jueves, 24 de marzo de 2011

Sucedió un Lunes 24

La noticia fatídica se conoció mientras me encontraba en un examen parcial en la Escuela de Ingeniería Eléctrica de la UES. Pasaban de las seis de la tarde y aquel examen inolvidable de Sistemas Digitales I -la materia que impartía Ricardo Cortéz- todavía se encontraba inconcluso. Inmediatamente después que los alto-parlantes de la Sociedad de Estudiantes de Ingeniería y Arquitectura (SEIAS) anunciaron la muerte de Monseñor, se inició una estampida que para algunos nunca terminó.

Uno de mis conocidos en aquel grupo de estudiantes tenía automóvil, y para mi fortuna teníamos una ruta común. Cuando salimos del campus, nos encontramos con vehículos incendiados, barricadas, y el ambiente era de plomo. No se necesitaba mucha imaginación para darse cuenta que la peor de las pesadillas apenas había comenzado.

Tras el sálvese quien pueda inicial, llegó la fase de la consternación, y sobre todo de digerir la impotencia de los ofendidos. La tasa de asesinatos había alcanzado los 200 por semana en los primeros meses de 1980. El magnicidio venía a ser la culminación de la crónica de una muerte anunciada, y sobretodo el escalamiento del conflicto. Hasta un día antes de su muerte, Monseñor había sido -con sus homilías- un cronista y protagonista de excepción. Ahora venía a ser una víctima como muchos otros...

De lo que se mostró en los noticieros de la televisión nacional aquella noche -por alguna razón que a estas alturas no puedo precisar- lo que más conservo en la memoria es la imagen de Monseñor Ricardo Urioste. A partir de esa noche, la imagen austera de Monseñor Urioste conteniendo su indignación, y recurriendo a toda su disciplina para no mencionar con nombre y apellido a los asesinos, quedó registrada en mi memoria. Lo que mostraron los periódicos de mayor circulación -el día después, y el resto de la semana- todavía me causa perplejidad. De un día para otro se referían a Monseñor Romero como su ilustrísima....

Apenas un día antes, la radio católica YSAX había transmitido por primera vez en varias semanas una homilía de Monseñor, después de semanas de silencio provocado por el enésimo atentado dinamitero en contra de sus equipos de transmisión. Recuerdo haber escuchado fragmentos de aquella transmisión, saliendo de la iglesia de San Isidro. Al igual que muchos, me perdí la parte esencial de la homilía, y no tuve conciencia de que después de pronunciar aquellas inolvidables palabras "Les ruego, les ordeno, cese la represión....." Monseñor había adelantado su tiempo.

Durante esa semana, la radio YSAX, además de retransmitir las palabras de Monseñor, incluyó en la programación la versión en español de "We Shall Overcome". En aquellos tiempos, "Nosotros venceremos" formaba parte del cantoral de la iglesia católica, al menos en parroquias como la de San Isidro. Años más tarde vendría a saber que aquella canción es uno de los himnos de la lucha por los derechos civiles en EE.UU. Incluso Martin Luther King explicó durante un discurso las razones por las cuales había que seguirla cantando, incluso a costa de la muerte física. A pesar de todo, Yo la seguiré asociando con esos días tristes que siguieron a la muerte de Monseñor.

Los funerales se celebraron el Domingo de Ramos. Yo llegué desde Juayua, ya que había asistido a una boda la noche anterior. Por azar, coincidimos con varios conocidos, y para mi fortuna, cuando comenzaron los balazos y los bombazos, no me encontraba solo. Junto a mis compañeros de aventura, el río humano nos había llevado casi al centro de la plaza Gerardo Barrios, frente a catedral. Allí permanecimos en el suelo hasta que la conmoción inicial disminuyó, y el río de gente nos comenzó a empujar rumbo al oriente, a pesar de que nosotros queríamos dirigirnos al occidente, ya que en esa época ya vivíamos en la zona de Ciudad Merliot. Saúl y Rolando también vivían en la misma zona. Aquino, que también estudiaba en la UES, vivía en Santa Tecla.

No recuerdo exactamente la razón por la cual terminamos en las inmediaciones del parque de pelota de la Colonia Guatemala. Para fortuna nuestra, Aquino cargaba su agenda telefónica, y desde un teléfono público pudimos llamar a Chamba, un compañero de ingeniería eléctrica que vivía en Ciudad Delgado. En su casa almorzamos, y medio pasamos el susto. A mi me prestó un pantalón, ya que el que cargaba puesto terminó bastante maltrecho, a Rolando le prestó unos zapatos, ya que cuando logramos salir de la zona de catedral, descubrió que solo llevaba puesto un zapato, por lo que decidió emparejar las cosas y se deshizo del que le quedaba.

A eso de las cuatro de la tarde, y calculando que las cosas ya se habían calmado, Chamba se ofreció para llevarnos en su automóvil hasta la zona del Salvador del Mundo. También sería comprensible que su deseo fuera realmente deshacerse de nosotros, ya que en aquellos tiempos no era tan buena idea tener como invitados a cuatro tipos que venían huyendo del funeral de Monseñor Romero. Recuerdo que cuando finalmente llegamos a la zona de Ciudad Merliot, lo primero que nos recomendó el primer vecino con el que hablamos Rolando y Yo, fue que no le anduviéramos contando a nadie nuestra historia. Por suerte no solo sobrevivimos a ese día, sino que también a los 12 años restantes de la guerra, y por eso -y por casi ochenta mil razones más- como diría García Márquez, hay que seguir viviendo para contarlo.


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