miércoles, 18 de septiembre de 2013

Los Sueños



No todos los humanos tenemos sueños tan complejos como los sueños de Akira Kurosawa. Dicen los conocedores del tema que todos soñamos todas las noches, pero pocos recuerdan lo que han soñado la noche anterior. Generalmente solo se recuerda lo que  estás soñando al momento de despertar.

Por ejemplo, anoche soñé con Mamaría, mi tía María, hermana de mi padre. Justamente soñaba cuando me desperté a eso de las cinco de la mañana con una mezcla de tristeza y alegría. Recuerdo fragmentos de un sueño, o más bien imágenes fragmentadas del sueño.

En una imagen, Mamaría revisaba su valija, de la manera que lo hacen los que viajan. Hurgando en los rincones de la maleta encontró algunas piezas de ropa y me las ofreció. En la siguiente imagen, sonó el teléfono,  era la línea aérea,  la visa, las dos horas antes, etc.

En otra escena del sueño -que yo prefiero pensar que son varios sueños en el mismo sueño- una mujer que aparentemente era conocida de la familia, pero que yo no pude reconocer, se acercó a ella para saludarla. En esta fase, yo no podía verla, pera sabía que estaba allí.

En el epílogo, me vi en un bus viajando cerca de San Isidro. Ella ya no estaba allí  ...... Eran las cinco de la mañana, y entonces desperté.



lunes, 16 de septiembre de 2013

La Bandera de mi Padre

Los himnos de los países están construidos con sangre derramada, como las banderas.
Luis Eduardo Aute





miércoles, 11 de septiembre de 2013

11 septiembre 1973

Los Cinco Minutos de Víctor Jara (Septiembre 2011)


Te recuerdo Amanda
la calle mojada
corriendo a la fábrica
donde trabajaba Manuel

La sonrisa ancha
la lluvia en el pelo
no importaba nada
ibas a encontrarte
con él
con él
con él

Son cinco minutos
la vida es eterna 
en cinco minutos
suena la sirena 
de vuelta al trabajo
y tu caminando
lo iluminas todo
los cinco minutos
te hacen florecer.

Uno de los recordatorios más tristes del otro 11 de septiembre, es el asesinato del Cantautor Víctor Jara a manos de los militares golpistas que derrocaron al presidente Salvador Allende. Víctor fue asesinado en el estadio de Santiago, el cual por paradojas de la historia, hoy lleva su nombre.

En "Te recuerdo Amanda", Víctor nos tocó en lo más hondo, contando de primera mano la historia de sus padres Amanda y Manuel. Los cinco minutos de Amanda, no solo se hicieron eternos, también se hicieron universales, regalándonos una de las más bellas canciones de amor escritas en cualquier idioma.





Los tres funerales de Allende. ( Septiembre 2011)

Salvador Allende será enterrado por tercera vez el próximo 4 de septiembre, a tan solo siete días del otro 11 de septiembre. "Que el presidente mártir de los chilenos no haya podido "descansar en paz" se debe a las difíciles circunstancias de su primera muerte cuando los militares golpistas de Pinochet bombardearon el palacio presidencial La Moneda en 1973 y el presidente democráticamente electo muere. Es el cómo de esta muerte lo que ha determinado sus tres entierros"escribe Antonio Eskarmeta y añade: "Creo que una evaluación justa de Allende jamás será posible porque tuvo que conducir un país anormal, ingobernable: la reacción y la CIA determinaron desde antes que asumiera que era un "hombre muerto que camina "Dead man walking."

Pese a que la era de la guerra fría -en el papel- es cosa del pasado, y que EE.UU. de manera oficial ya no alienta golpes de estado como el que derrocó a Allende el 11 de septiembre de 1973, los motivos sobran a la hora de invadir países. En el caso de Libia, a esta fecha podemos atestiguar que todavía no han terminado las hostilidades, y ya comenzó la lucha por la repartición de los contratos. Aquí se aplica la vieja regla política "el que se mueve , no sale en la foto". En este caso para sacar del pastel a China, Rusia y Alemania.

Para no ir tan lejos, el golpe de estado a Zelaya, presidente electo democráticamente, al igual que Allende, y las reacciones espontáneas de apoyo al golpe por parte de los sectores más trogloditas de la política y el empresariado centroamericano, alentados por el ala más dura del partido republicano, nos hacen temer que no son pocos los que todavía sueñan con el retorno de los regímenes autoritarios a las repúblicas bananeras. De hecho, la derecha política salvadoreña condecoró al golpista hondureño Micheletti. Más claro no canta un gallo.

La combinación de condiciones que precedieron al 11 de septiembre de 1973, tuvo de todo menos espontaneidad. Los paros de los transportistas, y el desabastecimiento en la canasta básica no ocurrieron por casualidad. Por otra parte sería una ingenuidad negar que la administración Allende cometió errores graves, también es posible que la izquierda más radical haya complicado aún más las cosas con su accionar. Todo eso es posible. Pero lo más importante es que para "los sectores más reaccionarios y para la CIA, desde antes que asumiera, Allende ya era un hombre muerto que camina". La suerte estaba echada.



Pablo Neruda :Allende

Confieso que he vivido. Chile, 14 de septiembre de 1973
Salvador Allende y Pablo Neruda
 
Cronología 1970 - 1973
 
Discursos y mensajes
Salvador Allende :
Triunfo de la Unidad Popular,
septiembre 1970
Vía chilena al socialismo,
mayo 1971
Nacionalización del cobre,
julio1971
Un año de gobierno,
noviembre 1971
Inauguración del Museo de la Solidaridad, 1972
Universidad de Guadalajara,
diciembre 1972
Naciones Unidas,
diciembre 1972
La Moneda,
11 septiembre 1973
 
Discursos y mensajes
Pablo Neruda:
Premio Nobel,
octubre 1971
Allende
 
Afiches y murales. Gráfica política 1970 - 1973
Afiches y murales. Gráfica política 1970 - 1973

Mi pueblo ha sido el más traicionado de este tiempo.
De los desiertos del salitre, de las minas submarinas del carbón , de las alturas terribles donde yace el cobre y lo extraen con trabajos inhumanos las manos de mi pueblo, surgió un movimiento liberador de magnitud grandiosa. Ese movimiento llevó a la presidencia de Chile a un hombre llamado Salvador Allende, para que realizara reformas y medidas de justicia inaplazables, para que rescatara nuestras riquezas nacionales de las garras extranjeras.

Donde estuvo, en los países más lejanos, los pueblos admiraron al presidente Allende y elogiaron el extraordinario pluralismo de nuestro gobierno . Jamás en la historia de la sede de las Naciones Unidas, en Nueva York, se escuchó una ovación como la que le brindaron al presidente de Chile los delegados de todo el mundo. Aquí en Chile se estaba construyendo, entre inmensas dificultades, una sociedad verdaderamente justa, elevada sobre la base de nuestra soberania, de nuestro orgullo nacional, del heroísmo de los mejores habitantes de Chile. De nuestro lado, del lado de la revolución chilena, estaban la Constitución y la ley, la democracia y la esperanza.

Del otro lado no faltaba nada. Tenían arlequines y polichinelas, payasos a granel, terroristas de pistola y cadena, monjes falsos y militares degradados. Unos u otros daban vueltas en el carrusel del despecho. Iban tomados de la mano el fascista Jarpa con sus sobrinos de Patria y Libertad, dispuestos a romperles la cabeza y el alma a cuanto existe, con tal de recuperar la gran hacienda que ellos llamaban Chile. Junto con ellos, para amenizar la farándula, danzaba un gran banquero y bailarín , algo manchado de sangre; era el campeón de rumba González Videla, que rumbeando entregó hace tiempo su partido a los enemigos del pueblo.

Ahora era Frei quien ofrecía su partido demócrata - cristiano a los mismos enemigos del pueblo, y bailaba además con el ex coronel Viaux, de cuya fechoría fue cómplice. Estos eran los principales artistas de la comedia. Tenían preparados los viveros del acaparamiento, los miguelitos, los garrotes y las mismas balas que ayer hirieron de muerte a nuestro pueblo en Iquique, en Ranquil, en Salvador, en Puerto Montt, en la Jose María Caro, en Frutillar, en Puente Alto y en tantos otros lugares. Los asesinos de Hernán Mery bailaban con naturalidad santurronamente. Se sentían ofendidos de que les reprocharan esos pequeños detalles.
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Chile tiene una larga historia civil con pocas revoluciones y muchos gobiernos estables, conservadores y mediocres. Muchos presidentes chicos y sólo dos presidentes grandes: Balmaceda y Allende. Es curioso que los dos provinieran del mismo medio, de la burguesía adinerada, que aquí se hace llamar aristocracia. Como hombres de principios, empeñados en engrandecer un país empequeñecido por la mediocre oligarquía, los dos fueron conducidos a la muerte de la misma manera. Balmaceda fue llevado al suicidio por resistirse a entregar la riqueza salitrera a las compañías extranjeras.

Allende fue asesinado por haber nacionalizado la otra riqueza del subsuelo chileno, el cobre. En ambos casos la oligarquía chilena organizó revoluciones sangrientas. En ambos casos los militares hicieron jauría. Las compañías inglesas en la ocasión de Balmaceda, las norteamericanas en la ocasión de Allende, fomentaron y sufragaron estos movimientos militares.

En ambos casos las casas de los presidentes fueron desvalijadas por órdenes de nuestros distinguidos aristócratas. Los salones de Balmaceda fueron destruidos a hachazos. La casa de Allende, gracias al progreso del mundo, fue bombardeada desde el aire por nuestros heroicos aviadores. Sin embargo, estos dos hombres fueron muy diferentes. Balmaceda fue un orador cautivante. Tenía una complexión imperiosa que lo acercaba más al mando unipersonal. Estaba seguro de la elevación de sus propósitos. En todo instante se vió rodeado de enemigos. Su superioridad sobre el medio en que vivía era tan grande, y tan grande su soledad, que concluyó por reconcentrarse en sí mismo. El pueblo que debía ayudarle no existía como fuerza, es decir, no estaba organizado. Aquel presidente estaba condenado a conducirse como iluminado , como un soñador: un sueño de grandeza se quedó en sueño.

Después de su asesinato, los rapaces mercaderes extranjeros y los parlamentarios criollos entraron en posesión del salitre: para los extranjeros, la propiedad y las consesiones ; para los criollos las coimas. Recibidos los treinta dineros todo volvió a su normalidad. La sangre de unos cuantos miles de hombres del pueblo se secó pronto en los campos de batalla. Los obreros más explotados del mundo, los de las regiones del norte de Chile, no cesaron de producir inmensas cantidades de libras esterlinas para la City de Londres.

Allende nunca fue un gran orador. Y como estadista era un gobernante que consultaba todas sus medidas. Fue el antidictador, el demócrata principista hasta en los menores detalles. Le tocó un país que ya no era el pueblo bisoño de Balmaceda; encontró una clase obrera poderosa que sabía de qué se trataba. Allende era dirigente colectivo; un hombre que, sin salir de las clases populares, era un producto de la lucha de esas clases contra el estancamiento y la corrupción de sus explotadores. Por tales causas y razones, la obra de que realizó en tan corto tiempo es superior a la de Balmaceda; más aun, es la más importante en la historia de Chile. Sólo la nacionalización del cobre fue una empresa titánica, y muchos objetivos más se cumplieron bajo su gobierno de esencia colectiva.

Las obras y los hechos de Allende, de imborrable valor nacional, enfurecieron a los enemigos de nuestra liberación. El simbolismo trágico de esta crisis se revela en el bombardeo del Palacio de Gobierno; uno evoca la Blitz Krieg de la aviación nazi contra indefensas ciudades extranjeras, españolas, inglesas, rusas; ahora sucedía el mismo crimen en Chile; pilotos chilenos atacaban en picada el palacio que durante siglos fue el centro de la vida civil del país.

Escribo estas rápidas líneas para mis memorias a sólo tres dias de los hechos incalificables que llevaron a la muerte de mi gran compañero el presidente Allende. Su asesinato se mantuvo en silencio; fue enterrado secretamente; sólo a su viuda le fue permitido acompañar aquel inmortal cadaver. La versión de los agresores es que hallaron su cuerpo inerte, con muestras de visible suicidio. La versión que ha sido publicada en el extranjero es diferente. A reglón seguido del bombardeo aéreo entraron en acción los tanques , muchos tanques, a luchar intrépidamente contra un solo hombre: el Presidente de la República de Chile, Salvador Allende, que los esperaba en su gabinete, sin más compañía que su corazón , envuelto en humo y llamas.

Tenían que aprovechar una ocasión tan bella. Había que ametrallarlo porque nunca renunciaría a su cargo. Aquel cuerpo fue enterrado secretamente en un sitio cualquiera. Aquel cadáver que marchó a la sepultura acompañado por una sola mujer que llevaba en sí misma todo el dolor del mundo, aquella gloriosa figura muerta iba acribillada y despedazada por las balas de las metralletas de los soldados de Chile, que otra vez habían traicionado a Chile.

El otro 11 de septiembre

Regreso a La Moneda, 40 años después

El aniversario del golpe de Pinochet coincide con la publicación de libros con nuevos detalles sobre los últimos días de Allende

Varios militares custodian La Modena el 12 de septiembre de 1973. / REUTERS
Puntualmente cada 11 de septiembre, la historia regresa al palacio La Moneda de Santiago de Chile, donde Salvador Allende se suicidó hace 40 años con un fusil regalado por Fidel Castro. La aviación golpista y la traición demolían el edificio de la calle Morandé cuando el presidente se sentó en un sofá palaciego, apoyó la barbilla sobre la bocacha del arma, apretó el gatillo y saltaron por los aires el cráneo de un hombre decente y una democracia revolucionaria. Llovía sobre mojado. No era la primera vez que Estados Unidos había promovido en América Latina el derrocamiento de presidentes insumisos: dos rebeliones militares alentadas por la CIA derribaron a Jacobo Arbenz, en Guatemala, en 1954; a Juan Bosch, en República Dominicana, en 1963, y un año después al brasileño João Goulart.
Consumada la vileza del general Augusto Pinochet y la deslealtad de los temerosos, a las 11.50 de aquella jornada fatídica, dos aviones abrieron fuego contra La Moneda con cohetes que perforaron los muros del edificio neoclásico y quebraron las paredes de salones y despachos. Los gases lacrimógenos asfixiaban a medio centenar de fieles. Entre cascotes y gritos, se cubrían como podían. Sin suministro eléctrico, ni esperanzas, con el palacio en llamas, el presidente se despidió de sus colaboradores y amigos. No tenía sentido su inmolación. Pero otras eran las intenciones del generalato insurrecto. “Tenemos que matarlos como ratas, que no quede rastro de ninguno de ellos, de Allende”. La criminal iracundia del almirante Patricio Carvajal fue conocida al quedar inadvertidamente abierto el sistema de comunicación entre el puesto de mando de la sublevación y las unidades asaltantes.
Aquel cuartelazo reunió todos los ingredientes de las tragedias griegas: traiciones, cobardías, intrigas, asesinatos y muerte, según el cardiólogo Óscar Soto Guzmán, sobreviviente de La Moneda, médico personal del presidente y autor del libro Allende en el recuerdo, que se publica en el 40º aniversario del golpe. Relata las reacciones de Allende ante los acontecimientos que le tocó vivir. También Soto debió reaccionar. “Hablo con mi esposa Alicia; ella me dice: ‘Se anuncia por radio que van a bombardear el Palacio’. ‘Así es, le respondo’. ‘¿Qué vas a hacer?’. ‘Me quedaré aquí, en el Palacio’, le dije. Alicia calló, pero entendí que compartía mi decisión”. El golpe le cambió la vida. La salvó, pero en el exilio de México, Cuba y España, donde reside con su familia.

“Misión cumplida. Presidente muerto”

Los primeros soldados entraron por la puerta de la calle Morandé y detuvieron a varios de los defensores, entre ellos al doctor Óscar Soto, a quien ordenaron que avisara a Allende y a sus acompañantes de que tenían diez minutos para salir desarmados. “Presidente, la primera planta está tomada por los militares. Dicen que deben bajar y rendirse”, le informó. “Allende nos pidió que nos entregáramos”, señaló el doctor Patricio Arroyo. “Entendí claramente que esto corría para nosotros y no para él. No recuerdo si lo dijo o no, pero todos entendimos lo mismo: él no saldría vivo de ahí...”.
“Se improvisó, con un delantal médico, una bandera blanca; atada a un palo, fue sacada por la puerta de Morandé 80. La Moneda estaba rodeada por todos lados. Los militares aceptaron la rendición y exigieron que bajáramos en fila india y con las manos en la nuca”. Con el palacio semidestruido, en llamas y sin suministro de electricidad, Allende se despidió personalmente de cada uno de ellos y detrás de Óscar Soto, empezaron a salir. El presidente regresó al salón Independencia.
El único testigo de su muerte es el doctor Patricio Guijón. Mientras sus compañeros iban bajando hacia la puerta de Morandé, a Guijón se le ocurrió regresar a buscar su máscara antigás para llevársela a su hijo como recuerdo. “En un momento determinado me encuentro frente a una puerta ubicada en ese pasillo, la que por lo general se mantenía cerrada, no obstante en esta ocasión estaba abierta e instintivamente miré hacia el interior de esta habitación, observando que al fondo de esta, en la muralla que daba hacia Morandé, a seis o siete metros de distancia, estaba el presidente Allende, sentado en un sofá con una metralleta en sus manos, instante en que escuché y vi que se disparó, saliendo eyectado parte de su cráneo y masa encefálica, en dirección al techo de la habitación y la pared posterior. Instintivamente me acerqué a ver cómo estaba y le tomé el pulso. No había nada que hacer”. El doctor Patricio Guijón permaneció al lado del cuerpo inerte unos diez o quince minutos, hasta que llegaron primero dos militares y después el general Palacios, quien comunicó a sus superiores: “Misión cumplida. Moneda tomada. Presidente muerto”.
Extracto de Allende, la biografía, de Mario Amorós (Ediciones B), que se publica el 11 de septiembre.
El 11 de setiembre de 1973 terminó a sangre y fuego el Gobierno de la Unidad Popular (UP), una coalición de izquierdas que pretendió construir, quizás con demasiadas prisas, una sociedad más justa en un país profundamente injusto. Chile era entonces una nación parlamentaria, pero de oligarquías poderosas, reaccionarias, y multinacionales con derecho de pernada: la norteamericana ITT (International Telephone & Telegraph) era dueña del 70% de la telefonía chilena. El poder económico y mediático y la cruzada internacional de Estados Unidos contra el peligro comunista quedaron definitivamente hermanados con la aceleración de las reformas de la UP. La agraria levantó ampollas.
El historiador español Mario Amorós, que ha publicado Allende, la biografíadespués de 18 años de investigación sobre su figura y trayectoria, sostiene que la “vía chilena al socialismo” fue derrotada por una agrupación de causas: la estrategia de la oposición de bloquear cualquier iniciativa gubernamental en el Congreso, en el que tenía mayoría absoluta, el fomento de la crisis económica y del desabastecimiento, y la movilización anticomunista de las clases medias y sectores estudiantiles; incluso de la aristocracia obrera. La agresión de Estados Unidos y la derrota de los sectores constitucionalistas de las Fuerzas Armadas completaron la pinza, según Amorós, cuya obra, redactada desde la militancia política del autor, ligado al PCE, es imprescindible.
Pero algo mal debieron hacer el presidente y su Gobierno para que fuera posible tal coalición de fuerzas opositoras. Conmovido por su muerte, el secretario del Partido Comunista Italiano (PCI), Enrico Berlinguer (1922-1984), llegó a una lúcida conclusión: las transformaciones pretendidas por Salvador Allende, que había ganado las presidenciales de 1970 con el 36,3% de los votos, eran de tal calado que una mayoría simple no era suficiente para aprobarlas, ni siquiera con el presidencialismo consagrado en la Constitución de 1925. Los cambios exigían mayorías parlamentarias cercanas al 70% y amplios consensos sociales. Esa ecuación, sin embargo, era casi un imposible en el Chile de las injusticias distributivas y la guerra fría entre Estados Unidos y la URSS. Cuatro decenios después, el golpe cívico castrense de 2002 en Venezuela, y su actual atrincheramiento, las intermitentes sublevaciones criollas en la Bolivia indigenista o incluso el conflicto egipcio parecen resucitar aquellas reflexiones eurocomunistas.
“El golpe contra Allende, que crecía en cada elección, lo dieron las clases altas, las oligarquías, con la ayuda de un Henry Kissinger (secretario de Estado de Richard Nixon) muy inteligente y con dinero. En una redada de camioneros en huelga, y les pillamos ¡con billetes de 1.000 dólares en el bolsillo!”, recuerda Danilo Bartulín, médico personal y amigo de Allende, cuyo cargo oficial era médico jefe de la Presidencia de la República. Bartulín durmió en una habitación contigua el año de la crispación, y respondía las llamadas telefónicas del gobernante durante su descanso. Le acompañó en viajes y en horas cruciales y solía jugar al ajedrez con el mandatario hasta las dos de la madrugada. “Déjate ganar para que se vaya a dormir”, me decía. Fue torturado y encarcelado durante dos años tras su detención en La Moneda.
La última intentona para evitar el cuartelazo se desarrolló la noche del 17 de agosto en casa del cardenal Silva Henríquez, anfitrión de una cena entre el presidente y jefe de la Democracia Cristiana Patricio Aylwin, que acusó a Salvador Allende de destruir la democracia y conducir a Chile hacia la ruina económica y la dictadura del proletariado. “Yo le esperaba en el coche”, recuerda ahora Bartulín. “Al llegar, hacia las dos de la madrugada, me dijo: “No quieren nada. Nos niegan el pan y la sal’. Entonces yo le dije: ‘Vamos a la Cumbre de Argel (del Movimiento de Países no Alineados, del 5 al 9 de septiembre de 1973), pero usted pasa por el Vaticano y le pide una audiencia al Papa para que la democraciacristiana se ablande’. Le parece bien la iniciativa y se prepara un avión para unas veinte personas. La idea se mantiene, pero hubo voces que alertaron: ‘¿Y si dan el golpe cuando estemos fuera?’. Finalmente, Allende no fue ni a la Cumbre de Argel ni pidió audiencia a Pablo VI porque los acontecimientos se precipitaron”.
La subordinación de las Fuerzas Armadas al poder civil durante cuatro décadas había contribuido a asentar el mito de su “profesionalidad”, asumido de manera acrítica por Salvador Allende y amplios sectores de la izquierda, según explica Amorós en su libro. En el caso de un golpe de Estado, la Unidad Popular confiaba en que una parte significativa de los militares cumpliera con sus deberes constitucionales, pero no ponderó adecuadamente la vinculación técnica, económica e ideológica del estamento castrense chileno con Estados Unidos, que se remontaba a 1947, año de la firma del Tratado Interamericano de Mutua Defensa. “Por otra parte, el Informe Church reveló que, entre 1966 y 1973, 1.182 oficiales chilenos se adiestraron en centros militares de este país, donde les inculcaron la anticomunista Doctrina de Seguridad Nacional y les enseñaron terribles métodos de tortura que se pusieron en práctica a partir del 11 de septiembre de 1973”.
Sobran las pruebas sobre la cobertura norteamericana del golpe. Peter Kornbluh, director del National Security Archive’s Chile Documentation Project, consiguió que se desclasificaran más de 24.000 documentos secretos de la CIA y la secretaria de Estado. Los más importantes se reproducen en el libro Pinochet: los archivos secretos, ahora reeditado y ampliado (Crítica). La participación de Estados Unidos en la asonada fue tan determinante como la derechización de la Democracia Cristiana, muy cercana a la UP bajo la dirección de Radomiro Tomic. “Desgraciadamente, desde la fecha de la elección de Allende, la actitud del expresidente Eduardo Frei fue la de un energúmeno, que hizo suyo todo el discurso anticomunista y antipopular de la extrema derecha chilena y de los círculos del Gobierno norteamericano, sensible a las posiciones de sus empresas transnacionales. Se olvidó del socialismo comunitario”, señala Óscar Soto.
Óscar Soto, el médico de Allende, en su casa de Madrid esta semana. / CARLOS ROSILLO
La Democracia Cristiana perdió su sensibilidad social y Salvador Allende, la vida. ¿Hubiera podido conservarla? “Yo le tuve preparado dos operativos para que saliera vivo de La Moneda”, recuerda Bartulín. “Teníamos casas clandestinas para esconderlo. Propuse su salida en una pequeña reunión. Todavía no habían bombardeado. Hablé con gente del Ministerio de Obras Públicas que es donde estaban los coches y había un montón de gaps (Grupo de Amigos del Presidente). Ellos dijeron que podíamos salir cuando quisiéramos porque todavía no había toque de queda y los coches podían circular. Allende me dijo: ‘Bien, ten preparado el operativo’. Entonces algunos dijeron que no, que había que resistir hasta el final, hasta la muerte. Yo decía que mejor un Allende vivo que muerto, y que yo me quedaba. El plan era que tres coches salieran de La Moneda con Allende en uno de ellos, sin que nadie pudiera identificarle. Los que se quedaran seguirían disparando para disimular la salida de Allende. Si hubiera seguido vivopodía haber cambiado la historia”.
Pero el ánimo de Allende y sus leales sufrió un bajonazo cuando Augusto Olivares, director de la televisión nacional, se pegó un tiro en la sien. El abatimiento de La Moneda contrastó con la satisfacción de los jefes golpistas con el desenlace de su bombardeo y asalto al palacio presidencial. Carvajal informó sobre la muerte de Allende a Pinochet y Gustavo Leign, comandante de la Fuerza Aérea, en esta grotesca comunicación: “Hay una información del personal de la Escuela de Infantería que está dentro de La Moneda. Por la posibilidad de interferencias, la voy a transmitir en inglés: ‘They said that Allende committed suicide and is dead now’. Díganme si entienden”. Pinochet: Entendido. Leigh: Entendido perfectamente”.

“Bajen todos. Yo seré el último”

Bruscamente, la puerta de la calle Morandé 80 (del Palacio de la Moneda) es derribada y unas dos decenas de soldados invaden el vestíbulo. Llevan fusiles y se identifican con un paño en el cuello de color naranja. Violentamente nos golpean en los costados del cuerpo y nos arrojan uno encima del otro en la vereda inmediata a la puerta de Morandé. Desde el Ministerio de Obras Públicas no dejan de dispararles y nos encontramos en un fuego cruzado, con serio peligro de ser heridos. Un suboficial, que porta lentes ópticos con la mitad de uno de los cristales roto, me coge por un brazo y me levanta. “¿Quién es usted?”, me pregunta. “Soy el doctor Óscar Soto”, respondo de inmediato. “Doctor, suba a la segunda planta y dígale a sus compañeros que tienen diez minutos para rendirse, que bajen desarmados”.
Subo la escalera y cuando me faltan aproximadamente unos diez escalones veo al presidente Allende rodeado de mis compañeros. Me ve aparecer y me dice: “¿Qué pasa doctor?”. Respondo: “Presidente, los militares han invadido ya la primera planta y nos dan diez minutos para bajar”.
Durante un instante me mira profundamente desde lejos y siento que será definitivo, se acerca el final. Le escucho: “Bajen todos. Dejen las armas y bajen. Yo seré el último”. En fila india, mis compañeros bajan, yo sigo mirando al presidente que se escurre en dirección al salón Independencia. Al atravesar la puerta de Morandé 80 soy empujado, con las manos detrás de la nuca, a apoyarme en el sólido muro del palacio. Detrás de mí, alguien solloza. Es Enrique Huerta, el intendente de palacio. “¿Qué pasa, Enrique?”, inquiero. “El presidente ha muerto”, me dice desolado. Ha entrado al salón Independencia, se ha sentado en un amplio sillón de tapiz rojo, y se ha suicidado. Ha estado solo. Ningún militar ha llegado aún a la segunda planta.
El doctor Rogelio de la Fuente Gaete, en su libro Detrás de la memoria (México, 2008), resume con acierto la llamada batalla de La Moneda: “Políticamente, una traición. Humanamente, un genocidio. Éticamente, una ignominia. Militarmente, una inepcia”.
Extracto de Allende, en la memoria, de Óscar Soto (Ediciones Sílex), ya está a la venta. 16 euros.

viernes, 6 de septiembre de 2013

La Saeta