sábado, 12 de diciembre de 2009

Treinta Años de Olvido

En Junio próximo se cumplirán 30 años de la intervención militar a la Universidad de El Salvador, apenas un botón de muestra de la extensa galería de atrocidades perpetradas por los militares salvadoreños antes y durante la guerra civil. La intervención de 1980 barrió con los pocos recursos que habían sobrevivido en la UES después de la intervención de 1972, especialmente recursos humanos. La mayoría de los que ingresamos como estudiantes a la UES en los años inmediatos a la intervención de 1972 (incluida la actual dirigencia), nunca conocimos una universidad normal. La excepción que confirma la regla, la constituye el escaso número de colegas docentes con estudios -de maestría y doctorado- realizados, en sus respectivas disciplinas, en universidades de prestigio en el exterior.

A partir de 1984, año del retorno gradual al campus, el deterioro fue evidente en todos los sentidos. Al deterioro de la infraestructura provocado por la intervención militar, se sumó el terrémoto de 1986. En aquellas condiciones, nos acostumbramos a funcionar prácticamente en medio de las ruinas, y a caminar pateando basura en los pasillos de la universidad. Lo grave, es que la costumbre hechó raíces y se convirtió en cultura. Todo esto sumado al hecho de que durante los casi cuatro años de cierre militar (1980-1984), los empleados (docentes y trabajadores) recibieron sus sueldos sin trabajar. Incluyendo también a los que contando con cien por ciento de tiempo libre se pudieron dedicar a impartir clases en las nuevas universidades privadas, impulsadas entre otras razones para contrarrestar políticamente a la UES. Esta costumbre también echó raíces.

Casi 30 años después de la intervención de 1980, los miembros de la comunidad universitaria no solo seguimos pateando basura en los pasillos del campus, sino que además compartimos nuestro espacio en la cafetería de la Universidad con una jauría de perros llevados al campus por personal de la institución, y nos hemos resignado a una historia sin fin de brotes de ingobernabilidad que incluyen cierres arbitrarios del campus y agresiones violentas en contra de miembros de la comunidad universitaria. Estos hechos resultan paradójicos, ya que en los años 70 y 80, los cierres y las agresiones eran perpetrados por los cuerpos represivos del estado.

Es innegable que desde algunas posiciones ideológicas, el uso de la UES como suministro de carne de cañón -antes, durante y después de la guerra- era y sigue siendo legítimo. Esa podría ser una de las explicaciones de por qué la dirigencia sindical actual -legítima o no- se siente con derecho a considerar a la institución como su patrimonio. Ese también es el mérito principal que se auto-atribuyen algunos miembros de la actual cúpula universitaria. Peor aún, detrás de algunos discursos "exquisitos" de intelectuales de izquierda, se puede leer entrelíneas el mismo estribillo de seguir usando a la institución como suministro de carne de cañón, y en no pocas ocasiones, incluso como trinchera. Reconociendo que, además de la destrucción física, y la represión que acompañaron a la intervención militar de 1980, y el período de la guerra, la institucionalidad de la UES también fue dañada gravemente por la política de carne de cañón -es decir, que ambas partes del conflicto salvadoreño comparten responsabilidad por el estado en que quedó la UES al finalizar la guerra- es injustificable que la institución haya sido dejada fuera de los acuerdos de Paz.

Tras los acuerdos de paz, la UES prácticamente fue abandonada a su suerte. Al no incluir el problema de la Universidad en la agenda de las negociaciones de paz, se perdió la oportunidad histórica de refundar la Institución. Desde la visión conservadora, las administraciones de ARENA siguieron considerando a la Universidad como una institución enemiga del Estado. Se le asignó un presupuesto de hambre -incluso inferior al del sistema público nicaragüense- lo cual sirve perfectamente los propósitos de demostrar (por la falta de resultados) la ineficacia y la ineficiencia del sistema público, y justificar de esta manera el apoyo descarado a proyectos privados o privatizantes -la lista es larga. Desde el lado de la izquierda (léase FMLN), nunca se ha asumido la responsabilidad histórica que le corresponde por el daño institucional que sufrió la Universidad antes y durante el conflicto. La legislación (Ley Orgánica, etc.) aprobada en la Asamblea Legislativa después de los acuerdos de paz, bajo la bándera de fomentar una administración democrática de la institución, solo ha servido para perpetuar el status quo que se estableció a lo largo de estas tres décadas.

El gobierno del cambio llegó el 1 de junio. En las semanas previas a la toma de posesión se desató una verdadera conmoción entre algunos de los miembros más representativos del claustro universitario. La incertidumbre casi llegó a convertirse en pánico. La cosa no era para menos. Como reza el refrán popular, no hay peor astilla que la del mismo palo. De un día para otro amanecimos con un gobierno de izquierda (al menos en el papel), con varios ministros y viceministros, que hasta muy poco tiempo antes de la toma de posesión, habían sido profesores y funcionarios de la UES, y que conocían perfectamente las entrañas de la Universidad. Se temían cambios verdaderamente revolucionarios en todos los campos de la vida nacional, incluyendo una revisión profunda de la educación superior. Con el pasar de las semanas y los meses, los cambios ni llegaron, ni se anunciaron, el pánico desapareció, y las cosas aparentemente volvieron a la rutina de siempre. Tan es así, que en los últimos días hemos estado esperando resignados el enésimo cierre del Campus.

La experiencia nos dice que es riesgoso aventurarse a lanzar predicciones sobre el futuro. Una buena dósis de realismo me dice que la Universidad que yo quisiera para este país, no va a ser posible en mi tiempo de vida. Sin embargo algo es cierto, los cambios no van a venir desde dentro. Las fuerzas endogámicas no los permitirían. El paso de una sociedad cerrada a una sociedad abierta siempre ocasiona traumas, y conflictos; y no existe una receta que garantice alcanzar la otra orilla. Pero lo urgente de los problemas en Salud, Educación, Seguridad Alimentaria, Medioambiente, Energía, etc. y la complejidad creciente de algunos de estos problemas dentro de la sociedad salvadoreña, demandan políticas de estado de largo plazo, tomadas soberanamente. Dentro de este esfuerzo, existen tareas que de no ser asumidas por una Universidad Estatal, con capacidad de producción Científica y Tecnológica, nadie las asumirá en este país. Y esto incluye también algunas de las materias pendientes para que El Salvador sea realmente competitivo en el siglo XXI. Desafortunadamente esa universidad, ni existe tal cual la necesitamos, ni va a cambiar desde dentro....