidente de idealismo revolucionario nunca hasta ahora pleno de realizaciones y de certidumbres."
-Allí hubo aplausos, ¿o no, Melitón?
- Sí,  muchos aplausos. Después siguió:
-"Mi trazo es el mismo, conciudadanos. Fui parco en promesas como candidato, optando por prometer lo que únicamente podía cumplir y que al cristalizar, tradujérase en beneficio colectivo y no en subjuntivo, ni participio de una familia genérica de ciudadanos. Hoy estamos aquí presentes, en este caso paradojal de la naturaleza, no previsto dentro de mi programa de gobierno.."
-¡Exacto, mi general! -gritó uno de por allá- ¡Exacto! Usted lo ha dicho.
-"...En este caso, digo cuando la naturaleza nos ha castigado, nuestra presencia receptiva en el centro del epicentro telúrico que ha devastado  hogares que podrían haber sido los nuestros, que son los nuestros; concurrimos en el auxilio, no con el deseo neroniano de gozarnos en la desgracia ajena, más aún, inminentemente dispuestos a utilizar muníficamente nuestro esfuerzo en la reconstrucción de los hogares destruidos, hermanalmente dispuestos en el consuelo de los hogares menoscabados por la muerte. Este lugar que yo visité hace años, lejano entonces a toda ambición de poder, antaño feliz, hogaño enlutecido, me duele. Sí, conciudadanos, me laceran las heridas de los vivos por sus bienes perdidos y la clamante dolencia  de los seres por sus muertos insepultos bajo estos escombros que estamos presenciando."
-Allí también hubo aplausos, ¿verdad, Melitón?
-No, allí volvió a oirse el gritón de antes: ¡Exacto, señor gobernador! Usted lo ha dicho. Y luego otro de más acá que dijo: ¡Callen a ese borracho! 
-Ah, sí. Y hasta pareció que iba  a haber un tumulto en la mera cola de la mesa, pero todos se apaciguaron cuando el gobernador habló de nuevo.
-"Tuxcacuenses, vuelvo a insistir: Me duele vuestra desgracia, pues a pesar de lo que decía Bernal, el gran Bernal Díaz del Castillo: "Los hombres que murieron habían sido contratados para la muerte", yo , en los considerandos de mi concepto ontológico y humano digo: ¡Me duele! con el dolor que duele ver  derruido el árbol en su primera inflorescencia. Os ayudaremos con nuestro poder. Las fuerzas vivas del Estado desde su faldisterio claman por socorrer a los damnificados de esta hecatombe nunca predecida ni deseada.  Mi regencia no terminará sin haberos cumplido. Por otra parte, no creo que la voluntad de Dios haya sido la de causaros detrimento, la de desaposentaros..."
-Y allí terminó. Lo que dijo después no me lo aprendí porque la bulla que se soltó en las mesas de atrás creció y se volvió retedifícil conseguir lo que él siguió diciendo.
-Es muy cierto, Melitón. Aquello estuvo de haberse visto. Con eso les digo todo.  Y es que el mismo sujeto de la comitiva se puso a gritar otra vez: ¡Exacto! ¡Exacto!, con unos chillidos que se oían hasta la calle. Y cuando lo quisieron callar, sacó la pistola y comenzó a darle de chacamotas por encima de su cabeza, mientras la descargaba contra el techo. Y tumbó las mesas en la caída que llevaba y se oyó el rompedero de platos y de vidrios y los botellazos que le tiraban al fulano de la pistola para que se calmara, y que nomás se estrellaban en la pared. Y el otro, que tuvo todavía tiempo de meter otro cargador al arma y los decargaba de nueva cuenta, mientras se ladeaba de aquí para allá escabulléndole el bulto a las botellas voladoras que le aventaban de todas partes.
"Hubieran visto al gobernador allí de pie, muy serio, con la cara fruncida, mirando hacia donde estaba el tumulto como queriendo calmarlo con su mirada.
"Quién sabe quién fue a decirle a los músicos que tocaran algo, lo cierto es que se soltaron tocando el Himno Nacional con todas sus fuerzas, hasta que casi se le reventaba el cachete al del trombón de lo recio que pitaba.; pero aquello siguió igual. Y luego resultó que allá afuera, en la calle, se había prendido también el pleito. Le vinieron a avisar al gobernador que por allá unos se estaban dando de machetazos; y fijándose bien, era cierto, porque hasta acá se oían voces de mujeres que decían: ¡Apártenlos! que se van a matar! Y  al rato otro grito que decía_ ¡Ya mataron a  mi marido! ¡Agárrenlo!
"Y el gobernador ni se movía,seguía de pie. Oye, Melitón, cómo es esa palabra que se dice..."
-Impávido.
-Eso es, impávido. Bueno, con el arguende de afuera, la cosa aquí dentro pareció calmarse. El borrachito del "exacto" se había quedado dormido; le habían atinado un botellazo y se había quedado todo despatarrado tirado  en el suelo.  El gobernador se arrimó entonces al fulano aquel y le quitó la pistola que tenía todavía agarrada en una de sus manos agarrotadas por el desmayo. se la dió a otro y le dijo: "Encárgate de él y toma nota de que queda desautorizado a portar armas." Y el otro contestó: "Sí, mi general."
"La música, no sé por qué siguió toque y toque el Himno Nacional, hasta que el catrincito que había hablado en un principio, alzó los brazos y pidió silencio por las víctimas. Oye, Melitón, ¿por cuáles víctimas pidió él que todos nos asilenciáramos?
-Por las del efipoco.
 -Bueno, por ésas. Después todos se sentaron, enderezaron otra vez las mesas y siguieron bebiendo ponche y cantando la canción esa de las "horas de luto".
"Ora, me estoy acordando que sí fue por el veintiuno de septiembre el borlote: porque mi mujer tuvo ese día a nuestro hijo Merencio, y yo llegué ya muy noche a  mi casa más bien borracho que buenisano. Y ella no me habló en muchas semanas arguyendo que la había dejado sola con su compromiso. ya cuando se contentó me dijo que yo no había sido bueno ni para llamar a la comadrona y que tuvo que salir del paso a como Dios le dio a entender."








sábado, 17 de diciembre de 2016

17 de Diciembre de 1908

En un día como hoy, en 1908, nació en Las Delicias, San Martín; Santos López, segunda hija de Victor López y Arcadia Martínez. Fueron sus hermanos: Juan Diego, el mayor; Doroteo, mi padre, nacido en 1914; e Inés, el menor de todos, quien de acuerdo a lo que ella me relató, falleció poco tiempo después de la erupción de 1917, según sus palabras, debido a que se le secó la leche a Arcadia por el susto de la erupción y los terremotos que sucedieron.  Por caprichos del destino los tres hermanos que sobrevivieron en algún momento cambiaron de nombre parcial o totalmente, como Juan Diego, quien en sus últimos años se hacía llamar Víctor, igual que el abuelo. Cuando mis hermanos y yo llegamos al mundo y a la vida de Mamaría -así la  la llamábamos- ella ya era una mujer mayor que trabajaba en el mercado de Sonsonate, vendiendo queso y al mismo tiempo intentando construir la Utopía. Recuerdo nítidamente los preparativos para la fiesta del 15 de septiembre de 1962, recorriendo las escuelas de Sonsonate para ver los altares patrios. También la recuerdo dando un discurso aquel 15 de septiembre,  en el parque Rafael Campos, a la sombra de un monumento dedicado a fray Patricio Ruiz, un religioso mejicano cuyo nombre lleva la escuela en la que ella me había matriculado ese año para estudiar primer grado. Aquel año me convenció de no asistir al acto de clausura escolar, porque probablemente pensó que yo no tenía muchas probabilidades de pasar de grado -como se dice en El Salvador- y quería evitarme mi primera vergüenza pública. Después de todo, mi primera nota en matemáticas había sido un 1.0 (uno punto cero).

Recuerdo que en aquel tiempo, uno de sus temas favoritos de conversación con los compradores era la expectativa de trabajo que representaba para los sonsonatecos, el nuevo ingenio Central Izalco. En aquel puesto del mercado, es difícil recordar si se habló para bien, o para mal,  de Julio Rivera, el nuevo presidente. Así transcurrían mis días, por las mañanas en la escuela Patricio Ruiz,  por las tardes junto a ella en el puesto del mercado y a la salida del mercado, casi siempre acompañándola, ya que permanecía vendiendo en las inmediaciones del mercado de Sonsonate hasta que oscurecía. Todavía recuerdo algunas de las canciones que sonaban en las cinqueras de los negocios de las calles vecinas al mercado, mientras esperábamos a terminar la venta del día. Durante aquellas tardes de mercado llegaron algunas de las noticias que conmocionaron al mundo hace más de medio siglo. Todavía tengo presente la atmósfera de un dia de noviembre, cuando de un puesto del mercado a otro, se fue regando como pólvora, la noticia del asesinato de John Kennedy. No se supo ni entonces ni ahora el nombre del asesino.  Aquella y otras noticias la conocimos juntos en el mercado de Sonsonate....