jueves, 20 de febrero de 2014

El Llanero de Caracas

El Llanero de Caracas

Si el alma de Venezuela hiciera canciones, serían como las de Simón Díaz. El autor de temas comoCaballo viejo, Sabana, Mi querencia y Tonada de luna llena actúa por vez primera en España, acompañado por algunos de los intérpretes que han internacionalizado su música.

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Aseguran que es el venezolano más querido por sus compatriotas, que le consideran una figura paternal por encima de ideologías. Que conste que Simón Díaz (Barbacoas, 8 de octubre de 1928) también es admirado fuera de su tierra. Urge recordar que los Gipsy Kings universalizaron su Caballo viejobajo el título de Bamboleo, Caetano Veloso grabó su exquisita Tonada de luna llena, que precisamente canta en La flor de mi secreto, la película de Pedro Almodóvar. La coreógrafa Pina Bausch incluyó su cuatro y su falsete en Nur du. El reciente disco de homenaje, Gracias, Simón, movilizó a salseros -Cheo Feliciano, Gilberto Santa Rosa- junto a figuras brasileñas -Ivan Lins, Joyce- y Joan Manuel Serrat
"Claro, Joan Manuel es un amigo. Cuando viene a Caracas, siempre me invita a cantar y luego se viene a mi casa y le preparo unas costillas de res, dice que son las mejores del mundo". Simón, el Tío Simón, puede vivir en Caracas pero ejerce de llanero, campesino noble y sabio, dentro y fuera del escenario. No es una forma de hablar: en algún teatro, ha sacado una vaca para ordeñarla ante los asombrados espectadores mientras cantaba: "muchas de mis tonadas se corresponden con labores de los llaneros. Es la fuente eterna de mi inspiración. Por ejemplo, La pena del becerrero se refiere a mi primer amor. A los 12 años trabajaba de becerrero
[asistente del capataz] en una finca, me enamoré de la hija del amo. Decía el amo que yo era el mejor becerrero del país pero, cuando lo supo, me botó".
También Caballo viejo está basado en experiencias del corazón: "Tenía unos 50 años y hacía programas de televisión donde cantaba joropos, tonadas, guasas, valses. Nos fuimos a Carutal y pedí que nos trajeran a un grupo folclórico de la zona. Allí estaba Emilia, una muchacha hermosísima, de 19 años, y hubo, por mi parte, un enamoramiento inmediato, bonito. Al día siguiente se presentó con un jovencito y comenzamos a improvisar versos, a contrapuntear. Yo piropeaba a la muchacha y él me respondió llamándome 'caballo viejo', apto sólo para ser abandonado en la sabana. Esa misma noche, bajo una mata de mango, terminé de componerla. Quería que Caballo viejo rompiera el tópico del viejo verde, que reivindicara el afirmar los sentimientos a cualquier edad".
Cuentan que Simón no fue muy cauto con sus derechos de autor y que apenas ha visto una fracción de los millones devengados por Caballo viejo, ya con más de trescientas versiones. De todos modos, lleva una existencia confortable gracias a la publicidad: "He sido la imagen de Banco Unión durante treinta años, he anunciado queso, café, aceite, leche, maizena, camiones. Ya sé que eso suena raro en España pero resulta muy común en Venezuela. Aunque yo limito mis apariciones: no publicito ni licor ni tabaco ni loterías. Soy un poco como mi padre, un todero. Mi padre era maestro pero también músico, barbero, secretario del juzgado, vendedor de alpargatas, todo lo que fuera necesario para mantener a diez hijos".
En "infinidad de ocasiones", ha recibido ofertas de partidos políticos pero "yo no puedo apoyar una opción frente a otra, aspiro a representar a todos los venezolanos. Sólo me he manifestado, en estos tiempos convulsos, por el sistema democrático y de libertades". Según él, "Venezuela todavía tiene mucho de pueblo. El petróleo hizo que mucha gente fuera a las ciudades pero todavía queda la nostalgia por una vida más sencilla, por una Venezuela sin enfrentamientos fraticidas".


jueves, 6 de febrero de 2014

6 de febrero de 1914

Hace un siglo nació Doroteo López Martínez en el cantón Las Delicias de San Martín, tercer hijo de Víctor y Arcadia.  Para cuando yo llegué al mundo mi padre ya era conocido como José Doroteo. Debo decir que cambiar de nombre es casi una institución familiar, así mi tía Santos, la segunda de los hermanos López Martínez, a inicios de los años sesenta ya se llamaba María Santos. Juan Diego, el primogénito, a quién yo nunca conocí, por alguna razón se tuvo que ir hacía Guatemala en la primera mitad del siglo pasado, y allá se llamaba Víctor López.

En 1932, mi padre había viajado hasta Los Amates, que bien podría ser la  Comala de Rulfo, en busca de su padre, Victor López, que bien podría haber sido Pedro Páramo, con palabras de Arcadia, que bien podrían haber sido las de Rulfo: "No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio... El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro". Mi padre vivía con el abuelo cuando ocurrió el levantamiento campesino, y el abuelo aparecía en las listas de colaboradores del régimen que los insurgentes pensaban ajusticiar, ya que actuaba como "oreja", y por esta razón gozaba de privilegios en la finca, y gracias a esos privilegios mi padre también trabajaba en Los Amates. Aquella noche del 21 de enero de 1932, un conocido del abuelo llegó a avisarle que él era el próximo que iban a ajusticiar. Víctor se llevó a mi padre hasta la parte alta de la cordilllera del bálsamo para escoderse mientras pasaba la trifulca, temiendo que si se quedaban en la casa, los matarían a ambos, y probablemente también a su mujer Rosita, y los hijos de ambos Joaquín y Carmela. 

El levantamiento fue un fracaso, y a los que partieron desde la zona de las cumbres de Jayaque, los barrieron en la entrada de Santa Tecla, y los sobrevivientes regresaron en derrota. En los días siguientes el abuelo se ensañaría con ellos, como un chacal, persiguiendolos junto al ejército y la guardia. Por ironías del destino, un tiempo después, el abuelo estuvo preso algunos años, por malmatar a golpes a un oficial del ejército durante una pelea de cantina. Y para mayor ironía, al salir libre se fue a vivir a Guatemala, en donde participó de  la llamada primavera democrática chapina que culminó con el golpe de estado en contra de Arbenz. El abuelo luchó defendiendo aquel proceso desde una trinchera humilde y finalmente regresó derrotado a pasar sus últimos años en Sonsonate protegido por su hija.

Uno de los sueños nunca cumplidos del abuelo  -conocer la ciudad de México- lo haría realidad mi padre en 1939. El día que mi padre visitó al abuelo para despedirse, este lo esperaba al igual que todos los domingos por la tarde en las afueras de la casa en la que vivía con su mujer, y lo entretuvo platicando casi dos horas, hasta que mi padre intrigado le preguntó:
-¿por qué no entramos a la casa?

- la verdad, hijo, es que a la Rosita, no le gustan tus visitas

Mi padre entendió, dio la media vuelta y se retiró sin comentarle al abuelo, que el día siguiente partiría hacia  para México, como uno de los delegados salvadoreños en un curso de sindicalismo libre. Aquel viaje que duró dos años cambió su visión del mundo. Y no era para menos.

Cuando por fin llegó a México, el presidente era el General Lázaro Cárdenas, y en aquel tiempo, el país estuvo a punto de sufrir una intervención extranjera debido a la decisión de Cárdenas de nacionalizar el petróleo. Mi padre me contó que los exiliados republicanos españoles, les dieron entrenamiento en preparación para bombardeos aéreos que por fortuna no ocurrieron.

A pesar de que el período mejicano de mi padre de  finales de los años treinta e inicios de los cuarenta estuvo plagado de eventos que él probablemente no lograba digerir completamente, a pesar de todo, la llegada de Trosky no pasó inadvertida en su entorno. Y recuerdo claramente sus relatos acerca de la conspiración fallida para asesinar a Trostky en la que cayó preso David Siqueiros el gran pintor muralista mexicano.

Mi padre fue a ver el cadáver de León Trostky. Ese tipo de eventos no se repiten todos los días, ni en México, ni cualquier otro lugar del mundo. Me recuerdo que él me comentó que para él las facciones de Trostky, tal como él lo vió en la capilla ardiente, erán idénticas a las de Lenin que había visto en folletos en México.

Al final aquel curso de sindicalismo libre fue casi un desastre, ya que los organizadores mejicanos se habían robado el dinero que había sido donado por los sindicatos de EE.UU. y los estudiantes casi mueren de hambre. Pero al fin y al cabo, aquella estancia sirvió para que mi padre conociera una metropoli con palacios, grandes avenidas, tranvías, luz eléctrica, y el insoportable olor del pulque.

Cuando por fin pude visitar por vez primera la Ciudad de México, una de las tareas obligadas era hacerme una fotografía frente al número 20 de la Calle Bucareli, ya que allí vivió mi padre durante su período mexicano. Bucareli era y al parecer sigue siendo una calle con mucha convocatoria por decirlo de alguna manera. Pero la verdad es que allí se encuentran nada menos que Excelsior y El Universal. Y también esta el café Habana....

Mi padre,  no pudo terminar primer grado debido a la terquedad del abuelo, que a manera de justificación repetía el estribillo -estudio no quita tontera- que había acuñado cuando el hijo mayor lo desafió y se fue a estudiar a una escuela de mayordomos de café. Mi padre pescó en México los elementos de cultura general que siguió cultivando a lo largo de su vida, y que le permitieron ser un salvadoreño diferente.

Uno de los hábitos que mantendría casi hasta el final de su vida, fue el de leer el periódico todos los días. De ser necesario leía incluso el diario de hoy. En una ocasión cuando trabajaba en la finca Chilata, propiedad de la familia Regalado, Luis López, el pagador,  lo denunció por comunista con Tomás Regalado:
-¿Y por qué decís que es comunista?- preguntó Regalado
- porque es el único que lee el diario todos los días -sentenció Luis López 
Aquella anécdota le debe haber servido de chiste a Regalado y no me extrañaría que se la haya comentado en alguna ocasión a Altamirano. Hasta hace muy poco tiempo, para el editorialista de el diario de hoy, incluso los niños que estudian matemáticas o ingles en la Universidad de El Salvador son comunistas.


Otro hábito que mantuvo durante largo tiempo fue el de escuchar noticias por radio de onda corta. Así fue como conocí la música cubana, y debo decir que para mi padre el gran referente era Carlos Puebla. Así conocí también a Mercedez Sosa, en una radio de onda corta marca Sharp que compramos hace más de cuarenta años. Y así  al menos nos hacíamos una vaga idea de como andaba el mundo escuchando la BBC, Radio Nederland, Radio Habana, la Deutsche Welle y otras. Pero era una afición arriesgada en épocas de repúblicas bananeras.

Por último, pero no lo menos importante, las mujeres. Puedo enumerar a cuatro mujeres en su vida, pero es casi seguro que mi lista es incompleta: Teresa, Otilia, Emma y Rosa. Teresa Loarca tenía una pequeña  de nombre Ana, quien por siempre se refirio a mi padre como "mi papá".

Otilia es mi madre, y también madre  de mi hermana Ena. Ella de alguna manera atestiguó el final de su carrera como revolucionario a mediados de los cincuentas, ya que cuando mi hermana y yo nacimos, mi padre vió claramente como cambiaban  sus prioridades. A pesar de todo, la casa en la que nacimos -en Ranchador- funcionó durante algún tiempo una imprenta clandestina en la que se imprimían panfletos que aparecían a la mañana siguiente en las calles de Santa Ana.

Con Emma llegó a San Isidro a finales de los años cincuenta, acompañados de las hijas de Emma, Lindaura y Gloria. Ena y yo también llegaríamos a San Isidro en 1964, cuando Mamaría fue operada de uno de sus ojos. No fueron años fáciles, en todos los sentidos, pero mi padre decidió radicarse allí por varias razones: había escuela; para 1964 ya existía servicio de autobuses que conectaban la hacienda con Armenia, Sonsonate, y Santa Ana; la violencia era casi inexistente, al grado que entre finales de los años 50 y 1973 solo se registró un homicidio, todo esto es decir bastante en El Salvador rural de aquel tiempo.

Hay que decir que recien llegado a San Isidro, volvió a toparse con Luis López, y este fulano, al nomás reconocerlo le puso el dedo con Miguel Cara de Ängel. Todo esto condimentado con la participación de mi padre en la formación del sindicato de la industria del azúcar, salvados por unos de esos giros del destino, por una muestra de apertura democrática del gobierno militar de la época.  Cosas veredes amigo Sancho.

Mi padre vivió en San Isidro hasta el final de su vida. No es exageración decir que San Isidro fue uno de los grandes amores de su vida. Rosa lo acompaño desde 1984, y probablemente el otoño de su vida fue llevadero en buena medida gracias a ella. En la agonía de las últimas horas hablaba  de aliñar conejos para ir a comer a Las Delicias, junto a Arcadia, su madre, quien seguramente fue su más grande amor.